Buscar
Opinión

Lectura 4:00 min

Lecciones

Opinión

OpiniónEl Economista

La presidenta Claudia Sheinbaum anotó el primer gol. Aunque en su mañanera del 3 de febrero se refirió a sus críticos como algunos “mareados” que se oponen a su movimiento, lo cierto es que cuando las cosas salen (relativamente) bien, hay que reconocerlo. México esquivó un escenario potencialmente catastrófico, como quedó evidenciado por la volatilidad cambiaria durante el fin de semana. Si bien el temple y la disciplina de la presidenta fueron útiles, conviene recordar que este éxito —si puede calificarse como tal— es aún temporal. Una guerra arancelaria es todavía un escenario posible, y uno que, de materializarse, sería harto costoso para el país. El gobierno mexicano lo sabe.

Hasta ahora, todo indica que la decisión de no imponer aranceles está condicionada a resultados concretos en materia de seguridad y combate al narcotráfico. Un desafío titánico y con una ventana de tiempo peligrosamente breve. Que la situación de seguridad en ciertos estados es inaceptable es una verdad irrefutable, pero, tristemente, también es parte del cotidiano al que nos hemos acostumbrado.

Al conversar con colegas de otros países latinoamericanos, he constatado en más de una ocasión que la violencia que se vive en nuestro país sería algo extraordinario en sus realidades. Aquí, sin embargo, es parte del día a día de miles de personas. Se ha infiltrado en nuestras vidas al punto de convertirse en un elemento más de la cultura popular, como lo evidencian las letras de narcocorridos que resuenan en el norte del país, o los relatos de escritoras como Dahlia de la Cerda que retratan con brutal honestidad la normalización del horror.

Desde mi perspectiva, el reto ineludible para Sheinbaum es, al menos, contener los niveles de inseguridad y violencia en estados como Sinaloa, sin provocar una escalada aún mayor. Pero es como caminar en un campo minado. La respuesta del gobierno a las acusaciones explosivas de Donald Trump sobre una colusión con el crimen organizado fue sensata, aunque insuficiente y enfocada en la audiencia interna. Que este sea un asunto que requiere cooperación bilateral es innegable, pero el concepto de “responsabilidad compartida” no forma parte del imaginario trumpiano. Peor aún, se trata de un tema sobre el que Estados Unidos insistirá sin tregua.

Un día después de la pausa arancelaria, el secretario de Estado, Marco Rubio, declaró sin rodeos en una entrevista con Fox News que “buena parte del norte de México está controlada por cárteles de la droga.” Además, el acuerdo con Canadá para detener temporalmente la imposición de aranceles incluye la designación de los cárteles como organizaciones terroristas, algo que el gobierno mexicano no puede perder de vista.

Sobre el tema arancelario, queda claro que es la herramienta favorita del inquilino de la Casa Blanca, y que no dudará en utilizarla. Porque ¿qué sentido tendría poseer un arma si no se está dispuesto a dispararla? Trump cree que, como la mayor economía del mundo, Estados Unidos siempre tendrá ventaja en cualquier guerra comercial. Los números parecen respaldarlo. Mientras que México envía el 80% de sus exportaciones a su vecino del norte, para Estados Unidos, México representa el 15% de sus importaciones. No es de extrañar que varios medios estadounidenses subrayen hoy lo devastador que serían los aranceles para México y Canadá, pero no necesariamente así para Estados Unidos.

Finalmente, es fundamental prestar atención a las palabras de Trump y sus funcionarios. Cuando Rubio insiste en que la política exterior de su país se basa en hacer de Estados Unidos una nación más fuerte, segura y próspera, queda clarísimo que los argumentos en favor de la integración comercial son parte del pasado.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas