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Opinión

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Reviven los déficit

Un déficit fiscal tiene tres fuentes de financiamiento: impuestos, deuda pública o inflación.

Los problemas que enfrentan diferentes gobiernos alrededor del mundo en hacer frente a la acumulación de deuda refleja la crónica de un resultado anunciado: tarde o temprano (más el segundo que el primero) hay que pagar las cuentas.

Éste es el riego de los programas políticos de rescate, de los esquemas fiscales de estímulo, o de la economía contracíclica. Las deudas se acumulan y la solvencia de los países involucrados empieza a disminuir. Los mercados de capital han castigado esta pérdida de confianza, aun cuando se anuncia, de nueva cuenta, que habrá otras medidas de emergencia para rescatar a estos países del problema fiscal presente.

Un déficit fiscal tiene tres fuentes de financiamiento: por medio de impuestos, de deuda pública o de un proceso inflacionario. Al final, no es el gobierno quien paga las cuentas, sino los ciudadanos. En realidad, sólo es una fuente de financiamiento, los impuestos, siendo que la inflación es sólo un impuesto disfrazado, y la deuda pública un impuesto diferido. Además, existe un desplazamiento de recursos, el fenómeno que se denomina crowding out, donde los recursos que los gobiernos levantan para hacer frente a sus obligaciones incurren un costo de oportunidad, al no ser invertidos en otras áreas de la economía, potencialmente más rentables, tanto para el crecimiento como para las oportunidades de empleo.

En medio de estas orgías fiscales, pocos han preguntado una interrogante capital sobre la viabilidad de procesos de endeudamiento público para futuras generaciones. Un aumento de deuda pública es un impuesto que se cobrará, pero en el futuro. La deuda de los rescates y los estímulos, aquí y en China, es un pasivo que habrá que liquidar por medio de ingresos fiscales futuros.

En ocasiones anteriores, en este espacio, hemos hablado de tataranietos fiscales, es decir, futuros contribuyentes que todavía no nacen o que apenas dan sus primeros pasos. Parece injusto pasar las facturas derivadas de errores económicos o de gastos indisciplinados o de grandes riesgos morales, a contribuyentes que ni siquiera tienen la capacidad de protestar u opinar. Es una posición inusual, pero es el resultado lógico (o así parecería) del principio no taxation without representation.

Esta idea se la debemos a James Buchanan, Nobel de Economía 1986. La deuda pública es un proceso antidemocrático que compromete el patrimonio y la productividad de futuras generaciones Éstas no tienen ni voz ni voto, pero sí una obligación en la cual nunca participaron.

rsalinas@eleconomista.com.mx

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