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Mientras el sol se apaga
El hecho de que oscurezca en pleno día no es cualquier cosa, lector querido. Intranquiliza. No porque todo el mundo sea una criatura solar y luminosa que se desmadeja cuando desaparece el astro rey, más bien porque, así seamos los más fríos de sentimientos y los más metálicos de corazón, tenemos la sangre caliente.
Aunque ya estuviéramos advertidos, todavía cuesta renunciar a la sana idea de que los días deben durar lo que duran todos los días y las noches solamente deben llegar de noche. Ni siquiera el posible triunfo de la inteligencia artificial sobre la verdadera estupidez, nos asusta tanto. Y no es culpa de nuestra ignorancia científica, lector querido. Tal vez –como desde el principio de los tiempos– nos aterra más el hecho de que ante un eclipse no podemos hacer nada. No tenemos injerencia: el sol, la luna y las estrellas se nos mueven sin permiso.
No es nada nuevo. El miedo, el estupor y la intriga, vienen de tiempos remotos y por ello se han tejido historias y mitos fabulosos desde muchos lugares de la Tierra.
Se dice que para los coreanos, por ejemplo, los eclipses representaban del rey del oscuro país de Gamag Nara, que quería robarse al Sol y a la Luna. El monarca enviaba a sus perros para que se llevaran alguno de los dos cuerpos celestes y la oscuridad se producía cuando los canes cerraban el hocico ya habiéndose tragado a alguno de los dos. El fenómeno terminaba cuando los perros soltaban a los astros por haberse quemado con el Sol o congelado por la Luna.
En el antiguo Egipto, en cambio, se creía que los eclipses se producían cuando Set, convertido en un cerdo negro, atacaba a su enemigo Horus y le arrancaba alguno de los ojos (que indistintamente podían ser el Sol o la Luna) y se lo tragaba. La restauración de la luz se producía por intervención de Ra. Los faraones, no tenían empacho en salir a caminar por el templo de Osiris durante un eclipse de Sol, sin cuidado alguno. Muy a gusto de sentir al solecito tatemándoles los hombros, después de dos o tres minutos de fresca oscuridad y felices de que los plebeyos creyeran que, como el faraón era la personificación del Sol, su caminar por el templo aseguraba que todo iba a estar bien bajo su gobierno y nada cambiaría.
Los antiguos esquimales, de temperamento más frío, creían que los eclipses ejercían una influencia negativa en la tierra. Para ellos, el Sol y la Luna estaban enfermos, y para evitar contagiarse con el mismo mal, todas las mujeres esquimales ponían, como protección, todos sus utensilios de cabeza.
Podría parecer extraño, pero todavía hay quien piensa que los eclipses son un presagio, un mensaje o una señal que descifrar. Ocurre desde que el mundo es mundo y lo atestiguan muchas palabras escritas sobre ello:
Y Arquíloco, por ejemplo, poeta griego, describió así un eclipse ocurrido 6 de abril del año 647 antes de Cristo:
"Nada puede ser sorprendente, imposible o milagroso, ahora que Zeus, padre de los Olímpicos ha hecho la noche en pleno día, ocultando la luz del sol brillante. Un miedo que debilita el ánimo sobrevino a la humanidad. Después de esto, los hombres pueden creer y esperar cualquier cosa”.
Plutarco, en su obra Vidas paralelas de finales del siglo I y principios del siglo II, le otorgó otro significado a este fenómeno astronómico y relató cómo el general tebano Pelópidas se aterró de tal manera por la súbita oscuridad que provocó el eclipse ocurrido en el año 365 a.C., que decidió suspender una batalla contra los espartanos y abandonar el campo con su ejército.
El mismo Homero se inspiró en un eclipse, cuando en los versos 356 y 357 del vigésimo canto de La Odisea, celebra – en lo oscurito- le desaparición y muerte de todos los pretendientes de Penélope y se lee lo siguiente: “El Sol desapareció del cielo, y una terrible oscuridad se extendió por doquier”.
La Biblia, específicamente en el Antiguo Testamento, da cuenta de varios profetas escribiendo palabras sagradas, pero apocalípticas, culpando a los eclipses. (Cheque usted, nomás sin asustarse, lo que dice en Joel 2:10; 2:31: "La tierra tiembla, el cielo se estremece, el sol y la luna se oscurecen, y las estrellas ya no brillan... El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes del gran y terrible día del Señor").
No ha parado nunca. Siguieron escribiendo sobre los eclipses Santo Tomás, Aristóteles y hasta Cristóbal Colón en sus Diarios. Por acá, Sor Juana, los explicó desde su piramidal, funesta y de la tierra nacida sombra, de su Primero Sueño, Augusto Monterroso en su cuento, El Eclipse y Gabriel García Márquez En el amor y otros demonios.
La última vez que México experimentó un eclipse total de sol, antes del de hoy, fue en 1991, No se acabó el mundo. La luna no se tiñó de sangre ni apareció el Anticristo. Hoy, tal vez leyendo esta página e imaginando cómo va a escribir su propia historia mientras el sol se apaga. Nada que adivinar, ninguna señal a interpretar. Solamente disfrutar, con extraordinario júbilo, haber llegado a un eclipse.