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La luz en la oscuridad: Reflexiones sobre la depresión, la ansiedad y la esperanza navideña

OpiniónEl Economista

Desde los primeros días de noviembre se respira el espiritu navideño, en los negocios grandes y pequeños, incluso en las oficinas gubernamentales los adornos dejan sentir ese ambiente con promesas de alegría; y sin embargo, todo ello puede parecer un espejismo para quienes cargan con el peso invisible de la depresión y la ansiedad. Estos trastornos, que a menudo se entrelazan en un tejido de emociones difíciles de entender, generan una lucha interna que muchos enfrentan en silencio. Octavio Paz describió la soledad como “el instante en que somos conscientes de nuestra separación del mundo”, y tanto la ansiedad como la depresión pueden intensificar esa sensación en esta época, donde se espera felicidad y conexión en todos los contextos. Sin embargo, incluso en las noches más oscuras, la psicología positiva y los ecos de nuestra literatura mexicana nos recuerdan que la esperanza puede surgir en los momentos más inesperados.

La ansiedad, a diferencia de la depresión, no se vive en el abismo del vacío, sino en una constante anticipación del desastre. Es como estar atrapado en una vorágine de pensamientos que nunca se detienen, un estado que Octavio Paz describiría como un “laberinto” donde las salidas parecen ilusorias. En Navidad, las expectativas sociales, la necesidad de perfección, de alegría o de estar rodeado de seres queridos, pueden intensificar este estado, generando un tornado emocional. Sin embargo, al igual que con la depresión, la psicología positiva nos ofrece herramientas para enfrentar este desafío.

Una de estas herramientas es el mindfulness, la capacidad de anclarnos al presente, de vivir el aquí y el ahora, a veces nos concentramos tanto en preocupaciones que nos perdemos lo maravilloso de la vida, ya lo decía John Lennon “La vida es lo que pasa, cuando estas ocupado haciendo otros planes”. La ansiedad vive en el futuro, alimentándose de expectativas, de escenarios, de situaciones que, en el mayor de los casos no dependen de nosotros, es decir: “¿y si…?”. Pero, como señala la tradición de las posadas, a veces es suficiente dar un paso a la vez, encendiendo una vela y otra y una más hasta iluminar todo el camino. En este proceso, elementos como la gratitud, las relaciones positivas y la conexión emocional pueden ayudarnos a liberar, aunque sea momentáneamente, esa tensión constante.

En el contexto de la Navidad, detenernos a valorar los pequeños detalles es fundamental. Apreciar el aire en nuestro rostro, disfrutar los sabores mexicanos, observar los colores de nuestro entorno, no todo tiene que ser rápido, hay que aprender a disfrutar las pequeñas cosas de la vida, la sustancia de los momentos especiales, aquellos que nos roban el aliento. Rosario Castellanos escribió: “Lo pequeño es hermoso porque sobrevive”, recordándonos que incluso los gestos más diminutos como un saludo, un mensaje inesperado, el aroma del ponche o la calidez de una cobija, pueden convertirse en refugios frente al caos interno.

Nuestra literatura mexicana también nos regala relatos que dialogan con la ansiedad y la depresión, ofreciéndonos perspectivas para navegar en estas emociones. En Pedro Páramo, Juan Rulfo explora los fantasmas de nuestras preocupaciones y cómo, enfrentándolos, podemos encontrar cierto sosiego. Esta confrontación no elimina el miedo ni el dolor, pero nos recuerda que mirar de frente lo que nos atormenta es un acto de valentía.

La Navidad, más allá de sus connotaciones religiosas o comerciales, es una gran metáfora de renacimiento. Es un recordatorio de que incluso en las noches más largas y frías, el solsticio marca el retorno de la luz. Las velas que iluminan las posadas mexicanas simbolizan un acto de resistencia: un desafío contra la oscuridad, no con grandes gestos, sino con pequeñas llamas que se encienden una a una.

En palabras de Octavio Paz: “La vida no es de nadie, todos somos la vida”. Este pensamiento nos invita a reconocer que, aunque el peso de la ansiedad y la tristeza pueda parecer abrumador, no estamos solos. La Navidad puede ser una oportunidad para abrirnos a los demás, para buscar refugio en las conexiones humanas y encontrar belleza en lo cotidiano.

Seguro estoy que habrá quienes encuentren momentos de dicha y felicidad. Pero quizás un pequeño grupo de la sociedad enfrenten el reto de la depresión y la ansiedad, quizá podamos hallar algo más profundo: la certeza de que, como la misma Navidad, nuestra propia luz puede volver a nacer, incluso en medio de la tormenta.

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