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Opinión

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Soñar con un 2023 digital

Hace varios años que el mundo de las telecomunicaciones nos inunda de conceptos que tratan de hacer más asequible entender las bondades de la tecnología. Se ha vuelto algo recurrente escuchar hablar de la brecha digital, la accesibilidad, el Internet como derecho humano o cómo la pandemia nos ha llevado a una nueva realidad. El mensaje implícito es que se continúa avanzando a pesar de los obstáculos que se quieran considerar, tanto reales como imaginarios.

La tecnología avanza a pasos agigantados para que los desconectados comiencen a beneficiarse de un crecimiento económico prometido en cifras que no entienden muchos de los que tienen como prioridad saber dónde conseguirán las siguientes tortillas y frijoles con los que alimentar a sus hijos.

Lo difícil es como abordar un problema que ya esta definido. Ya se conocen cuales son los males que merodean cada uno de los conceptos antes mencionados. No es novedad para nadie saber que ya no se habla de una brecha digital limitada a tener acceso o no a servicios de Internet. Ahora se reconocen brechas digitales donde los aspectos tangibles como infraestructura y dispositivos de acceso van acompañados de insumos intangibles que brindan los distintos tipos de software.

Asimismo, es de todos sabido que la nueva normalidad es un fenómeno urbano con grandes rasgos elitistas. Simplemente observo en aquellos hogares con los recursos para pagar una conexión de alta velocidad de Internet, con el dispositivo necesario para poder hacer trabajos desde la casa y, aun cumpliendo con estos dos requisitos, solo la gozaron aquellos individuos con un trabajo que les permite hacer sus funciones sin la necesidad estar físicamente presente en una localidad especifica. El resto de la población leía y escuchaba de esa nueva normalidad quizás pensando si era burla. Tal vez se preguntaban si quienes hablaban tanto de la nueva normalidad realmente se encuentran tan desconectados de la realidad.

Con este escenario pasaron los días, las semanas y los meses. Cada cual sabiendo cuales eran los males que rodeaban al mundo de las TIC y las telecomunicaciones. Sin embargo, con muy poco esfuerzo para comenzar a implementar las soluciones que se han ido planteando año tras año para los mismos males. La realidad es esa, no tener a ninguna figura dispuesta a romper el estatus quo para realmente impulsar la conectividad.

Las excusas para justificar la dejadez son muchas. Hay quienes argumentan que el marco jurídico es erróneo y debería modernizarse. Hasta que esta modernización no ocurra es poco o nada lo que se puede hacer para mejorar la adopción de servicios digitales. Que en otras geografías se hayan popularizado sistemas de transferencia de dinero con tecnologías de 2G no es importante, lo imperativo es cambiar el marco normativo existente.

Otros hablan de los problemas que hay por la falta de compromiso de algunos de los actores del sector. Es como una novela de nunca acabar en la que la culpa es de todos, pero no la asume nadie. Este intercambio de acusaciones ha ido maquillándose de los mejores mensajes ochenteros o setenteros que se puedan concebir. Desde que impulsar la conectividad e implementar medidas centradas en beneficiar a los consumidores es parte de un plan maquiavélico germinado en el Consenso de Washington hasta aquellos que consideran que considera la expansión de la conectividad rural por medio de los subsidios es un esquema izquierdista que busca por métodos ineficientes hacer una repartición asimétrica de los recursos del estado. Al momento de buscar excusas o lavarse las manos no existe escasez en creatividad.

Sin embargo, toda esta dinámica nos deja varados en el mismo punto de partida. ¿Cómo hacer que ese dialogo esencial entre los gobiernos el sector privado, la sociedad civil y la academia ocurra? ¿Cómo lograrlos cuando hay tanta desconfianza y resentimiento entre estos distintos interlocutores? ¿Cómo integrar las agendas de corto plazo que pueden tener algunos tomadores de decisiones de política publica con aquellas de mediano y largo plazo que podría tener el sector privado o el sector académico? ¿Cómo acordarse del ser humano en todas estas discusiones?

Desgraciadamente, no hay respuestas satisfactorias a muchas de estas preguntas. Continuamos deseando una cooperación que no se concreta, escuchando sobre 5G e inteligencia artificial, cuando aún no podemos resolver como utilizarla para temas supuestamente mundanos, pero sumamente importante como el analfabetismo, la inclusión lingüística de comunidades indígenas y la reducción de la pobreza.

Es muy bonito hablar sobre tecnología y derechos humanos o de las posibilidades de la transformación digital. No obstante, cada vez que se discutan estos temas ojalá que los interlocutores no se olviden que el objetivo de todas estas decisiones y estrategias es beneficiar al ser humano. Tal vez un acercamiento digital más antropocéntrico y menos tecnocéntrico sea lo que haga falta. Tal vez así conseguimos que México tenga una agenda digital nacional que hable de expandir cobertura de redes, democratizar servicios por medio de plataformas de gobierno electrónico y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos mas pobres y vulnerables por medio de iniciativas de educación, salud y de creación de empleos que estén apoyadas en la tecnología. Si al menos uno de estos deseos se cumple en 2023, ya estaremos mejor que lo vivido en 2022.

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José Felipe Otero Muñoz es vicepresidente de 5G Americas para América Latina y el Caribe. Su experiencia incluye un trabajo en más de 100 proyectos de investigación y escribir numerosos estudios sobre la industria de telecomunicaciones regional Consultar sobre cuestiones de política pública y tecnologías de telecomunicaciones para el Senado de la República de México, el Banco Mundial, la Inter-American Investment Corporation, la Casa Blanca y otras instituciones gubernamentales

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