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Opinión

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Manipulación y fabricación de enemigos

Siempre han existido formas de dominio que requieren la presencia de supuestos enemigos a los que hay que odiar”.

Vicenc Fisas

En la primera parte de esta serie analicé la habilidad de manipulación de los dos personajes más siniestros del siglo XX: Hitler y Stalin, cuyos métodos para mantenerse en el poder se basaban en la “creación o fabricación de enemigos”. En la segunda parte describí como el dirigente ruso, Vladimir Putin, ha utilizado métodos similares, apelando a la “guerra contra el crimen y la corrupción” a principios de su mandato, la invasión de Chechenia cuando era primer ministro en 1999 y el ataque a Georgia en 2008. Analicé además, la invasión a la península de Crimea y a la región del Donbás en 2014, así como los argumentos utilizados para justificar dichas invasiones, como son el concepto de la “Gran Rusia” y las ideas del movimiento Paneslavista.

Putin también recrea a los “enemigos del pasado”, criticando a varios líderes soviéticos. A Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin, lo culpa de haber cedido la península de Crimea a Ucrania en el año 1954. Este acto simbólico pretendía compensar a esta nación por los abusos cometidos por el régimen stalinista contra el pueblo ucraniano, como fue  la hambruna intencionalmente provocada durante la década de los años 30 en un hecho conocido como Holodomor (que significa literalmente: matar de hambre). A Lenin lo critica por haberle otorgado el mismo rango jurídico y el mismo nivel de autonomía a todas las repúblicas que integraban la Unión Soviética, lo que les daba derecho de independizarse sin ninguna restricción, hecho que se materializó al derrumbarse esta potencia ocho décadas después. Putin, quien trabajaba en ese momento como agente de la KGB, considera que la caída de la URSS fue la mayor catástrofe política del siglo XX, haciendo responsable directamente al recientemente fallecido Mikhail Gorbachov. El último líder soviético, que reconoció las limitaciones del régimen comunista y se atrevió a romper su monopolio de poder, es admirado en Occidente y repudiado por el gobierno ruso actual,. Como señala Simon Sebag Montefiore en su libro Los Romanov, para Putin: “Los criminales más grandes de nuestra historia fueron esos peleles que tiraron el poder al suelo, Nicolás II y Mikhail Gorbachov”.

Es interesante observar que Vladimir Putin, a pesar de sus agresivos comentarios contra varios dirigentes del pasado, no critica a Stalin. En un discurso pronunciado en 2014, habla sobre La Gran Guerra Patriótica (1941-1945) dirigida por Stalin, enfatizando que esta victoria sobre Alemania “borró la humillación del pueblo ruso”. Putin, convenientemente,  evita mencionar la alianza entre Alemania y la URSS firmada en 1939 por el propio Stalin. En una entrevista realizada en 2017 por el director de cine Oliver Stone, el dirigente soviético fue más allá, al afirmar que Stalin había sido “excesivamente satanizado”. Para Putin, las atrocidades cometidas en la época de Stalin, como la hambruna en Ucrania y el encarcelamiento y muerte de millones de rusos en los campos de prisioneros (Gulags), pasan a un segundo término, mientras que la capacidad de manipulación del llamado “Zar Rojo”, parece ser para él un motivo de admiración digno de ser imitado.

A diferencia de intervenciones militares anteriores, en la invasión a Ucrania que inició en febrero de este año, Putin enfrentó una mayor dificultad para “fabricar al enemigo”, ya que Rusia y Ucrania se han considerado históricamente como naciones eslavas hermanas. En un análisis de los discursos del dirigente ruso, Sofía Tipaldou y Phillip Causal en su artículo ¿Justificaciones populistas de guerra?, afirman que el dirigente ruso “no ha dejado de repetir que los rusos y los ucranianos forman un mismo pueblo y deben compartir su destino”. En sus discursos de 2015, Putin afirmó falsamente que no lucharía contra el pueblo de Ucrania por los vínculos históricos, culturales y económicos que tenía con Rusia. En febrero de este año, ya iniciado el conflicto, Putin describió a los ucranianos como: “nuestros camaradas, personas unidas por la sangre y los lazos familiares”, pero también afirmó que Ucrania tiene “un gobierno corrupto que ha exprimido al país y se ha convertido en una colonia extranjera con un estado privatizado que intenta erradicar el idioma ruso, promueve la asimilación e intenta destruir la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Moscú”. Putin encontró un argumento con un ángulo diferente; su lucha no es contra el pueblo ucraniano, sino contra  su gobierno.

Putin, durante la invasión a Crimea en 2014, ya había utilizado el tema de la religión para justificar sus acciones, al afirmar: “Todo en Crimea habla de nuestra historia y nuestro orgullo, es el lugar donde el príncipe Vladimir adoptó la Ortodoxia, lo que predeterminó la base general de la cultura, civilización y valores humanos que unen a los pueblos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia”. Es importante notar que la Iglesia Ortodoxa Rusa coincide plenamente con Putin, los patriarcas ortodoxos consideran que: “Rusia no puede ser un estado vasallo, porque más que un país, es una civilización, un crisol cultural, una enorme potencia”. Como comenta Jean Meyer en su artículo Utopía Ortodoxa, “El régimen de Putin une peligrosamente dos proyectos paralelos: el nacionalismo y la religión”.

