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Opinión

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Segundo capítulo de la obra: el decreto y los soldados

El decreto que ordena a los soldados mexicanos detener delincuentes en todo el territorio nacional es la historia de un fracaso no documentado y una solución equivocada. Por decir lo menos.

La lógica de esta decisión es que la Guardia Nacional no pudo o no puede con el paquete, ergo, se necesita al ejército para detener el crimen. Esa es una de las construcciones argumentales que leo a mi alrededor. La otra es peor y lo sorprendente es que proviene de la oposición: la Guardia Nacional no pudo con la inseguridad y prueba de ello es que se ha echado mano de los soldados regulares. ¡Esa construcción está peor! ¡El decreto como prueba!

Empecemos por la premisa. La Guardia Nacional falló, leemos por todas partes. Pero ¿cómo lo saben? Señores, la Guardia Nacional es un esperpento constitucional sin contrapesos claros, cuya naturaleza centralizadora afecta negativamente el desempeño de la seguridad territorial y cuya columna militar desmerece la experiencia adquirida por la extinta policía federal. Eso lo sabemos porque está en el diseño. El diseño es malo y no seré yo quien lo defienda.

Pero ¿cómo sabemos que la Guardia Nacional falló? ¿Tenemos los indicadores de operativos fallidos, las operaciones de inteligencia abortadas, los enfrentamientos en donde la GN estuvo en inferioridad numérica o de armas? Sabemos, sí, que puede faltar “colmillo” al mandar más elementos a Querétaro que a Guanajuato, pero eso se arregla recordándoles que donde la cosa se puso fea es en Salamanca y Celaya, por si se les olvida o se duermen.

La verdad desnuda es que sobre el fracaso del esperpento no tenemos información. ¡Ay, pues los muertos!, gritará alguien con actitud de tener una razón pesada como el plomo. Pero no, los homicidios no son producidos por el gobierno. En todo caso no son detenidos por el gobierno o no son castigados por éste, y esos son los indicadores que necesitamos para saber si el esperpento de la GN, mal construido, falló.

Ahora pasemos al punto de la conclusión que para mi sorpresa es al mismo tiempo prueba: el decreto que ordena al ejército hacerse cargo del agujero en el que ha caído la seguridad en México. Esta medida no es el agua tibia y ya tiene rato que se demostró su falsedad: el ejército, con la formación que tiene, no soluciona ni la violencia ni el crimen. Antes al contrario, puede incluso ser una variable agravante pues distorsiona los equilibrios de seguridad (y complicidad) local, generando vacíos que ocupa alegremente y a la velocidad de la luz el crimen común.

Como prueba es aún peor. La entrada del ejército a nuestra vida diaria no comprueba ni el éxito ni el fracaso de una política pública previa, principalmente porque su ausencia no forma parte de los objetivos de esa política pública. Así de simple.

El decreto no es la historia de un fracaso ni la conclusión ni la prueba. El decreto es la continuación del objetivo inicial de este régimen de patrullar con soldados las avenidas mexicanas. La Guardia Nacional fue el primer capítulo de la militarización obradorista. Este es el segundo.

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