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Sector Financiero

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La era de las grandes mineras

El FMI advirtió recientemente que la búsqueda de emisiones netas cero para 2050 “estimulará una demanda sin precedentes de algunos de los minerales más cruciales”, lo que generará “costos vertiginosos” que podrían “descarrilar o retrasar la transición energética”. La creciente alarma está justificada: los “minerales cruciales” vislumbran como el principal cuello de botella para la descarbonización.

WASHINGTON, DC – ¿Puede una escasez de minerales cortar la transición a la energía limpia? Diversos gobiernos nacionales (entre ellos los de Estados Unidos, Japón, el Reino Unido y Canadá), la Unión Europea y organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Agencia Internacional de la Energía están haciendo sonar las alarmas. Según una publicación del FMI, el intento de alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 puede “alentar una demanda inédita de algunos metales cruciales”, que provocará un “aumento de costos” con capacidad para “descarrilar o demorar la transición energética”.

El volumen creciente de la alarma se justifica: los “metales cruciales” amenazan con convertirse en el principal obstáculo para el abandono de combustibles fósiles. La descarbonización demanda grandes inversiones en equipamiento e infraestructura, que a su vez implican un enorme aumento del uso de metales para las baterías y los cableados de un futuro electrificado. Como describo en mi libro The New Map, el cambio de motor de la economía global implica pasar de “Big Oil” a “Big Shovels”: de la explotación del petróleo a gran escala a la minería a gran escala.

Ya hay un drástico aumento en la demanda de los minerales necesarios, que según el escenario de neutralidad de carbono en 2050 de la AIE crecerá a más del triple en los próximos siete años. Y puede que sea un cálculo optimista. La proliferación de programas estatales tendientes a acelerar la transición energética aumentará todavía más la demanda. Un análisis reciente de S&P Global señala que la enorme Ley de Reducción de la Inflación en los Estados Unidos obligará a revisar al alza los pronósticos actuales, que ya son elevados.

Hay una competencia cada vez más intensa por asegurarse insumos y crear nuevas cadenas de suministro. GM ha invertido 650 millones de dólares en un proyecto de explotación del litio en Nevada con el que busca responder a la falta de una “cadena de valor estable que dé apoyo a nuestras ambiciones en los próximos 10 años”. Ford se ha asociado en un proyecto de planta de procesamiento de níquel en Indonesia por valor de 4,500 millones de dólares. Volkswagen y Stellantis colaboran en la creación de una nueva empresa minera para la extracción de cobre y níquel en Brasil.

Pero satisfacer la creciente demanda seguirá siendo muy difícil, de lo que sirve de ejemplo el cobre. La transición energética equivale en gran medida a electrificación, para la cual el cobre es indispensable. Este elemento lleva hace años el mote de “Doctor Cobre”, porque su demanda y sus tendencias de precios en los mercados tradicionales son buenos indicadores de la actividad económica en general y de lo que puede suceder con el PIB. Pero ahora se agrega algo nuevo: la “demanda para la transición energética”, no sólo de cobre, sino también de metales como el litio, el cobalto y el níquel.

Las políticas estatales de descarbonización incentivan la producción de vehículos eléctricos que requieren de 2.5 a 3 veces más cobre que un auto tradicional, en promedio. También demandan grandes cantidades de cobre el almacenamiento de energía en baterías, los sistemas eólicos en tierra firme y mar adentro y los paneles solares. S&P Global se propuso calcular la cantidad de cobre adicional que se necesitará para satisfacer esta nueva demanda, sobre la base de los objetivos climáticos de Estados Unidos y de la UE para 2050 y de las tecnologías necesarias para alcanzarlos. La conclusión es contundente: la oferta de cobre tendrá que duplicarse antes de la segunda mitad de la década de 2030.

Es un objetivo difícilmente alcanzable, si se tiene en cuenta que el desarrollo de una nueva mina puede llevar entre 16 y 20 años (o más). En todo el mundo, el otorgamiento de licencias está cada vez más ligado a disputas políticas y es cada vez más lento. Por supuesto que la escasez y el encarecimiento incentivarán el reciclaje, la innovación tecnológica y la sustitución; pero el efecto compensador de estas alternativas no se manifestará enseguida.

Además, la producción de cobre está todavía más concentrada que la de petróleo. Tres países (Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia) producen el 40% de todo el crudo del mundo, pero sólo dos países producen el 40% del cobre: Perú y Chile. Perú ha tenido siete presidentes en siete años, y el gobierno populista de Chile está decidido a incrementar el control del Estado sobre la minería y su participación en los ingresos, de lo que dan prueba sus planes de nacionalizar las reservas de litio chilenas (las más grandes del mundo).

El plan chileno apunta a un importante obstáculo a nuevas inversiones en minería en todo el mundo, caracterizado por el eminente economista Raymond Vernon como el problema del “acuerdo obsolescente”. El gobierno de un país rico en recursos y una empresa minera internacional acuerdan un régimen fiscal que facilita una inversión multimillonaria en un nuevo proyecto de minería. Pasan los años, se realizan las inversiones, y la mina ya está en operación. Pero entonces llega al poder otro gobierno, ve que los precios de los minerales están subiendo y decide cambiar las condiciones del acuerdo para aumentar su participación en los ingresos.

Esta inestabilidad lleva a que la empresa ponga freno a nuevas inversiones. Y si el gobierno opta directamente por nacionalizar el recurso, cualquier inversión futura de la empresa queda congelada por definición, ya que la empresa deja de operar. En ambos casos, el aumento esperado de la producción de la mina no tiene lugar. Con el futuro crecimiento de la demanda para la transición energética y el aumento de precios relacionado, a los gobiernos de países poseedores de recursos les será muy difícil resistir la tentación de cambiar las condiciones de los acuerdos ya firmados. También fijarán condiciones de acceso más estrictas para proyectos nuevos, con lo que las empresas y sus juntas directivas perderán incentivos para invertir en ellos.

Y no hemos hablado todavía de una complicación adicional: la geopolítica. Las cadenas de suministro necesarias para la descarbonización están enredadas en la creciente rivalidad entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y China, que tiene una posición dominante en el procesamiento de minerales para la obtención de metales. Unos dos tercios del litio y del cobalto del mundo se procesan en China, lo mismo que casi la mitad del cobre. Estados Unidos, aunque es productor de cobre, lo importa procesado desde China.

Cuando en Estados Unidos y en Europa comprendieron hasta qué punto estas cadenas de suministro dependían de China cundió la alarma. Ahora los gobiernos se han lanzado a reemplazarlas para reducir los riesgos relacionados. Por eso Estados Unidos ha formado una Alianza de Seguridad en Minerales con países afines (consumidores y productores); y varias cláusulas centrales de su Ley de Reducción de la Inflación apuntan en concreto a reducir dependencias respecto de China y relocalizar la cadena de suministro de las baterías eléctricas.

Pero la reducción de riesgos de suministro será costosa y lenta, porque los procesos de otorgamiento de licencias son interminables. Y aunque las tensiones en esta área todavía no han llegado al nivel que tienen en la lucha por los microprocesadores, es sólo por el momento. Cualquier intensificación de la rivalidad China-EU complicará todavía más la creación de nuevas cadenas de suministro y aumentará el riesgo de que una escasez de minerales cruciales se torne crítica.

*El autor es  vicepresidente de S&P Global, es autor de The New Map: Energy, Climate and the Clash of Nations.

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