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¿Qué hemos hecho para merecer esto?
Si el catastrófico seudo-debate presidencial del domingo hubiera sido un debate escolar, estarían todos reprobados. La candidata oficial, por sus afirmaciones falsas y denostaciones de la candidata opositora sin siquiera llamarla por su nombre; ésta, por su incapacidad de demostrar si representa un proyecto de nación distinto y, claro, el candidato naranja, por su frivolidad. Ante el desdén por la ciudadanía interesada en propuestas de solución a los graves problemas del país, podemos preguntarnos cuál es la finalidad de un encuentro (por así llamarlo) donde se intercambiaron más insultos y ataques que argumentos, y se perdió la oportunidad de contrastar propuestas y definiciones claras.
Claudia Sheinbaum, además de atacar a Gálvez, adoptó el papel de buena alumna de López Obrador, con datos mentirosos, la obligada descalificación al PRIAN (que no es lo que representa Gálvez) y una desmedida (y falaz) alabanza de su propio gobierno, sin pizca de autocrítica. Como niña de primaria ansiosa de reconocimiento, enunció una lista de dudosos premios a su administración de la capital, ignorando que la vida cotidiana aquí se ha vuelto más difícil por la deficiencia del transporte público, la falta de agua, la contaminación y la inseguridad. Consecuente con su desprecio hacia las mujeres, no sólo eludió responder a preguntas sobre la condición de éstas, mintió acerca del descenso del feminicidio (menor al 8%), se inventó una impunidad cero, surrealista en este reino de la injusticia, evitó mencionar las desapariciones y violaciones en ascenso o la ineptitud de la fiscalía. Ni siquiera por haber gobernado la ciudad pionera en despenalizar el aborto se atrevió a pronunciar esta palabra. Para eludir la deleznable política migratoria del régimen, mencionó como receta la necesidad del “humanismo” y pasó rápidamente al sonsonete “hay que atacar las causas”. Dejó claro, desde luego, que, de llegar a la presidencia, continuará con la misma política que ha ahondado la normalización de la violencia y la crisis de derechos humanos.
Xóchitl Gálvez, por su parte, expresó interés por las mujeres, la niñez, las poblaciones LGBTTQ+, migrante e indígena, expuso algunas medidas positivas para mejorar la salud y la educación desde la primera infancia, pero apenas rozó la superficie de los problemas. Apostar por la tecnología sin tomar en cuenta las desigualdades regionales y sociales, insistir en la continua expansión de pensiones y becas, sin explicar mejor cómo se financiarán, sin proponer una reforma fiscal; incluir en su proyecto a poblaciones marginadas sin aludir, por ejemplo, a la falsa inclusión populista de éstas, es insuficiente. En vez de demostrar que ella no representa al PRIAN (todos obviaron al PRD) y que es en gran medida una candidata ciudadana que ofrece una salida distinta, se enfrascó en descalificaciones repetitivas de la administración y la insensibilidad de “Claudia”. ¿Por qué no explicó que una política social no se reduce a transferir recursos, que exige construir instituciones y servicios eficientes?, o ¿por qué no aclaró que ni el presidente ni Sheinbaum “dan becas”, que se trata de recursos públicos? De una candidata opositora se esperan propuestas que contrasten con las recetas del régimen. Si se atrevió a decir claramente que los militares deben regresar a los cuarteles, ¿por qué no expuso mejor su proyecto de país sin miedo? Difundirlo en documentos aislados no basta.
A dos meses de las elecciones, el dilema para la ciudadanía crítica es claro: ¿Queremos seguir permitiendo el predominio de los militares en la vida pública, la tolerancia al crimen organizado y la normalización de la violencia, el desprecio por las libertades ciudadanas, el despilfarro de recursos y la continuidad del autoritarismo?, o ¿apostamos por una vía alterna para reconstruir instituciones democráticas, frenar la militarización y la violencia criminal, y superar en conjunto esta profunda crisis de derechos humanos? Aquí falta saber si Gálvez representa una alternativa confiable o una esperanza vaga.