Otros enemigos reiteradamente señalados por Putin son la OTAN y los países de Europa Occidental, que son acusados de invitar a Ucrania y a otros países vecinos de Rusia a afiliarse a este organismo. Henry Kissinger, asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado en el gobierno de Richard Nixon, quien hasta la fecha sigue siendo considerado un experto en el tema geopolítico, ha declarado que es un error que la OTAN le haya dado una señal a Ucrania para ser parte de esta alianza. No es tan obvio, sin embargo, que los países miembros de la OTAN realmente quieran afiliar a Ucrania, ya que implica un compromiso de apoyo incondicional en el caso de una guerra, lo que hasta ahora no han hecho. Por otra parte, después de las invasiones a Chechenia, a Georgia, a Crimea e incluso a la región del Donbás en su frontera sureste, no es de extrañarse que el pueblo ucraniano busque un acercamiento y la protección de occidente. Cualquier país haría lo mismo ante la amenaza de un vecino que es gobernado por un dirigente autocrático que tiene el deseo irrefrenable de convertir a Rusia en un imperio y que idealiza los tiempos de gloria de los zares y del gran poderío de la Unión Soviética. Iván Igartúa en su artículo Armas en los labios: Putin y la insoportable tergiversación de la historia, comenta: “Los argumentos que ha esgrimido el régimen autoritario de Rusia para lanzar el ataque a Ucrania son esencialmente geopolíticos, defendiendo la idea de que el Kremlin sólo exige un cinturón de seguridad para sus ciudadanos frente a la tendencia expansiva de la OTAN. Esto supone menospreciar la megalomanía de Putin, quien aspira a refundar un orden internacional”. Vale la pena aclarar que el propio Kissinger, al conocer la tragedia humanitaria de la invasión reciente a Ucrania, afirmó: “No hay excusa por lo que Putin ha hecho este año”.

Otro de los enemigos que Putin señala es el neonazismo. Como comenta Vicenc Fisas en su artículo: Putin en el diván, este argumento ya había sido utilizado en 2014 durante las revueltas del Maidan, donde Putin declaró que se había efectuado “un golpe de estado por parte de los nacionalistas, rusófobos y antisemitas”. Sin duda, Ucrania ha tenido un pasado bastante vergonzoso en este ámbito, como lo muestra el colaboracionismo del líder ucraniano Stepan Bandera con el Nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. No podemos ignorar algunos hechos preocupantes en la Ucrania actual; la existencia de un Partido Neonazi y de un grupo paramilitar de ultraderecha, el Batallón Azov, que se fortaleció desde la revuelta del Maidán en 2014 y que ha colaborado estrechamente con el gobierno en la defensa contra la invasión rusa. Sin embargo, como afirma Aris Roussinos en su artículo: La verdad sobre la extrema derecha ucraniana: “La extrema derecha y los neonazis tienen un peso militar que han venido ganando en gran medida en el campo de batalla, pero Ucrania no es un estado nazi como afirma la propaganda de Putin, sino una democracia imperfecta”.

Rusia, por su parte, no ha sido precisamente un ejemplo de tolerancia étnico-religiosa. En tiempos del Zar Alejandro III, “la Rusificación del Imperio”, atentó directamente contra diversos grupos minoritarios, que enfrentaban severas restricciones y maltratos. En esa época la policía secreta zarista, la Ochrana (antecesora de la KGB) difundió una serie de mitos que tergiversaban la realidad (lo que hoy conocemos como “Teorías de Conspiración”), en contra de las minorías étnicas. Stalin, por su parte, llevó la “fabricación de enemigos” a niveles inconcebibles tanto en la década de los 30, como en la Posguerra, acusando sin fundamento a miembros de diferentes nacionalidades y religiones, que fueron expulsados del Partido Comunista y encarcelados. La difusión de mitos y mentiras fueron muy útiles para servir a los intereses tanto del régimen zarista, como del estalinismo. Ambos gobiernos buscaban distraer a la población rusa de sus penurias económicas, mediante la polarización y el odio.

La afirmación de Putin de que esta guerra es una guerra de defensa contra el nazismo, es un intento de manipulación y de “fabricación de enemigos”. Como comenta Timothy Snyder: “En la Rusia del siglo 21, el “antifascismo” se convirtió simplemente en el derecho de un líder ruso a definir enemigos nacionales. Para Putin, un “fascista” o un “nazi”, es simplemente alguien que se opone a él o a su plan para destruir Ucrania”. Acusar a alguien de nazi, por oponerse a las ideas políticas, es inaceptable aquí o en China, ya que como afirma el propio Snyder: “… es una agresión contra la memoria europea, ya que está distorsionando el significado de la palabra nazi y degradando el concepto de genocidio”. Utilizando el concepto de Hannah Arendt; es banalizar el mal que el nazismo causó a la humanidad.

El autor

Sus opiniones son personales y reflejan su interés en aprender de la historia.

Moisés Tiktin, economista, consultor y consejero independiente.

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