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La importancia de gastar dinero en inversiones (Parte 1 de 2)
Entiendo que el título de esta columna, a primera vista, puede sonar contradictorio. Pero esa es la idea: está probado que la manera más efectiva de ahorrar consiste, precisamente, en considerar al ahorro como un gasto fijo, como si fuera la renta, la hipoteca o el recibo de la luz. Es un pago más que tenemos que hacer, pero también es el primero y el más importante. De ahí nace el concepto de pagarnos primero a nosotros mismos.
En mi columna anterior mencioné que el ahorro, sin duda, es una condición necesaria para construir patrimonio, pero no es suficiente: necesitamos invertir ese dinero para que crezca, de manera compuesta, a un ritmo promedio de al menos cuatro puntos porcentuales por arriba de la inflación.
Así, estamos haciendo que nuestro dinero genere más dinero. Está trabajando para nosotros, para que algún día (nuestro retiro o incluso antes), ya no tengamos que trabajar para poder vivir. En otras palabras: que el trabajo sea una opción, pero ya no una obligación. Eso se llama libertad financiera.
Tristemente, la mayoría de la gente que logra ahorrar se queda en ese paso. Pone su dinero, en el mejor de los casos, en instrumentos de corto plazo para ganar intereses: abren cuentas en apps que han visto en redes sociales y que están pagando tasas promocionales para atraer clientes, lo ponen en Cetes a 28 días o en fondos de inversión en instrumentos de deuda y liquidez diaria.
Todos esos instrumentos son más de ahorro, que de inversión (aunque tengan ese nombre y paguen intereses). Están diseñados y son ideales para objetivos de corto plazo (por ejemplo, ahorro para hacer un viaje el próximo año) o bien para mantener dinero que necesitamos tener líquido, como nuestro fondo para emergencias o el efectivo que estamos reservando para gastos irregulares.
Pero no son buenos instrumentos para construir patrimonio a largo plazo, porque en general, los rendimientos netos que pagan no son mayores a la inflación, a pesar de que hoy sí lo están haciendo. Debemos entender que estamos viviendo un entorno de tasas reales muy elevadas y que eso no es lo normal. De hecho, ya han empezado a bajar (recordemos que el Banco de México anunció la semana pasada un primer recorte a las tasas de referencia) y lo seguirán haciendo hasta que lleguen a sus niveles “normales”.
Invertir, en términos generales, es poner dinero a trabajar durante un periodo en algún tipo de proyecto o empresa, con el fin de generar retornos reales positivos (es decir, ganancias que exceden el monto de la inversión inicial actualizada a la inflación). Es comprar activos que tengan un potencial de crecimiento real a lo largo del tiempo.
Uno puede invertir en muchos tipos de emprendimientos (ya sea directamente o indirectamente), por ejemplo: poner un negocio propio, comprar acciones de negocios ya existentes, adquirir bienes raíces para generar ingresos por arrendamiento (o incluso venderlos, si se da la oportunidad, a un precio más alto en el futuro).
A diferencia del ahorro, invertir implica también tomar riesgos, porque los proyectos en los que invertimos pueden fallar (o tener un desempeño mediocre que resulte en una pérdida de valor). En ese sentido, no existe ninguna inversión “segura”, aunque sí existen mecanismos para controlar esos riesgos. Uno de ellos es la diversificación.
Entonces, tenemos que considerar nuestras inversiones como un gasto fijo. Así como compramos comida para el refrigerador, también tenemos que comprar buenos activos que puedan apreciarse con el tiempo. Poco a poco, mes a mes, con constancia, consistencia y disciplina, pero de manera inteligente y diversificada.
Hay muchísimas maneras de hacerlo y para eso también es importante leer sobre el tema y adquirir educación financiera. Para quien no sabe invertir y no tiene interés en aprender, una de las formas más fáciles y menos riesgosas es simplemente hacer aportaciones voluntarias a su Afore, de manera domiciliada, durante toda su vida. En ellas, el dinero se invierte precisamente en activos de largo plazo, de manera diversificada y con muchos controles de riesgo. Además las comisiones que cobran han bajado significativamente en los últimos años (en mi opinión siguen siendo un poco elevadas, pero eso tiene una razón: la enorme carga regulatoria que tienen).
Pero también hay otras maneras y de ellas hablaremos en la siguiente entrega.