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Opinión

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La sinofobia y las mentiras sobre las elecciones estadounidenses

Al examinar el efecto de las narrativas falsas en el debate sobre China, se debe distinguir entre el potencial de infligir daño basado en evidencia circunstancial y conjeturas, y la intención basada en la pistola humeante de la evidencia contundente.

Foto: Shutterstocksameer madhukar chogale

NEW HAVEN. La Gran Mentira se ha vuelto más grande. La falsa afirmación de que las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 fueron amañadas y robadas, adoptada por Donald Trump y su secta, ha provocado el fin de la rendición de cuentas basada en hechos. Esto está teniendo implicaciones profundas y duraderas en una relación chino-estadounidense profundamente problemática.

La sinofobia es una manifestación visible de cómo la Gran Mentira ha corrompido las normas del cuerpo político estadounidense. Los temores irracionales a China han cobrado vida propia. Eso incluye cualquiera de una serie de supuestas amenazas a Estados Unidos: la gran participación de China en el déficit comercial estadounidense; la temida puerta trasera de la red 5G de Huawei; los vehículos eléctricos (VE) y las grúas de carga de muelles fabricados en China; la vulnerabilidad de la infraestructura estadounidense a una red de piratería informática llamada Volt Typhoon, y el potencial de TikTok para atacar el carácter y la privacidad de adolescentes estadounidenses inocentes.

He sostenido que estos temores se originan en narrativas falsas alineadas con la agenda política anti-China de Estados Unidos. Esas narrativas no surgen de la nada, sino que reflejan proyecciones de los hechos distorsionados de lo que los psicólogos académicos llaman una “identidad narrativa”, que “reconstruye el pasado autobiográfico”. En Estados Unidos, ese pasado lamentablemente refleja una cepa tóxica de política de identidad que se remonta a una larga historia de prejuicios raciales y étnicos. Sin duda, como también detallo en mi libro, China es igualmente culpable de adoptar y promover narrativas falsas sobre Estados Unidos para satisfacer sus propios fines.

Al examinar el efecto corrosivo de las narrativas falsas en el debate sobre China en Estados Unidos, he subrayado la distinción entre el potencial de infligir daño basado en evidencia circunstancial y conjeturas, y la intención de hacerlo basada en la “pistola humeante” de la evidencia contundente. Los temores exagerados de la sinofobia caen en gran medida en la primera categoría.Por ejemplo, la secretaria de Comercio de Estados Unidos, Gina Raimondo, pidió a los estadounidenses que imaginaran lo que podría suceder si los vehículos eléctricos chinos se convirtieran en armas destructivas en las carreteras estadounidenses. El director del FBI, Christopher Wray, advirtió de un ataque a la infraestructura crítica si China decide activar su malware incorporado. Los temores de que China invada Taiwán en 2027 reflejan una intuición anticuada del almirante retirado Phil Davidson, exjefe del Comando Indopacífico de Estados Unidos. Las palabras clave –imaginar si e intuición– dicen mucho sobre los peligros de actuar con base en conjeturas.

Pero eso no ha detenido a los políticos estadounidenses. Las recientes audiencias del Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre la Competencia Estratégica entre Estados Unidos y el Partido Comunista Chino recuerdan la campaña anticomunista que utilizó el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes durante la década de 1950 para atacar a supuestos simpatizantes comunistas. La inclinación de la Cámara por las conjeturas también estimuló la reciente aprobación de 25 proyectos de ley contra China, una rara oleada de actividad legislativa a fines de septiembre que ahora se conoce como “Semana de China”.

La Gran Mentira ha precipitado un resultado aún más preocupante: las narrativas falsas ya no se basan en fragmentos de identidades narrativas basados en hechos. Las falsas narrativas se han convertido en mentiras descaradas.

Consideremos los recientes informes de prensa sobre la acusación de espionaje de cinco graduados chinos de la Universidad de Michigan por tomar fotografías cerca de un ejercicio de entrenamiento de la Guardia Nacional de Estados Unidos en el que participaba personal militar taiwanés. Los informes resultaron ser tremendamente exagerados: los cinco hombres estaban a más de 80 kilómetros de una base militar y no fueron acusados de espionaje, sino de mentir a la policía.

Esta noticia, en gran parte ficticia, tiene la sinofobia escrita por todas partes. Dio como resultado que un senador estatal republicano en Michigan intentara eliminar los subsidios para una nueva planta de componentes de baterías de 2,400 millones de dólares que construirá una subsidiaria estadounidense de Gotion High-tech, una empresa china. No importa que el mayor accionista de Gotion sea Volkswagen, no el Partido Comunista de China, como alegan los políticos estadounidenses. La empresa se ha convertido en un tema electoral en el estado clave de Michigan.

La Gran Mentira también se manifiesta en otros aspectos de la sinofobia. El año pasado, el director del FBI, Wray, un acólito de Trump con credenciales anti-China bien establecidas, hizo sonar una alarma muy pública de que “China ya tiene un programa de piratería informática más grande que todas las demás naciones importantes juntas”.

Tal vez no. Según el nuevo Índice Mundial de Delitos Cibernéticos, compilado por investigadores de la Universidad de Oxford, las principales amenazas de delitos informáticos del mundo se originan, en orden descendente, en Rusia, Ucrania, China, Estados Unidos, Nigeria, Rumania, Corea del Norte y el Reino Unido.

De hecho, China sólo superó por poco a Estados Unidos en el tercer lugar.No estoy diciendo que se deba ignorar a China o a cualquier otro actor extranjero como una amenaza potencial a la ciberseguridad estadounidense. Más bien, los altos funcionarios estadounidenses deben ser más transparentes sobre el alcance global del ciberhackeo y reconocer el papel de Estados Unidos en su propagación.

A medida que las mentiras reemplazan a la verdad, la sinofobia no sólo desestabiliza la relación bilateral más importante del mundo; también da lugar a graves errores de política.

Tal como el gobierno de Estados Unidos culpó una vez a Japón, que en vez de culpar al déficit comercial de Estados Unidos, ha dirigido su ira contra China, imponiéndole aranceles elevados (y posiblemente incluso más altos) a las importaciones chinas, no tiene importancia que la acción bilateral no pueda eliminar un déficit comercial multilateral derivado de un déficit de ahorro interno.

Los resultados pueden ser perversos y autodestructivos. Estados Unidos está prohibiendo los vehículos eléctricos fabricados en China precisamente cuando necesita tecnologías ecológicas de alta calidad y eficientes en cuanto a costos para abordar el cambio climático, y los temores exagerados de que China pueda piratear ciberataques dominan la agenda legislativa.

¿Qué viene después? La Gran Mentira ha dado paso a un clima en el que los hechos ya no son un requisito previo para el discurso político y la formulación de políticas, lo que pone en peligro el futuro de todos los estadounidenses. Sólo cabe esperar que los votantes tengan esto en cuenta al emitir sus votos.

Stephen S. Roach, miembro del cuerpo docente de la Universidad de Yale y expresidente de Morgan Stanley Asia, es el autor de Unbalanced: The Codependency of America and China (Yale University Press, 2014) y Accidental Conflict: America, China, and the Clash of False Narratives (Yale University Press, 2022).

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