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Zeitenwende
Uno de los legados más funestos de la “era Merkel” en Alemania fue la homogenización de las ofertas partidistas; la superioridad moral que decretaba toda voz disidente como vestigio al borde de la extinción, y el fariseísmo persecutorio que denunciaba cualquier alternativa a la socialdemocracia como amenaza extremista. Durante la época de las “grandes coaliciones” entre la Unión Cristiana Demócrata (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), la democracia cristiana flexibilizó su posición frente al aborto, la migración o los matrimonios entre personas del mismo sexo y la socialdemocracia se dedicó a cultivar una agenda alejada de los intereses de sus votantes tradicionales: poscolonialismo, ecologismo, multiculturalismo y el abanderamiento de toda clase de victimismos…
Tras las correcciones ideológicas de los Volksparteien, la Alternativa para Alemania (AfD) irrumpió en el panorama electoral con una retórica euroescéptica y antiinmigrante y la Alianza Sahra Wagenknecht-Por la Razón y la Justicia (BSW) añadió una discordante mezcla de “conservadurismo social” e “izquierda económica”. En las recientes elecciones estatales, AfD obtuvo 32 escaños en el parlamento de Érfurt; cuarenta en Sajonia y treinta en Potsdam. La Alianza Sahra Wagenknecht, por su parte, logró el 15.8% de los votos en Turingia; el 11.8% en Sajonia y el 13.5% en Brandeburgo. En los comicios europeos, AfD cosechó cerca del 16% de los votos y BSW, 6.2%. Las encuestas más recientes cifran el apoyo nacional a los “partidos marginales” en casi 30%.
Los éxitos electorales no se explican sin el carisma del líder del grupo parlamentario de AfD en Turingia, Björn Höcke, y el de la líder de la BSW, Sahra Wagenknecht. Estas figuras, consideradas radicales por la élite dominante, no podrían ser más disímiles: el primero pasó su adolescencia en Renania-Palatinado al cobijo de una familia tradicional; la segunda nació en Jena, de madre alemana y de un padre iraní al que apenas conoció. El primero inició su carrera en la rama juvenil de la CDU; la segunda en la formación sucesora del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). El primero utilizaba el púlpito de la escuela para divulgar reivindicaciones históricas; la segunda estudió Filosofía, Letras y Economía y aprovecha las presentaciones de sus libros para exponer las incongruencias de la élite política. Los dos coinciden en la apuesta por una paz negociada con Rusia, en la denuncia de la migración descontrolada, en el reclamo a la superficialidad de la izquierda urbana, en la reivindicación de las clases trabajadoras, pero sobre todo comparten un liderazgo carismático: en la ciudad oriental de Rudolstadt, una multitud entusiasmada escuchó este verano a Wagenknecht alertar sobre la carga que representan las solicitudes de asilo en 2024 para las finanzas públicas y, en la plaza del mercado de Apolda, otra multitud aclamó a Höcke como una estrella de rock entre banderas alemanas.
En los últimos años se ha catalogado la reforma al Poder Judicial en México, el asalto al Capitolio de 2021 en EE. UU. o los éxitos de los partidos extremistas como meros paréntesis en el inexorable camino hacia el paraíso de la democracia liberal. Pero todo esto no es una crisis, sino un Zeitenwende (punto de inflexión histórico). Sin importar el resultado de las elecciones del próximo año, Höcke y Wagenknecht desempeñarán un papel fundamental en la adecuación del sistema político alemán al nuevo Zeitgeist: ya sea como mediadores para establecer coaliciones de gobierno, encaminando la discusión pública o ejerciendo una férrea oposición. Entender el mundo que viene pasa por caracterizar el nuevo espectro ideológico y escudriñar el estilo político de estos nuevos “líderes carismáticos”. Para documentar el incurable optimismo en la democracia liberal de principios de siglo en un futuro remoto está el discurso del canciller Scholz a propósito de la destitución del ministro de Hacienda, Christian Lindner.