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Un cumpleaños de otra onda

Para algunos, José Agustín había desaparecido mucho antes de que, en enero de este año, se anunciara que había muerto. Como suele suceder –es verdad que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde–, de pronto todo mundo comenzó a hablar de la Literatura de la Onda y dejaron de decir que la onda ya no estaba en onda. Hasta renunciaron a preocuparse por sembrar sospechas sobre su verdadera edad si es que mencionaban al escritor y detuvieron las críticas de quienes siguen diciendo “onda” para todo, y ya no los acusaron de pobreza de lenguaje, poco vocabulario y de ya no estar en onda desde hace mucho.
No sabemos, lector querido, si es que alguno decidió leer por primera vez –o releer– alguno de sus libros. O por fin se enteraron de que José Agustín (de apellido Ramírez Gómez pero que siempre firmó solamente con su nombre) fue un escritor de larga trayectoria, autor de obras determinantes, el Ondero Mayor, representante de toda una generación y creador de novelas, cuentos y ensayos. Absolutamente inocente de los desgastes mentales o lingüísticos de nuestra población y tal vez el primero en mencionar la palabra “onda”, además de muchas otras con todas sus letras y contenidos. Nunca tuvo miedo de que el lector –o quien fuera– se escandalizara de escuchar el verdadero significado y sonido de las palabras, ni de tratar temas que no se tocaban. “Contracultura”, dijeron sus críticos, pero más bien un rebelde que rompió con la literatura tradicional a través de su propio lenguaje. (Como si hubiera sido la primera vez, como si López Velarde, Octavio Paz y hasta Rubén Darío no hubieran hecho lo mismo).
José Agustín se describió mejor: “Tengo una visión personal de la literatura que se ha ido creando a través de la decantación de una concepción del mundo. Mi estilo incluye juegos de palabras, albures, picardías, pero también hay todo un estrato bastante amplio del tratamiento tradicional de la literatura. Incluso, no es nada más una manera innovadora, provocativa o irreverente de presentar el lenguaje: Hay un uso de estructuras y personajes que parten de la historia literaria pero lo central de lo que escribo es la tensión que existe entre tradición y rebeldía. Y son muchos los autores que contribuyeron a esta manera que tengo de escribir: Walter Scott, Fitzgerald, Navokov; los poetas malditos, en especial Rimbaud; Neruda, Brecht, Ionesco, Jean Paul Sartre y Camus, y obviamente, los beatniks: Kerouac, Ginsberg, Burroughs...”.
Nacido en Acapulco el 19 de agosto de 1944, sigue siendo uno de los escritores mexicanos más polémicos del siglo XX. Cuando apareció su primera novela “La tumba”, en 1964, los lectores encontraron en sus palabras atrevidas y su historia descarnada el discurso perfecto para la rebeldía y el rompimiento. Un aliento para que los jóvenes tomaran el poder y llamaran a las cosas por su nombre, justo como lo hicieron. Después de ese libro seguirían varios más: otra novela llamada “De perfil”, otra, “Inventando que sueño”, algunas obras de teatro, guiones cinematográficos, ensayos, artículos, entrevistas, tres tomos de crónica bajo el título de “Tragicomedia mexicana”, una autobiografía que se llamó “El rock de la cárcel“ y artículos que aparecían quincenalmente en la prensa nacional.
“No he parado de escribir desde los ocho años”, me dijo en entrevista en 2004, cuando estaba a punto de cumplir cuarenta años de ser un escritor profesional, “pero muchos más de ejercer el oficio”. Acababa de publicarse “Vida con mi viuda” y a punto de aparecer la antología de sus “Cuentos Completos 1968-2002”, que tiró a la lona de la felicidad a quienes siempre habían sido sus fanáticos y no habían tenido la oportunidad de leer sus cuentos en orden cronológico.
Lejos habían quedado los tiempos en que la gente decía que leer los escritos de José Agustín era como hojear las historietas de “La Familia Burrón”, pero con tapas de libro, o que sus libros eran como ir a una feria, pasearse en la rueda de la fortuna, empacharse de palomitas y cacahuates para al final salir con dolor de estómago y absolutamente vacío.
En muchos sentidos fue una friega –para usar una palabra precisa– ser identificado tanto tiempo como escritor “de la onda”, me dijo José Agustín aquel día. “La edad es lo que más me jode”, también me confesó. Hoy, que hubiera llegado a los 80 años, me supongo que, si estuviera aquí, también le hubiera sido una friega recibir felicitaciones o aceptar una gran fiesta. Tal vez no. A lo mejor se pondría muy contento si al compás de una rola de los Rolling, o escuchando “La casa del sol naciente” le dijéramos que todavía sigue aquí, no se ha ido, nunca se va a ir y le organizáramos un cumpleaños de otra onda