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Opinión

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La Rusia inmortal

La guerra lo destruye todo, vidas, memorias, lenguas, universos enteros que quedan bajo las ruinas; los seres humanos operamos por generalizaciones, no tenemos otra manera de entender, la inteligencia percibe la masa de los datos y debe clasificarla, desmenuzarla, a eso le llamamos sentido crítico. Cuando las armas hablan, las palabras se vuelven susurros y las imágenes, ahora más que nunca, no alcanzan a mostrarlo todo, son apenas tímidas figuras de un contexto más complejo, para eso inventamos el lenguaje, para expresar lo que la mirada no alcanza a cubrir, vaya, como decía don Tomás Segovia, “una imagen dice más que mil palabras, pero eso no puede decirse con imágenes”.

Hoy se trata de Rusia, como alguna vez se trató de Alemania; hoy se trata de Putin como alguna vez se trató de Hitler, hoy se trata del Presidente de Rusia, alguna vez se trató del Premier de la Unión Soviética y aunque la historia no se repite se encuentran pautas que no dejan de preocuparnos, fenómenos y hechos que parecieran tomados de otros tiempos y otras circunstancias; pero sobre todo, hay algo que subyace con mucha más profundidad que las coyunturas de los políticos y los generales, se trata de un espíritu inmortal que permanece en la memoria y en la conciencia colectiva, aquello que da carácter, vida y estilo a una cultura, el riesgo de la generalización es asumir que todo lo que proviene de un pueblo es malo, que la propia población es perversa o monolítica, cuando sus líderes toman decisiones que no pueden ser consideradas sino como atentados contra la convivencia y la vida en el planeta.

La guerra no admite medias tintas, los mexicanos sabemos muy bien que el estatuto de la neutralidad implica la no participación activa en un conflicto, pero ello no supone que nos volvamos mudos o ciegos, que no percibamos el dolor o comprendamos lo que es justo y lo que no lo es, aunque haya causas, razones y mecanismos complejos entre la realidad y nosotros. Es cierto que no se puede aceptar la posición rusa en este momento, pero eso no quiere decir que el espíritu inmortal de Rusia haya desaparecido, que su lugar en la construcción de la cultura universal quede en entredicho o que a partir de ahora pese sobre la enorme, gigantesca cultura rusa la mancha de la ignominia y el merecimiento del odio colectivo.

Rusia es mucho más que el zarismo, la Unión Soviética y, por supuesto, que su gobierno actual. Rusia es la música de Tchaikovski, me quedo con su Obertura 1812, que es un canto contra la invasión y un reflejo del sufrimiento de la guerra; tomo partido por las Jazz Suites de Shostakovich que me hablan de modernidad, de diálogo de culturas, de experiencia de vida e incluso, me manifiesto por la memoria de la ciudad que no deberá ser destruida sino permanecer como la Gran Puerta Imperial de Kiev como consta en los Cuadros de una exposición de Modesto Mussorgsky. Esa es la Rusia que ni esta ni ninguna guerra podrá destruir.

Tomo partido por la razón y el entendimiento, pero también por el sentido humano y el sentimiento fraterno como lo aprendí con Resurrección de León Tolstoi que me acompañó en la época de la adolescencia, pantalla sensible de nuestra vida donde todo queda grabado, me asumo partidario no de los misiles y las botas claveteando los caminos de Ucrania, sino por los pasos tenues de Ekaterina Máslova camino de su exilio en Siberia; y de los sueños alucinantes del Maestro y Margarita de Mijael Bulgákov, suma de los sueños de todos y de las esperanzas de todos cuantos sufren. Ellos son la Rusia inmortal, la misma que retrata Alberto Ruy Sánchez en su “El expediente de Anna Ajmátova”, muestra clara del diálogo, uno de los mejores escritores mexicanos, publicando al tiempo de la guerra, un hermoso libro sobre una de las más grandes poetas rusas. Me resisto a satanizar a otras víctimas de la guerra, los rusos que no la quieren, que no la desean y que, alguno de ellos, incluso también deberán pelearla.

Es verdad ese lugar común que circuló por las redes sociales y cuya paternidad ya puede ser atribuida a muchos escritores pero que podemos darla como principio general para entender los fenómenos que estamos presenciando, la guerra es donde hombres jóvenes, que no se conocen, se matan en nombre de hombres viejos que sí se conocen pero no se matan. Al principio de la pandemia suponíamos que el encierro, la demostración de la fragilidad humana nos haría reflexionar sobre el mundo en que vivimos y nos obligaría tener un nivel superior de conciencia, yo lo sigo creyendo pero apuesto por cambios que son lentos y no se notan con facilidad, esta guerra también será un parteaguas en la historia cultural de occidente, es algo que no debió suceder, es un error histórico y más allá de cualquier resultado o forma que tome su desarrollo y su final, habrá marcado la memoria de varias generaciones como el reclamo de una humanidad que se niega a aceptar la violencia como método y lenguaje, porque está claro que la guerra eterna, maldita, que soñó Orwell, también está a la vuelta de la esquina.

*El autor es analista y escritor.

Twitter: @cesarbc70

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