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Opinión

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Muerta la reina, viva el rey Erling Haaland

Reino Unido dejó de ser un imperio para convertirse en una serie de Netflix.

La crisis de Suez representó su punto de inflexión. Estados Unidos enfureció contra los británicos por ir a la guerra en Egipto. Es el año 1956, y Washington ya tenía la estafeta en la mano, pero el orgullo británico quería creer lo contrario.

La reina Isabel terminó siendo una figura del soft power británico, David Cameron en víctima de su ambición y Boris Johnson en una especie de Chernóbil político.

La muerte de Isabel implora a los demonios requeridos para la nueva temporada de The Crown donde la ficción estará ausente: “La defenestración del príncipe Enrique”.

Los adelantos los han hecho Harry y Meghan, también en Netflix.

En efecto, Reino Unido pasó de ser un imperio a una serie de televisión. Murdoch lo sabía años atrás, cuando a su periódico News of the World lo tuvo que cerrar por haber rebasado la línea que divide la vida pública de la vida íntima.

García Márquez escribió que las vidas de las personas tienen tres facetas: pública, privada e íntima.

Entrar al hotel Ritz de París para encontrar la habitación de Diana y Dodi terminó en una persecución de paparazzis sobre la feliz pareja, y también con la vida de la madre de Harry. Es la versión Disney. La otra, la dura, la conocerán mejor los servicios de inteligencia.

Diana y Harry terminaron por dejar pasar la realidad al Palacio de Buckingham. Es decir, tomaron venganza de quienes los sometían bajo techo, pero al mismo tiempo incentivaron el nutritivo mercado de los chismes. (Envidia de Murdoch)

Es la época de los antihéroes.

David Cameron prometió a su partido un referéndum sobre la estadía de su país en la Unión Europea a cambio de asegurar su apoyo durante la que sería su reelección. El populismo también se enseña en Eton.

Boris Johnson fue destruido por sus propias mentiras frente a la pandemia.

Acto seguido, muere la reina Isabel.

Reino Unido se queda sin imperio, fuera de Europa y sin reina, su poderoso soft power. Les queda la inflación, la salida del país de los plomeros procedentes de Europa del este y la escasez de alimentos en las tiendas, y de enfermeros en hospitales.

Les queda el rey Carlos III y la reina Camila, siempre acompañada del fantasma de Diana quien todos los días le jalará los pies en las mesas de redacción de los diarios sensacionalistas.

Muy lejos, en California, Harry y Meghan seguirán acumulando likes en venganza del racismo que vivió la actriz en su infausta vida de palacio.

Si el Manchester City lograra obtener el título de la Champions, la corona sería motivo de envidia para los de la otra corona.

Muerta la reina, viva el rey Erling Haaland.

@faustopretelin

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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