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Solidaridad ¿con quién?
La solidaridad es un concepto amplio y a veces ambiguo. Se puede ser solidario siendo empático con el dolor ajeno. Se puede ser solidario donando de lo propio, algo a aquél que se haya en desgracia. Se puede ser solidario compartiendo una lucha, sumándose a una causa, pero siempre es la persona, el solidario, el que pone de lo suyo para ofrecer solidaridad con el otro. Yo te doy algo de lo mío, para apoyarte, moral, ética o materialmente, para que tú alivies en un poco tu dolor y tu falta de solvencia presente. Pero lo hago yo, subrayo.
Venezuela es un país que tiene problemas. Más allá de ideología, preferencias o gustos personales, algunos datos afloran. Más de la mitad de la población está en pobreza; la inflación es de dimensiones de las que he perdido el tamaño; el hambre y la descomposición social se manifiestan en muertes, delincuencia y personas buscando qué comer en la basura. El resultado se muestra en una cifra. La agencia de control fronterizo norteamericana y los números del Instituto Nacional de Migración de México atinan a registrar cerca de 8 millones de exiliados venezolanos durante la última década, a Estados Unidos y a México.
A esa migración se suma la de haitianos, salvadoreños, africanos de diversos países, guatemaltecos y hondureños en distintos tamaños y flujos estacionales. El gobierno mexicano no ha atinado a una solución plausible o imaginativa. En general, no se sabe si esos flujos migratorios poseen mano de obra calificada o no. No se les ha censado como para saber si pudieran tener alguna utilidad en el contexto de la economía mexicana. No tenemos una idea de edades, género o promedios de escolaridad. Bien pudo haberse aprovechado esa mano de obra y ofrecer alternativas de trabajo para cubrir las plazas en ámbitos de la producción agrícola, los servicios y, quien sabe, hasta otras habilidades.
Por ejemplo, en Tabasco, la presencia de venezolanos es muy alta, dado su expertise en la industria petrolera. Usualmente las personas que migran son lo mejor de las sociedades de donde provienen, pues tienen la valentía, no son temerosas del riesgo y, finalmente, tienen que ingeniárselas para pagar el viaje, a los coyotes o las mafias que hacen los traslados de manera ilegal.
Según El Economista, a México llegaron 82,623 venezolanos de manera documentada, durante 2022, de acuerdo con la Unidad de Política Migratoria. Esa misma oficina registró 63,032 de enero a noviembre de 2023.
La respuesta del gobierno mexicano ha sido, en su visión solidaria, una política singular. La canciller de nuestro país anunció en una mañanera de la semana pasada, “que ha recibido de orden del Presidente de la República (fue enfática en este punto) para enviar de regreso a los venezolanos a su país, con una ayuda de 110 dólares americanos mensuales durante seis meses, para que se queden en su país”.
Lo anterior significa que si tomáramos los venezolanos que entraron el año pasado el programa “solidario” de AMLO, nos costaría los próximos seis meses alrededor de 41.5 millones de dólares. Es decir, cerca de 750 millones de pesos, más el transporte requerido.
No sabemos cómo se les hará llegar dichos recursos, no sabemos quiénes clasifican para el apoyo y quiénes no, no sabemos cómo verificar que esos recursos llegaron a las manos de destino. Una familia de cinco miembros estaría recibiendo un sueldo de casi 10,000 pesos mensuales, nada despreciables aquí, mucho menos despreciables en Venezuela tomando tipo de cambio oficial o en el mercado negro.
El problema más grande, sin embargo, es que el presidente de México, no lo hace con su dinero, lo hace con el dinero de nosotros, los contribuyentes de su país y con ello abandona responsabilidades y necesidades de todos nosotros para, con sombrero ajeno, hacerle un favor a Maduro. Nada más, pero nada menos, también.