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El tratado

OpiniónEl Economista

Ahora que es inminente la elección estadounidense, he escuchado reiteradamente a la presidenta Claudia Sheinbaum enfatizar la importancia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Es una buena noticia, sobre todo, luego de que en las últimas semanas de su mandato el expresidente Andrés Manuel López Obrador se encargó de tensar la liga con nuestro vecino norteamericano en su afán por refrendar la soberanía nacional. 

Y es que la densidad e intensidad de los lazos e interacciones que unen a México y Estados Unidos son innegables y relevantísimos para los dos países. La agenda bilateral es muy vasta y comprende mucho más que los temas tradicionales de seguridad, migración y comercio. Incluye, por ejemplo, asuntos que afectan directamente nuestra vida cotidiana como la gran dependencia de nuestro país del gas estadounidense que permite a la CFE llevar electricidad a nuestros hogares, o la posición estratégica de México en la ecuación entre Estados Unidos y China y sus implicaciones para la relocalización de empresas.

Tengo la impresión de que dentro de un sector del gabinete (que no todo) hay plena conciencia de que el T-MEC es un pilar fundamental para el desarrollo económico del país. La apertura comercial (del período neoliberal) de México ha permitido la modernización de la industria nacional y la integración a las cadenas globales de valor. Sin duda, es el tratado comercial más significativo para el país, y uno que es necesario preservar con miras a su revisión prevista para 2026, pero que en términos prácticos iniciará desde ya.

Porque al momento de la revisión —que probablemente asemeje más a una renegociación—, la retórica de la soberanía, que resultó tan redituable internamente para Andrés Manuel, será a todas luces insuficiente. Porque el proceso de revisión requerirá experiencia y conocimientos técnicos en temas como reglas de origen en el sector automotriz, disputas sobre subsidios y prácticas de dumping, mecanismos de resolución de controversias y normativas laborales, por mencionar sólo algunos ejemplos.

Y porque independientemente de si Trump o Kamala ganan la presidencia estadounidense, es más que plausible que Estados Unidos aproveche la revisión del tratado como una oportunidad para reequilibrar la balanza tras la aprobación de la reforma judicial y otras medidas del “plan C” que contravienen ciertas disposiciones del T-MEC. Lo mismo que el trato que se dio a empresas estadounidenses como Vulcan Materials, cuyos terrenos fueron expropiados a unos días de que AMLO dejara la presidencia.

Por cierto, ni la Secretaría de Economía ni la de Relaciones Exteriores cuentan con funcionarios experimentados en negociaciones comerciales internacionales, y hoy la Embajada de México en Washington no tiene un agregado de la Secretaría de Economía para dar seguimiento puntual a este tema.

Es un lugar común escuchar que en el pasado el secretario Marcelo Ebrard supo lidiar con Donald Trump. Sin embargo, no perdamos de vista dos cosas: primero, que cuando el equipo del expresidente AMLO se incorporó a la mesa de diálogo del T-MEC la negociación técnica del tratado estaba prácticamente terminada; y segundo, que sería un error subestimar, con base en experiencias pasadas, a un personaje con la megalomanía y la inestabilidad emocional de Trump.

La semana pasada, durante el CEO Dialogue, Suzanne Clark, quien encabeza la cámara de comercio norteamericana, subrayó que la relación bilateral no se basa únicamente en la geografía, sino en valores compartidos: “la democracia, la libre empresa y el Estado de derecho”. A esta formula, añadiría el ingrediente esencial de cualquier relación, sea entre países o individuos: la confianza. Porque sin confianza simplemente no hay relación y lo cierto es que en los últimos seis años esa confianza —basada en gran medida en la cooperación bilateral—se ha erosionado de forma importante.

Ahora que el narcotráfico y la seguridad están en el centro del debate público, cierro con un ejemplo para ilustrar la pérdida de confianza entre los dos socios comerciales: la crisis de violencia que hoy se vive en Sinaloa, desatada tras la captura de uno de los narcotraficantes más viejos e influyentes del país en una operación liderada por Estados Unidos y en la que México no participó. Porque sin confianza la cooperación es mera ilusión.

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