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Arte e Ideas

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Apuntes de “la primera novela” de Cantinflas

Escribir era otra de las pasiones de Mario Moreno, Cantinflas. Se sentaba frente a las duras teclas de su máquina y comenzaba a llenar hojas y hojas. Siempre con la idea de reflejar el humor que lo hacía vibrar y cantinflear.

Se sabe, de cierto, que Fortino Mario Alfonso Moreno, Cantinflas, gustaba de pasar horas y horas revisando los guiones de sus películas, algunos elaborados por él mismo.

Quizá cuando tuvo en sus manos el texto de El signo de la muerte, redactado por Salvador Novo, el proceso fue más rápido y la atención se centró en cómo llevarlo al cine a la brevedad.

Pero escribir era otra de sus pasiones. Se sentaba frente a las duras teclas de su máquina y comenzaba a llenar hojas y hojas. Siempre con la idea de reflejar el humor que lo hacía vibrar y cantinflear, a pesar de que cuando se le veía sin el personaje su rostro era adusto.

En 1969, bajo el sello de la editorial Finisterre México, se publicó Su excelencia. En la portada del libro se asegura que es la primera novela escrita por Mario Moreno, Cantinflas (la sexta edición, de 1970, se puede comprar en Internet por unos 30 euros).

En 286 páginas se cuenta cómo Píndaro López llegó una helada mañana a Pepeslavia, capital de Troleburgo, procedente de la tropical República de Los Cocos, a tomar el cargo de canciller y de ahí saltó al pleno de la Organización Mundial de Naciones, donde proclamó un interesantísimo discurso sobre el papel de los colorados y los verdes.

Los primeros son las potencias socialistas, o que dicen practicar el socialismo. Se distinguen por sus regímenes autoritarios, sus procedimientos despóticos y por sus sistemas económicos sui géneris; en tanto los verdes, los capitalistas que están caracterizados por sus sistemas políticos más o menos democráticos, por su renovación periódica de gobiernos mediante el sistema de elecciones… y sobre todo por su enorme poderío económico .

La historia fue llevada al cine con el mismo nombre y algunas adecuaciones a ese pronunciamiento, hecho en la víspera de una Navidad y en plena Guerra Fría.

En la pantalla, Píndaro o Lopitos, por su apellido, sube al estrado. Se acomoda el saco, las insignias y saluda a quienes presiden la reunión, una más de las muchas que se han realizado en los últimos meses, y suelta: Me ha tocando en suerte ser el último orador, cosa que me da mucho gusto, porque como quien dice así me los agarro cansados . Éste es Cantinflas, de quien se celebran los cien años de su natalicio con una exposición de 126 fotografías y la exhibición de algunas de sus películas.

Píndaro comparte una opinión que no aparece en su novela original: Estamos pasando un momento crucial en que la humanidad se enfrenta… ante la misma humanidad. Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre científica e intelectualmente es un gigante, pero moralmente es un pigmeo .

Tal ha sido el impacto de este progresista pronunciamiento .

El representante de la República de Los Cocos ha pasado los últimos años de país en país por lo que se ha olvidado del amor. En Pepeslavia conoce a una paisana, Lolita. Morena de ojos grandes y cuerpo escultural, guapa, extraordinariamente bondadosa y simpática , describe.

Al final de Su excelencia, libro, Lopitos restriega a los representantes de los países del mundo entero que se han entendido mal las sublimes palabras que hace dos mil años pronunció el humilde carpintero de Galilea… descalzo, sencillo, sin frac ni condecoraciones… ¡Amáos! ¡Amáos los unos a los otros!... pero ustedes desgraciadamente entendieron mal, y practican lo contrario: ¡Armáos! ¡Armáos los unos contra los otros! .

Luego de un silencio incómodo que se rompió por una larga ovación, el diplomático se despide de un camarada y sale.

Lolita lo alcanza en la calle. Se ven. Se sonríen. Se besan. La toma de la cintura y se van (como terminan casi todas sus historias).

A lo lejos, con ese aullido agudo y melancólico de los ferrocarriles europeos, el silbato de la locomotora rasgó el silencio de la noche, anunciando su partida de la capital de Pepeslavia , finaliza el texto.

adrosa@eleconomista.com.mx

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