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Periodismo con igual pasión y urgencia
Ser periodista ya no es como antes, suele decirse ahora. Es cada vez más peligroso y requiere mayor cuidado. No sólo para comunicar mejor sino también para no perder la vida. Lidiar con el hecho de que la prensa también se ha convertido en noticia y los periodistas son objeto de los análisis más crudos, las críticas más públicas y su trabajo acusado de provocar catástrofes y construir edificaciones que no les corresponden. No hay que volver a decirlo ni asustarnos de más, lector querido, porque todo es como siempre. Desde la aparición de la prensa en México, con distintos tonos y cambiando el volumen, informadores y lectores hemos bailado el mismo son.
Empecemos por el principio. Fue en el siglo XVI, cuando por las calles de la capital de la Nueva España, los pregoneros, acomodados en plazas públicas o en sitios de gran concurrencia como los mercados o los atrios de las iglesias, gritaban lo que sucedía a nuestro alrededor. Nada de fajos de papeles que llegaban a domicilio, ni puestos de la esquina. Todos controlados por la censura, eso sí, ya que su escandalosa labor informativa sólo podía realizarse bajo supervisión de las autoridades virreinales, que checaban si existía un permiso del Cabildo para que trabajaran los incipientes reporteros.
No tardaría en llegar la imprenta y las noticias en voz alta ser sustituidas por la circulación de hojas volantes, un objeto informativo, delgadito y hecho de papel, para comunicar las noticias importantes. La primera de ellas reportando un terremoto y con la siguiente cabeza: “Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en las Yndias en una ciudad llamada Guatimala. Es cosa de grande admiración y de grande ejemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos apercibidos para quando Dios fuere servido de nos llamar”.
Tan novedoso medio informativo, muy pronto adquirió fama y una utilidad práctica y diversa: comenzaron a publicarse descubrimientos, fiestas, remedios y anuncios. Después surgieron las gacetas, donde era posible encontrar una columna de opinión, una editorial de acontecimientos relevantes, efemérides, agenda, un ensayo de origen local o un texto importado sobre cualquier tema; ya fuera de astronomía o del cultivo casero de las zanahorias, es decir, cuestiones particulares de interés para nuestra floreciente colonia.
Después de que volaron las hojas, se guardaron las gacetas y de los pregones no quedó ni el recuerdo del eco, en 1810 –con oportunidad periodística– apareció "El Despertador Americano", fundado por el cura Miguel Hidalgo y Costilla. A partir de aquel momento no hubo manifiesto, loa, edicto o discurso que lograra el efecto de esta publicación, marcada como el inicio del periodismo político (o de fondo) de México y los enfrentamientos por el poder se convertirían en los temas más ventilados por el periodismo mexicano durante los siglos XIX y XX. Y así, las contiendas ideológicas se verificarían en dos escenarios paralelos, totalmente diferentes, pero igual de importantes en cuanto a estrategia y difusión ideológica: los campos de batalla y las páginas de los periódicos.
Ejemplos sobran. En la contienda electoral de 1871, por ejemplo, donde por vez primera se disputaron la Presidencia las tres figuras más importantes de la vida política mexicana de la época: Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, los periódicos tuvieron un papel toral. La radicalización de las posturas entre Lerdo y Díaz y sus respectivos seguidores, dividió a la prensa en dos grupos totalmente polarizados. Se multiplicaron las publicaciones periódicas, se consagraron otras y ante periódicos como "El Imparcial", surgieron "El Tecolote", "La Ley del Embudo" o "La Carabina de Ambrosio", sin olvidar a "El Ahuizote", "El Cascabel" o "El Padre Cobos", todos cubriendo a distintos candidatos y campañas.
La semana que corrió del 23 al 30 de mayo de 1911 fue una de las más duras en la capital de la República. Sentados en sus curules, despachando en sus oficinas, disfrutando de sus fiestas, viviendo a sus anchas y en sus anchas casas, una parte de la población, la más cercana al gobierno, la que había confiado en que el levantamiento armado de la Revolución desaparecería en un santiamén, se enteró de la realidad por los periódicos. Al amanecer del 24 de mayo se reportaron amotinados afuera de Palacio Nacional pidiendo a gritos –cada vez más fuertes– la renuncia del presidente y en menos de 24 horas se informó que Porfirio Díaz había firmado su renuncia y no tardaba en partir hacia el puerto de Veracruz para irse del país.
La nota sobre la silla vacía que dejó don Porfirio después de 30 años y sobre quién iría a ocuparla, fue la más importante de la semana y la de muchas jornadas que siguieron. Llegó una nueva época con nuevos presidentes, otros caudillos, máximos jefes, ídolos patrios y traidores diferentes. La prensa y los periodistas lo reportaron todo. Hoy, podemos creer que el tiempo ya ha pasado y vivimos una época de prioridades diferentes, lector querido. Sin embargo, letras, voces, multitud de pantallas, toda plataforma digital y página de tinta sigue pregonando, escribiendo y gritando con igual pasión y urgencia. Esperando informar –con más oportunidad y mejor que nadie– la noticia del destino que le espera a una silla que es la misma.