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Opinión

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Cómo evaluar el primer presupuesto del nuevo gobierno británico

Si la ministra de Hacienda del Reino Unido, Rachel Reeves, intentara cumplir con todas las exigencias políticas que se le han impuesto, su presupuesto probablemente daría como resultado un crecimiento decepcionante y una inestabilidad financiera. En cambio, el primer presupuesto del nuevo gobierno debería juzgarse según cuatro criterios de más largo plazo.

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CAMBRIDGE. He aquí una predicción fácil: el presupuesto que la ministra de Hacienda del Reino Unido, Rachel Reeves, presentará el 30 de octubre no complacerá a casi nadie. Pero la primera gran iniciativa fiscal del gobierno no debe juzgarse en estos términos, ni hay que evaluar a sus diseñadores según su capacidad para cumplir todas las demandas que se les plantean. Si lo hicieran, el resultado más probable sería un crecimiento decepcionante e inestabilidad financiera. 

En cambio, hay que juzgar el presupuesto según cuatro criterios: si está orientado al crecimiento a largo plazo; qué propone para el alivio de rigideces estructurales; si simplifica un marco fiscal sobrecargado, y si todos estos componentes se comunican bien a la población. Una buena puntuación en las cuatro categorías será un buen augurio de crecimiento a largo plazo y estabilidad financiera genuina. Reeves puede ayudar a terminar un largo periodo británico de subinversión, retraso en productividad, deterioro de los servicios públicos y creciente desigualdad de oportunidades.

Pero empecemos por las malas noticias. Reeves heredó una tarea nada envidiable. La posición fiscal del RU está debilitada por altos niveles de déficit persistente y endeudamiento, servicios públicos inadecuados, importantes necesidades de inversión pública y desequilibrios estructurales profundos que obstaculizan el crecimiento. Esta larga lista de problemas no sólo impone más exigencias a la ministra, sino que, además, le resta una buena cuota de flexibilidad operativa, lo mismo que la normativa fiscal que su Partido Laborista endureció todavía más durante la campaña electoral.

En estas circunstancias, la idea de un presupuesto “óptimo” no es factible. Con una herencia fiscal que la limita a moverse por el segundo mejor de los mundos, Reeves tendrá que evitar el riesgo de no conseguir lo “bueno” realizable por el afán de buscar lo “mejor” en teoría.

Y por si su tarea no fuera lo bastante apabullante, sobre las políticas británicas se cierne el fantasma de Liz Truss, cuyo (históricamente) efímero mandato se terminó de un día al otro, cuando el minipresupuesto que propuso su propio gobierno generó una dañina pérdida de confianza en los mercados financieros. Este episodio (que incluyó el cuasiderrumbe del sistema de pensiones del RU), deja al gobierno con un costo de endeudamiento más alto y una sensación remanente de fragilidad financiera. El resultado es que las autoridades deberán andar con cuidado, para no tropezar con otras vulnerabilidades importantes ocultas bajo la superficie.

Felizmente para Reeves (y para el RU), también hay buenas noticias. El gobierno del primer ministro Keir Starmer ha articulado una visión de política económica centrada en una “misión de crecimiento”, y ahora trabaja diligentemente en pos de ese objetivo. En una reciente cumbre de inversión, los funcionarios hicieron un trabajo admirable en lo referido a presentar material interesante, asegurar una nutrida concurrencia y ofrecer una variedad de canales de comunicación para la continuación eficaz del proceso. Con los años he observado muchos de estos eventos, y puedo asegurar que este fue un éxito.

El gobierno salió de la cumbre con más ímpetu, y los mercados financieros parecen apreciar que un presupuesto bien diseñado y orientado a la productividad será sustento de crecimiento a largo plazo, mejora de la credibilidad crediticia y mayor sostenibilidad de la deuda. Y a reforzar el impulso contribuyeron unas cifras de inflación para septiembre que resultaron mejor que lo esperado.

Aun así, el presupuesto no puede satisfacer todas las demandas razonables (ni siquiera todas las derivadas de intensas negociaciones políticas). Dichas demandas se dividen en tres grandes categorías: reducir la carga impositiva sobre las empresas y los hogares; mejorar la financiación de dependencias estatales que tienen dificultades para proveer servicios públicos con escasos fondos, e invertir para modernizar infraestructuras decrépitas y dar apoyo a los motores de crecimiento del mañana.

Por la amplitud y profundidad de estas demandas, es seguro que el presupuesto decepcionará a muchos, y eso afectará la evaluación de algunos observadores respecto del éxito de la primera gran iniciativa fiscal del nuevo gobierno. Pero una narrativa de fracaso no sólo sería desafortunada, sino también engañosa, sobre todo si se tiene en cuenta la situación desde la que parte el nuevo gobierno.

Es mejor juzgar el presupuesto según los cuatro criterios anteriores. Primero, considerar si tiene buenas chances de reducir los sesgos anticrecimiento de la economía y mejorar la productividad, ya sea en forma directa o a través de alianzas con el sector privado. En segundo lugar, preguntarnos si es un paso significativo hacia la reducción de desequilibrios estructurales que limitan la acción fiscal.

En tercer lugar, ¿las medidas individuales van acompañadas de reformas al marco fiscal que eliminen plazos arbitrarios y sesgos contrarios a las inversiones (incluida la insuficiente diferenciación entre partidas de gasto con distinto impacto sobre la prosperidad económica futura) y modernicen definiciones operativas relacionadas con la deuda pública neta? Y, en cuarto lugar, ¿las propuestas del gobierno van acompañadas de una estrategia de comunicación eficaz, donde se reafirma la idea de “misión de crecimiento”, se establece un horizonte plurianual y se le dan al mercado pautas para evaluar la mejora de la credibilidad crediticia del país en los próximos años?

Felizmente para el gobierno, hay una variedad de configuraciones de políticas con capacidad para cumplir estos criterios, y varios economistas ya han ofrecido propuestas interesantes con las que el RU puede mejorar sus perspectivas, así como el diseño y la efectividad de su normativa fiscal.

En cuanto al día de la presentación del presupuesto, lo importante (con una lista tan larga de demandas y unas expectativas poco realistas) es no sacar la conclusión de que Reeves no cumplió. En vez de eso, filtremos el ruido y analicemos la capacidad del presupuesto para servir como catalizador operativo en la reconstrucción de los cimientos económicos del RU. Esa es la clave para llevar a cabo la tan necesaria misión de crecimiento del país, pero será un proceso de varios años.

El autor

Mohamed A. El-Erian, rector del Queens’ College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016) y coautor (con Gordon Brown, Michael Spence y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).

Traducción: Esteban Flamini

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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