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Nacionalismo, nacionalismo y más nacionalismo

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OpiniónEl Economista

La imposición de aranceles a los productos mexicanos de parte de Donald Trump duró apenas dos días, un desenlace esperado para el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. Esperado, porque con toda la volatilidad e impredecibilidad del inquilino de la Casa Blanca, había confianza entre los círculos gubernamentales que las reiteradas y muy significativas muestras de cooperación de parte de México rindieran algún fruto. 

Aunque la administración ha insistido en que está preparada para cualquier escenario y que tiene hasta un plan "D" en la bolsa, esto no evitó que el gobierno mexicano pospusiera su respuesta hasta el domingo 9 de marzo. Un movimiento calculado, pues existía la expectativa de alcanzar algún tipo de acuerdo. Al momento de escribir este texto, se ha logrado una nueva prórroga arancelaria hasta el 2 de abril.

Dada la enorme asimetría de poder entre ambos países, es evidente que México tiene mucho más que perder en un divorcio con Estados Unidos, sobre todo si ocurre en términos amargos. Aún sin los efectos de los aranceles, las perspectivas de crecimiento del país ya eran pesimistas (por debajo del 1%), y una recesión económica parece casi inevitable.

El "segundo piso de la transformación" ha trabajado para proteger uno de los legados más grandes del neoliberalismo: el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y establecer reglas claras con la Casa Blanca lo antes posible. Ha apretado las tuercas contra los narcotraficantes, redujo los cruces fronterizos de migrantes indocumentados a su nivel más bajo en décadas e, incluso, está dispuesto a hacer un lado a China en nombre de la integración norteamericana.

Sin embargo, todos estos esfuerzos pueden resultar insuficientes a los ojos del trumpismo, que con su retórica nacionalista y desafiante denuncia la colusión entre autoridades mexicanas y el crimen organizado. La ventana de tiempo de un mes era demasiado corta para conseguir mucho más, pero la realidad es que Trump tiene todos los incentivos para decir que el progreso es insuficiente y pedir siempre más. No porque los resultados tangibles sean inadecuados, sino porque mantener viva la amenaza sirve a sus intereses políticos.

La presidenta Sheinbaum, por su parte, ha mantenido la calma. Más de un observador externo la ha calificado como la mujer más poderosa del mundo: tiene un 85% de aprobación, mayoría calificada en el Congreso, gobernadores en la mayoría de los estados, una oposición prácticamente inexistente y en unos meses un sistema judicial que garantizará tribunales favorables al oficialismo. En este escenario, la confrontación con Trump le ha venido bien; el apoyo a Morena y a su figura política no se debilitará.

El llamado al Zócalo del 9 de marzo traerá consigo nacionalismo, nacionalismo y más nacionalismo. Probablemente uno caduco, con alguna que otra consigna contra el imperialismo yanqui. También será el pretexto perfecto para impulsar la agenda de la 4T, incluida la reforma judicial. Si bien las acciones de Trump son condenables desde cualquier perspectiva, la integración económica con Norteamérica no lo es. Ha traído incontables beneficios. Tanto es así que, hoy, la izquierda mexicana se aferra a preservarla.

Más allá de la soberanía, previo a la nueva pausa arancelaria, Sheinbaum evocó los tiempos de la pandemia, cuando la economía colapsó y "México se levantó". Un guiño a la idea de que el país está acostumbrado a sobreponerse a las crisis, pero también un reconocimiento implícito de que atraviesa tiempos difíciles. Porque la incertidumbre no le conviene a nadie. La narrativa del sacrificio y la resistencia puede ser efectiva, pero México necesita más que aguantar los golpes. Ojalá la presidenta Sheinbaum lo tenga claro.

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