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Opinión

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Que veinte años no es nada

Uno de los principales mantras de la industria de telecomunicaciones a finales de la última década del Siglo XX era “constrúyelo y ellos vendrán.” Eran tiempos de exuberancia y predicciones exageradas sobre la demanda de servicios. Lo importante en su momento era colocar la mayor cantidad de transpondedores en órbita, expandir exponencialmente las redes de fibra óptica terrestre y submarina e incrementar la cobertura poblacional de las redes móviles.

Los estudios de cientos de consultoras, desde las más chicas tipo boutique, hasta las más grandes de alcance global, no podían equivocarse. Tampoco las recetas de entes multilaterales que no veían techo posible al crecimiento sin freno del número de líneas contratadas.

Los anuncios de la época mostraban hogares totalmente conectados y el advenimiento de la 3G prometía una conectividad ubicua que eliminaría las brechas digitales de los países emergentes. Estábamos en una fase imparable de desarrollo, el futuro estaba en nuestras manos y nada sería capaz de poner freno a tanta modernidad.

Hasta que comenzaron las quiebras. Muchos siguieron el dogma como religión y construyeron la infraestructura esperando que viniesen los clientes que nunca aparecieron. Las promesas de modernidad se hicieron a un lado y en su lugar se vio el regreso de bloques de espectro radioeléctrico, la postergación indefinida de procesos de asignación de espectro y los múltiples anuncios diarios de quiebras de empresas del sector. Fueron años muy duros para un sector de telecomunicaciones muy lastimado por una industria que se había transformado en un fantasma hiperbólico en todos los sentidos. No se vendía conectividad, se comercializaban panaceas que nunca se hicieron realidad.

Adelantamos un par de décadas y muchos de los mismos síntomas se observan en el sector de telecomunicaciones. La diferencia es que ahora lo vivimos con una pequeña fracción de las empresas que existían a principios de década y la exageración ya no es fenómeno viral, sino de algunos pocos que hacen bastante ruido.

Lo interesante es la contradicción que se observa en los mensajes. Por un lado, aplauden la llegada de satélites de baja órbita como un elemento clave para eliminar la brecha digital y, por otro, se quejan de que serán años antes de que la conectividad llegue a toda la población por lo que tardará bastante subsanar la diferencia entre conectados y no conectados. ¿Acaso nadie les avisó que con las flotas satelitales la cobertura es de 100% de la población y también de la geografía?

Luego están los que repiten los preceptos del 3G, pero en esta ocasión con una 5G que será capaz de eliminar diferencias en velocidades de conexión en zonas remotas y rurales de América Latina. Sí, son quienes hablan de cómo la nueva tecnología será capaz de cubrir aquellas zonas que componen el 95% de la geografía regional, pero albergan apenas el 18% de la población de manera eficiente y rentable para los inversionistas.

Hoy día, como ayer, vemos que la situación es no tan sencilla. Que la letra en decretos, declaraciones o leyes no tienen mucho peso a menos que se asigne inversión para asegurar su implementación. Así, la declaración del Internet como derecho humano queda como una linda guirnalda navideña, sin utilidad si la medida no va acompañada de acciones concretas para hacerlo llegar a la mayoría de la población.

Entonces hoy, como ayer, los funcionarios se dan cuenta que la cobertura no lo es todo. Elementos como la inversión y la política pública actúan como filtros que aceleran o impiden las acciones dirigidas a incrementar el uso de tecnologías digitales. Temas como la educación en el uso de nuevas tecnologías, el desarrollo de aplicaciones que atiendan necesidades locales y el establecimiento de programas de capacitación técnica en zonas rurales y remotas, son algunas de las ideas que crean consenso pero que pocas veces se implementan por las autoridades. Es muchísimo más fácil asignar el dinero a las zonas urbanas que cobijan a la mayoría de la población, que al final son las que eligen y reeligen a los gobernantes de cada jurisdicción.

El resultado es que cada vez que se habla de transformación digital o de territorios inteligentes, estamos enfocándonos en iniciativas urbanas que debido a la densidad poblacional tienen más oportunidades de ser exitosas que las casi siempre deficitarias inversiones rurales. Al final de cuenta, los más desconectados son los que menos recursos tienen para quejarse por la falta de atención que les brinda el gobierno. También son los que tienen menos tiempo que perder pues con más de un 70% a 80% de informalidad laboral poco es el tiempo que les sobra para preocuparse de si hay o no acceso a redes sociales.

Igual, si se escucha alguna protesta, se les recuerda que con 5G se resolverán todos los problemas de conectividad y las brechas digitales. El que diga lo contrario simplemente no desea ver el sano desarrollo social y económico de América Latina pues las grandes consultoras y los principales expertos de telecomunicaciones en la región no pueden estar equivocados. ¿A quién le importa comer si puede jugar World of Warcraft o grabar un Tik Tok?

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