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Opinión

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La epidemia de masacres tiene solución

El tiroteo en la escuela primaria de Uvalde, Texas, en el que murieron 19 niños y dos adultos, llega apenas unos días después de la matanza de Buffalo y de otros eventos que cada vez se suceden con más frecuencia en Estados Unidos. De hecho, son tantos que se están convirtiendo en parte de un panorama macabro, y en ocasiones ni siquiera llegan a tener atención de la prensa.

En el mismo fin de semana que se dio la matanza de Buffalo, donde un nacionalista blanco de apenas 18 años atacó a gente indefensa, matando a 10 personas, 12 personas más fueron heridas por disparos en Milwaukee, después de un juego de la NBA, y unas semanas antes cuatro personas fueron asesinadas en Mississippi y otras seis en Sacramento, en sendos tiroteos.

La violencia armada y, aún peor, la violencia armada indiscriminada y aleatoria, se ha convertido ya en una epidemia, pero a pesar de la indignación nacional, los llamados a controlar la venta de armas volverán a caer en el olvido después de unos días.

Las estadísticas son cada vez más aterradoras: los 331 millones de estadounidenses tienen en sus manos alrededor de 380 millones de armas de fuego. Hoy en ese país las armas semiautomáticas superan en ventas a los rifles utilizados para la caza. A raíz de la pandemia, se desató todavía una locura mayor de compra de armas, pues la producción subió de 3.9 millones en 2000 a 11.3 millones en 2020.

Las muertes de niños debidas a armas de fuego aumentaron 50% desde finales de 2019 hasta finales de 2020. En 2021 más de 1500 niños y adolescentes murieron en homicidios y disparos accidentales.

Los tiroteos siguen al alza. El FBI identificó 61 en 2021, con 103 muertos y 130 heridos, el número más alto desde 2017, cuando hubo 143 muertos en estos ataques, aunque las cifras de ese año se distorsionan por un solo evento dantesco: la masacre de Las Vegas, cuando Stephen Paddock, un contador de 64 años, se instaló cómodamente en el piso 32 del hotel Mandalay Bay, donde se dispuso a disparar de manera indiscriminada a los asistentes a un concierto de música country, matando a 58 personas e hiriendo a 851.

En 2021 hubo un aumento de tiroteos de 52% con respecto a 2020, y un incremento de 97% contra los datos de 2017, según datos del FBI. Pero quizá el dato más estremecedor sea éste: el asesino de Uvalde, compró dos armas de asalto el mismo día que cumplió 18 años. Es decir: estaba esperando ese día exacto, no sabemos desde cuánto tiempo atrás, para acceder a comprar legalmente dos armas con las que podía cometer un asesinato masivo.

Los líderes republicanos están diciendo de nuevo que el antídoto contra estos ataques sería armar a los maestros en las escuelas. Algunos han dicho que deben llevar chalecos antibalas. Inenarrable. El asesino de Buffalo llevaba, como hacen ya casi todos los asesinos en masa, chaleco antibalas y blindaje táctico. El tirador de Las Vegas jamás hubiera podido ser alcanzado por ninguna persona armada entre la multitud.

Uvalde se encuentra en Texas. Debemos recordar quién gobierna ese estado: Greg Abbott, el ultraderechista que ha amenazado a sus pares mexicanos, y que firmó en 2021 una ley que puso fin al requisito de solicitar una licencia para portar armas. Ni esa pequeña restricción estaba dispuesto a soportar Abbott, quien busca la reelección seduciendo a los lobistas de las empresas de las armas.

¿Qué se puede hacer?

El presidente Joe Biden ha vuelto a decir lo ya conocido: ¿cuándo va a parar toda esta carnicería? Hace décadas era senador. Antes fue vicepresidente. Ahora es presidente. ¿Tiene el poder para pasar leyes de control de armas? Quizá sea preciso decir que hoy tiene menos que nunca ese poder.

Pero, quizá precisamente hablando en escala histórica, este irracional armamentismo tendrá un punto de inflexión, tanto en las leyes como en la opinión pública. Así como la industria del tabaco tuvo que enfrentar finalmente leyes impositivas, así como la industria farmacéutica, ante sus excesos (como en el ejemplo de Purdue Pharma, que tuvo que indemnizar con miles de millones de dólares a las víctimas de la epidemia de opioides que contribuyó a provocar), así la industria de las armas algún día será acotada. Puedes engañar a alguien muchas veces o puedes engañar a muchos una vez, pero no lo puedes hacer con la mayoría todo el tiempo. Va a suceder. Lo que no sabemos es cuándo.

Pero hay antecedentes importantes. La Fuerza Aérea de Estados Unidos ya fue obligada a pagar 230 millones de dólares a las familias de las víctimas de un tiroteo masivo en Texas, en 2017, por desestimar una ficha psicológica que podría haber impedido al tirador comprar el arma con la que perpetuó la matanza.

Hay otro antecedente paradigmático: el caso australiano. En 1996, un trastornado llamado Martin Bryant entró a un restaurante de Port Arthur a matar, y después de nueve horas de asedio, había dejado sin vida a 35 personas. El clamor público fue tal, que el primer ministro John Howard, quien apenas tenía dos meses en el cargo, se vio obligado a promulgar la prohibición de rifles de asalto, instaurando reglas muy restrictivas para la posesión de armas. El estado “compró” a sus ciudadanos alrededor de 700,000 armas, que fueron destruidas. ¿El resultado? En los 18 años anteriores a esta ley, en Australia hubo 13 masacres, y tuvieron que pasar 22 años para que sucediera una (en 2018 una persona mató a seis de sus familiares con un arma de fuego).

Otro gran antecedente son los 10 años, de 1994 a 2004, que en Estados Unidos estuvo vigente la Prohibición Federal de Armas de Asalto, una ley que restringía la manufactura, venta y posesión de armas semiautomáticas y los cargadores de más de 10 balas. Para poder pasar esa ley, tuvo que haber antes una indignación en la sociedad por masacres que habían sucedido en California y Texas. Hasta los expresidentes republicanos Gerald Ford y Ronald Reagan mandaron una carta al congreso, aprobando la medida.

Incluso se logró superar el dogma de la segunda enmienda, que tanto citan los republicanos de hoy, como si fuera verdad revelada, siendo que es una ordenanza hecha para la muy distinta realidad del siglo XVIII. Las matanzas bajaron 37% en esa década, y el número de muertos, 43%. ¿Qué sucedió después? Que George W. Bush, el mismo presidente ultraconservador que lanzó la guerra injustificada contra Irak, no renovó la ley, con lo que las masacres volvieron a aumentar en 183% entre 2004 y 2014. El número de muertos por tiroteos masivos subió 239%. Ahí está el huevo de la serpiente. Pero en los antecedentes citados se encuentra también el remedio a esta barbarie. Sucederá algún día: se impondrá la razón. No sabemos cuándo. No por ahora.

José Manuel Valiñas es articulista de política internacional. Dirigió la revista Inversionista y es cofundador de la revista S1ngular.

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