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Perpetuarse en el poder a través de sucesores débiles (Parte II)
En la primera parte de este artículo comenté los casos de líderes con gran arraigo en el poder, que designaron o apoyaron a sucesores que fueron considerados débiles e incondicionales. Mencioné a Charles De Gaulle y George Pompidou en Francia, a Richard Nixon y Gerald Ford en Estados Unidos y a Vladimir Putin y Dimitri Medvedev en Rusia.
México ha tenido varios casos en su historia en donde un líder poderoso nombra a un sucesor que puede controlar fácilmente. El caso de Antonio López de Santa Anna es un buen ejemplo. En 1843 nombró como presidente interino a Valentín Canalizo, quien era su amigo y padrino de su segunda boda, lo que le permitió poder retirarse temporalmente a una de sus haciendas. Canalizo, de quien se decía que era “el más fiel al presidente de México Don Antonio López de Santa Anna”, ocupó la presidencia de septiembre de 1843 a junio de 1844, cuando el controversial líder decidió regresar al poder, para volver a irse unos meses después y dejarlo a cargo nuevamente. Cabe mencionar que Santa Anna fue seis veces presidente, durante un periodo de más de 20 años (de 1833 a 1855).
Durante el Porfiriato (1876 a 1911), el general Porfirio Díaz, después de 4 años en el poder, apoyó a su compadre Manuel González como candidato a la presidencia, para el periodo 1880-1884. El Manco Gonzalez, quien perdió su brazo luchando bajo el mando de Díaz durante la Intervención Francesa, ejerció el poder de manera parcial, ya que durante este periodo Don Porfirio ocupó la Secretaría de Fomento y Colonización, pasando a ocupar la gubernatura de Oaxaca unos meses después. González concluyó su mandato en medio de un escándalo de corrupción, que se especula que fue propiciado por el propio Díaz, ya que no le gustaba la popularidad que González estaba acumulando. Díaz regresó a la presidencia en 1884, manteniéndose en el poder hasta 1911.
Durante el periodo conocido como el Maximato, entre los años 1928 a 1934, Plutarco Elías Calles designó a tres de sus sucesores: Abelardo Rodríguez, Pascual Ortiz Rubio y Emilio Portes Gil, sobre quienes tuvo gran influencia. Calles, quien había sido el sucesor de Álvaro Obregón de 1924 a 1928, tuvo un gobierno de grandes contrastes; por una parte, impulsó la creación del Banco de México, mientras que por otra parte, su actitud anticlerical extrema detonó el conflicto contra los cristeros. Calles terminó su mandato en un ambiente sumamente tenso y, en ese contexto, apoyó a Obregón a buscar la reelección para el periodo 1928 a 1932. El objetivo común de Calles y Obregón se logró, al efectuar reformas constitucionales que permitían la reelección presidencial siempre y cuando esta no fuera consecutiva. Algunos historiadores se refieren a este acuerdo como “La Diarquía”.
La candidatura de Obregón se oficializó en junio de 1927, lo que provocó que los dos principales candidatos antirreeleccionistas, los generales Francisco Serrano y Arnulfo Gómez, arrancaran sus campañas políticas en franca rebeldía. El desenlace fue el asesinato de ambos contrincantes políticos. La famosa novela de Martín Luis Guzmán “La Sombra del Caudillo”, publicada en 1929, cuya película fue prohibida en México durante varios años, hace referencia a estos hechos. Obregón fue reelecto, pero no pudo volver a ocupar la presidencia, ya que fue asesinado. Su muerte provocó que se buscara un presidente interino que no fuera militar y que se intentara institucionalizar la selección de candidatos a la presidencia.
Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) aglutinando en este partido (antecesor del PRM que después se convirtió en el PRI) a todas las fuerzas políticas, proclamando “el fin de la época de los caudillos para dar lugar a las instituciones”. Esta afirmación distó de la realidad, ya que la centralización de las fuerzas políticas que se logró con el PNR le dio a Calles una mayor autoridad política. El expresidente empezó a ser llamado “Jefe Máximo de la Revolución” y ese periodo de la historia es conocido como el “Maximato”, donde el poder ya no se buscaba a través de la reelección, sino a través de una democracia simulada con sucesores débiles, que eran manipulados por el propio Calles.
Con el aval del “Jefe Máximo”, llegó a la presidencia Emilio Portes Gil por un periodo de 2 años, con el objetivo principal de organizar nuevas elecciones. Su presidencia se caracterizó por la gran influencia que Calles tuvo, siendo este quien definía los proyectos prioritarios y designaba a los miembros del gabinete, incluyéndose a sí mismo como secretario de Guerra y Marina, en 1929. Después de las elecciones de 1929, que fueron muy controvertidas, Pascual Ortiz Rubio le arrebató el triunfo a José Vasconcelos y fue nombrado presidente en 1930. Durante su breve gobierno, las decisiones importantes también fueron tomadas por Calles, a pesar de que afirmaba que se mantenía “al margen del poder”. Este hecho era desmentido por la ironía de la gente que señalaba al Castillo de Chapultepec (antigua residencia presidencial), diciendo: “Aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”, haciendo referencia a la residencia de Calles en la Calzada Mariano Escobedo.
Después de sufrir un intento de asesinato, Ortíz Rubio decidió renunciar a la presidencia. Su sucesor, Abelardo L. Rodríguez, ocupó el cargo de 1932 a 1934. Al igual que sus dos antecesores, durante su gobierno Calles tomaba la última palabra desde su finca en Cuernavaca o desde su casa en la colonia Anzures. Calles eligió al general Lázaro Cárdenas para el siguiente periodo presidencial, pensando que su protegido, a quien se refería afectuosamente como “el chamaco”, le cuidaría las espaldas. Así pareció durante los primeros dos años, hasta que en 1936, el presidente Lázaro Cárdenas cambió su gabinete y expulsó del país a Calles, dando fin al Maximato.
Unos años más tarde, Miguel Alemán Valdés, quien ocupó la presidencia de 1946 a 1952, quiso mantenerse en el poder, ya fuera por la vía de la reelección o por la designación de un sucesor incondicional. Alemán fue un presidente que favoreció la industrialización del país, llegando a ser muy popular, a pesar de la corrupción desmedida que caracterizó a su administración. Alentado por la incondicionalidad de varios miembros de su partido que lo propusieron para el Premio Nobel de la Paz (entre los que se encontraba el entonces diputado Gustavo Díaz Ordaz), el presidente pensó en reelegirse. Al ver que la reelección no era viable, intentó designar como candidato a su colaborador más cercano, Fernando Casas Alemán, quien era el regente de la Ciudad y colaborador en varios de sus negocios personales. Afortunadamente, varios expresidentes se opusieron, tanto a la reelección como al nombramiento de quien seguramente hubiera sido un débil sucesor.
En la tercera parte de esta serie describiré otros casos en la historia de nuestro país, donde la selección del candidato por parte del presidente en turno tomó como elemento principal el que su sucesor fuera leal y “le cubriera las espaldas”, dejando de lado una sucesión democrática, donde se eligiera al candidato por su capacidad y no por su incondicionalidad al jefe.