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Opinión

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¿Prohibir las letras de reggaetón?

Foto: Reuters

En 1985, el vocalista de Twisted Sister, Dee Snider, fue uno de los músicos que testificaron ante el Senado estadounidense para protestar sobre una propuesta que Tipper Gore y el Parents Music Resource Center (PMRC) que buscaba —una vez más— satanizar al rock. El grupo comandado por la esposa de Al Gore —quien años después sería vicepresidente— seleccionó una lista de 15 canciones de artistas como Madonna, Judas Priest, Prince, Venom, Mötley Crüe y Twisted Sister, que calificó de pornográficas, y buscaba que la Asociación de la Industria de la Grabación de Estados Unidos pusiera en las portadas de los discos un sistema de clasificación como en las películas. Dee Snider, Frank Zappa y John Denver fueron algunos de los músicos seleccionados para comparecer sobre el tema y Snider propinó una bofetada con guante blanco a este grupo de conservadores que no tenía idea de lo que les esperaba.

“[Tipper] Gore aseguró que una de mis canciones —‘Under the Blade’— tenía letras que motivaban el sadomasoquismo, la esclavitud sexual y la violación. Las letras que ella citó no tienen absolutamente nada que ver con estos temas. Al contrario, las letras en cuestión son sobre la cirugía y el miedo que infunde sobre la gente… puedo decir categóricamente que el único masoquismo, bondage y violación en la canción están en la mente de la señorita Gore”, dijo Snider en su testimonio.

Retomo esta anécdota para tratar la iniciativa que esta semana presentó el senador Salomón Jara Cruz, de la bancada de Morena, que propone prohibir la difusión de letras misóginas en el reggaetón para acabar así con la normalización de la violencia contra las mujeres. Éste género se ha posicionado como un nuevo enemigo público como lo fue en otras décadas el rock, metal, hip hop o el punk. Son géneros que también podríamos acusar de misóginos pero que hoy no están en esta absurda discusión. En Colombia y Puerto Rico se han intentado propuestas similares que no han prosperado ni han hecho que la gente deje de escuchar a Bad Bunny o Maluma.

Pero mira más de cerca tu colección musical y encontrarás letras que también podrían considerarse problemáticas, pero son simples reflejos de las sociedades y los momentos socioculturales en donde se han gestado. Los legisladores en vez de hablar sobre políticas que fomenten la educación musical o aborden la violencia de género, siguen hablando sobre unas cuantas letras de reggaetón.

Aunque la iniciativa se centra en la difusión de letras y contenidos misóginos, no hay señales claras de que se busque atacar los problemas sistémicos que genera la violencia de género. Papá Gobierno actuaría entonces como un regulador de nuestros contenidos culturales, limitaría la posibilidad de elegir por nosotros mismos lo que consumimos. Bajo este precepto se tendrían que prohibir las canciones de pop, rancheras, narcocorridos, el hip hop, metal y gran parte del catálogo de rock. Una cosa positiva sería que, tal vez, nos libraríamos de esas letras de Arjona que son realmente problemáticas.

En su testimonio ante el Senado estadounidense, Snider consideraba que el gobierno no debería de tener injerencia sobre los contenidos musicales que consumimos: “Es mi deber como padre el monitorear lo que mis hijos miran, escuchan y leen en su preadolescencia. La responsabilidad total de esto cae sobre los hombros de mi esposa y míos, porque no hay nadie más capaz de hacer estos juicios por nosotros”.

La iniciativa del senador Jara Cruz desvía la conversación de los temas importantes, el quitar este tipo de contenidos no desaparecerá la violencia de género, a las mujeres asesinadas por políticas de Estado fallidas y no habremos aprendido nada de aquel round entre los rockeros y los conservadores del PMRC. Twisted Sister y Dee Snider no pudieron haberlo dicho mejor: “We’re not gonna take it!”.

antonio.becerril@eleconomista.mx

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Coordinador de Operaciones Online. Periodista. Desde el 2019 escribe la columna semanal sobre música “Mixtape” en El Economista. Ha sido reportero de tecnología y negocios, startups, cultura pop, y coeditor del suplemento de The Washington Post y RIPE.

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