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Opinión

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Kaushik Basu: Covid-19 y el sentido común

Las normas sociales son más efectivas que los decretos gubernamentales, porque permiten un grado de flexibilidad que las leyes no pueden proveer. A medida que el mundo continúa aprendiendo más sobre el nuevo coronavirus y sobre cómo se propaga, las personas deben tener más espacio para modificar su conducta.

Ithaca, Estados Unidos.- A medida que la pandemia del Covid-19 continúa, nuestro entendimiento sobre esta enfermedad va mejorando. A través de una combinación de epidemiología y física —incluyendo el conocimiento sobre las características del virus y cómo flotan los aerosoles en el aire— estamos aprendiendo más sobre cómo el microbio infecta a nuevos anfitriones.

Este entendimiento está alimentando las esperanzas de que pronto podremos combatir la pandemia de una manera más eficiente. Pero también ha llevado a algunos acalorados intercambios relacionados con las ciencias sociales y la interacción entre las normas sociales y la ley.

Desde que la pandemia comenzó a expandirse, desde Wuhan hacia el resto del mundo, ha habido un debate cáustico relacionado con las medidas de prevención que deberían ser decretadas por los gobiernos y aplicadas por servidores públicos y la policía, y las medidas que se deben de promover como normas sociales. Desafortunadamente, este debate se ha polarizado tanto que la gente termina siendo clasificada automáticamente como de derecha o izquierda según su punto de vista. Ya que a la gente no le gusta ser categorizada de esa forma, y ciertamente no erróneamente, muchos evitan expresarse sobre estas importantes preguntas.

De hecho, en muchos temas relacionados con el Covid-19, necesitamos leyes aplicables. Especialmente en los primeros días de la pandemia, cuando la gente entendía poco sobre el virus, considerar las medidas de salud pública como cuestiones de elección personal era una locura. Debido a que algunas personas decidieron juntarse en grandes multitudes sin utilizar cubrebocas, la enfermedad se propagó en algunos países, como ocurrió en Brasil con el presidente Jair Bolsonaro y en Estados Unidos con el presidente Donald Trump, siendo dos casos ejemplares.

Pero sería igual de peligroso volcarse hacia el otro extremo y hacer a los gobiernos únicamente responsables por cambiar nuestro comportamiento. Los regímenes autocráticos, particularmente, tienden a usar la pandemia como un pretexto para arrestar opositores y silenciar el descontento.  Además, el control excesivo del gobierno es muchas veces el primer paso hacia el crony capitalism —capitalismo de cuates—, donde las grandes corporaciones utilizan las palancas del poder estatal para acabar con la competencia y reprimir los salarios.

Las normas sociales son usualmente más efectivas que los mandatos gubernamentales, porque permiten un cierto grado de flexibilidad que los decretos no pueden proveer. En Ithaca, Nueva York, por ejemplo, hay un puente sobre el Forest Home Drive que ha sido sujeto de estudios sobre juegos y normas sociales, incluyendo un libro de William Ferguson titulado Collective Action and Exchange. El puente es tan angosto que los autos sólo pueden cruzar en un sentido.

Regular el flujo del tráfico por ley implicaría hacerlo un puente de una sola dirección, o requeriría que los autos viajen en un sentido por la mañana y que por la noche cambie la dirección al sentido opuesto. O que la ley requiera a los conductores a alternar el cruce, uno y uno, lo que resultaría en espacio desperdiciado detrás de cada auto. 

Lo que sucede cuando existe una ausencia de regulación es aún mejor. Existe una norma en donde tres o cuatro autos cruzan en una dirección y luego los conductores que están detrás se detienen para que puedan pasar los autos en la dirección contraria. A diferencia de una ley, la norma es flexible, así que si traes prisa y decides cruzar el puente como el quinto o sexto auto del convoy, lo único que provocarás es un ligero retraso para los autos que están en el otro sentido.

A medida que entendemos más sobre el Covid-19 y sobre cómo se esparce el virus, podemos decidir cuándo deberíamos practicar la sana distancia nosotros y qué tanto aplicarla. La regla de los 1.5 metros de sana distancia puede interpretarse con cierta flexibilidad. Por ejemplo, si estás hablando con una persona mucho más alta, o que levanta mucho su barbilla, tal vez necesitarás moverte un poco más hacia atrás para permitir que cualquier aerosol infectado pueda completar su trayectoria del rostro al piso.

Lo que necesitamos son lineamientos con una racionalidad articulada, para que las personas puedan ajustar su comportamiento según el contexto. En un muy citado estudio, por ejemplo, Mónica Gandhi de la Universidad de California en San Francisco y sus coautores mostraron que los cubrebocas no sólo pueden proteger a los otros de tus gérmenes de Covid-19, de los que puedes ser transmisor, sino que también te protegen a ti de las personas que pudieran estar infectadas.

Por lo tanto, hay una razón tanto social como egoísta para que utilices un cubrebocas. Pero si estás caminando solo en una playa tienes toda la razón en no utilizar uno. Es razonable no usar un cubrebocas en compañía con las personas con quienes cohabitamos, dada la probabilidad de que todos o ninguno de ustedes tengan el virus.

A medida que aprendemos más sobre el Covid-19 desarrollaremos mejores reglas para nosotros. Pero existen dos advertencias. Primero, muchos estudios epidemiológicos advierten que, para ciertos hallazgos, la causalidad aún no se ha establecido. De hecho, nunca podremos establecer definitivamente la causalidad. Debemos considerar todas estas afirmaciones con una dosis de escepticismo y la conciencia de que podemos revisarlas más adelante.

Existe otra razón para preferir la flexibilidad de las normas sociales que la mano dura de la ley. Por ejemplo, ahora sabemos que hasta 40% de las personas infectadas con el coronavirus son asintomáticas. En sociedades donde sólo algunos utilizan mascarillas, la proporción de portadores asintomáticos podría llegar a 90%, como ocurrió durante un brote en Oregón. Si no están utilizando una mascarilla, su falta de síntomas nos dejó desprevenidos, lo que implica que utilizar una mascarilla podría indirectamente provocar una mayor propagación del Covid-19.

Este por supuesto que no es un argumento para no utilizar las mascarillas. Más bien es un recordatorio de que todas las ideas, sin importar que vengan del folclor o de la ciencia, deben combinarse con el sentido común para optimizar nuestro comportamiento.

El autor:

Kaushik Basu fue economista en jefe del Banco Mundial y asesor económico del gobierno de India (2009-2012). Es profesor de economía en la Universidad de Cornell y Nonresident Senior Fellow en el Instituto Brookings. La editorial Grano de Sal publicó en México Una república fundada en creencias. Nuevos acercamientos al análisis económico del derecho, en el que se pregunta por qué los ciudadanos obedecen las leyes, si éstas “no son más que un poco de tinta sobre papel”.

Traducción EE: Antonio Becerril

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