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Opinión

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Un país de fantasía

Todas y todos satisfechos de sí mismos, sonrientes y apiñados ante la Cámara, el Supremo y parte de su corte celebraron el viernes otra gran inauguración del mal llamado “Tren Maya”. El presidente, veintiún gobernadores y la presidenta electa festejaban una hazaña más de este sexenio: la construcción de una magna obra que, aseguran, traerá progreso y prosperidad al sureste. Trivial en otro contexto, esta foto sintetiza la fantasiosa visión que el discurso oficial ha tejido para consumo popular en casi seis años: la de un gobierno triunfante, cuyo líder excelso “no ha fallado en nada”, volcado en cuerpo y alma al interés del Pueblo y de la grandeza nacional.

Como si no bastaran tantos años de falacias y mentiras burdas, el triunfalismo de quienes han gobernado México este sexenio ha transformado septiembre en un mes de tormentas y sismos. Lejos de construir Patria, el Supremo Ejecutivo ha ido minando los cimientos de una convivencia democrática y pacífica, con la polarización de una sociedad ya plagada de deficiencias y desigualdades, la subordinación de gobiernos estatales a la voluntad del Líder Máximo del Movimiento Transformador, la cooptación del INE y del TEPJF, la sumisión de la coalición legislativa oficial al Supremo Dictado, el golpe  contra la autonomía del Poder Judicial, y el encumbramiento de las Fuerzas Armadas como impolutas encargadas de la seguridad pública.

 Si estas acciones graduales parecen de pronto cristalizar en una monstruosa maquinaria autocrática, la Voz Suprema nos asegura que no hay nada que temer: todas y cada una se derivan de la voluntad infalible del Pueblo, ese ente difuso transformado día con día en baluarte de los valores humanistas que sólo la agudeza del Líder Máximo ha sabido interpretar.  Su voz, inaudible para los no creyentes, es también, sin duda, la que ha otorgado su venia para cimentar la “revolución de las conciencias” con el nombramiento unánime del heredero presidencial como secretario de organización del Movimiento.

 Ante tanta devoción y sacrificio en aras del Bienestar general, nada valen las críticas y reclamos que han resonado semana a semana en las calles; de poco sirven las advertencias de organismos internacionales y gobiernos amigos sobre los peligros de la reforma judicial y la expansión del poder del Ejército. ¿Para qué leer decenas o cientos de libros, documentos o sentencias internacionales que exponen las violaciones a los derechos humanos que han cometido y cometen policías, fiscalías y elementos de las fuerzas armadas? ¿Por qué dar crédito a las denuncias de corrupción contra funcionarios, gobernadores o legisladores? El poder del Pregón gubernamental debería bastar para desenmascarar a los maledicentes y convencer a los desconfiados.

No hay palabras ni hechos que puedan minar la visión paradisíaca del régimen. Como se cuenta de la visita de algún zar de Rusia por sus extensos dominios, una gigantesca construcción de cartón piedra, pintada con paisajes amenos, parece ocultar la realidad de miseria, destrucción y dolor a los ojos de la clase política 4tera y sus seguidores. ¿Madres buscadoras desesperadas por falta de apoyo oficial y de justicia? ¿Poblaciones desplazadas por el terror criminal en Chiapas? ¿Masacres, asesinatos y toque de queda virtual en Culiacán? ¿Más de 198,000 homicidios dolosos, más de 48,000 desapariciones y más de 30 periodistas asesinados en menos de seis años? ¿30% del territorio ocupado por corporaciones criminales? Nada basta para enturbiar los sueños del grupo en el poder que, lejos de cuestionar su desempeño, festina el gran Legado transexenal de un país inigualable en paz y felicidad.

Hasta ahora ferviente partidaria del proyecto Supremo, la futura presidenta tendrá que optar entre seguir viviendo en su país de fantasía o abrir los ojos y la conciencia a una nación minada de conflictos económicos, políticos, sociales y éticos. ¿Se atreverá a rasgar la escenografía y a atravesar el espejo deformante o preferirá encerrarse en el laberinto del poder, así sea ciego y plagado de luchas palaciegas?

 

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Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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