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Opinión

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¿Tiempo de mujeres?

Ante la toma de posesión de la primera presidenta de México, se ha afirmado que este es “tiempo de mujeres”. Sin duda la llegada de una mujer a la presidencia de la República después de dos siglos es un hito histórico. No obstante, ante los desplantes de López Obrador en los últimos meses, han surgido dudas acerca del grado de autonomía que tendrá ella para delinear su propio camino, aun si su visión del país en mucho coincide con la de su antecesor. Para que Claudia Sheinbaum sea presidenta de toda la sociedad, tendrá que abandonar el discurso maniqueo que hemos padecido este sexenio. Para que con esta nueva etapa se inicie realmente un “tiempo de mujeres”, será imprescindible que sus políticas respondan a las necesidades más urgentes de éstas.

Este no se convertirá en “tiempo de mujeres” por el simple hecho de que nos gobierne una mujer y otras más ocupen puestos de poder. Esto sólo forma parte de los avances que hemos ganado las mujeres a lo largo de los siglos, logros importantes que, a fin de cuentas, no han modificado de fondo los usos del poder. Afirmar que México ha tenido “una política exterior feminista” es una falacia: el maltrato a las mujeres migrantes es un claro ejemplo de que tal retórica sólo busca ocultar la realidad. Afirmar que han llegado al gabinete mujeres “feministas” porque tendremos una nueva Secretaría de la Mujer o porque el gabinete será paritario es adelantar vísperas. Si, por ejemplo, la Secretaría de la Mujer simula como el Inmujeres o funciona como otra fuente de reparto individualizado de recursos públicos sin un buen diseño de políticas públicas para la igualdad o la prevención de la violencia, será un ejemplo más de gatopardismo.

Aun cuando algunas argumenten que las pensiones y becas universales han contribuido a aminorar las desigualdades, es innegable que la calidad de los servicios de salud, el acceso a ellos y a los medicamentos se han deteriorado en estos años de improvisación y “austeridad”. La desaparición de estancias infantiles y de escuelas de tiempo completo (con pocas excepciones), con las que se esfumó para muchos la posibilidad de una socialización temprana o de mejor alimentación y formación, no puede compensarse con “apoyos” directos en efectivo. Es preciso trazar nuevas políticas públicas integrales con perspectiva de género y derechos humanos que den a niños y niñas una educación de calidad y que permitan a las madres trabajadoras desarrollarse con más libertad.

Una visión feminista que dé cauce a políticas públicas comprometidas con todas las mexicanas, sobre todo con las más marginadas y discriminadas, debe tener como eje una ética feminista, desde el poder y el saber. En palabras de Irma Saucedo, socióloga feminista, pionera en la lucha contra la violencia hacia las mujeres, “una debe ser agente de cambio: tienes agencia, tienes poder, tienes que usarlos para ese cambio”. Y ese cambio, añadiría, no equivale a cualquier “transformación”: ha de ser un cambio para garantizar los derechos de las mujeres y las niñas, su autonomía, su pleno desarrollo en la igualdad, lo que implica romper pactos patriarcales. En el México de hoy, cabe recalcar, este cambio de fondo debe empezar por asegurar que mujeres y niñas dejen de ser asesinadas, desaparecidas, violadas, acosadas; por garantizar que “el derecho a una vida libre de violencia” no sea un enunciado vacío en una de tantas leyes.

Tiempo de mujeres será entonces cuando existan verdaderos programas de prevención que disminuyan los feminicidios, asesinatos dolosos y desapariciones. Cuando las madres buscadoras cuenten con un apoyo efectivo del Estado, cuando se rompan las redes de trata, cuando las migrantes encuentren empatía en el gobierno mexicano, cuando las chiapanecas y todas las mexicanas y sus familias puedan vivir sin miedo a hombres armados, cuando todas y todos podamos vivir en paz, igualdad y libertades en una república democrática.

Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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