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Arte e Ideas

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Autogol

Es organizar el evento que llama más la atención en el mundo y cuando estalla una huelga en tu aeropuerto más importante.

El mundial de futbol inicia y de inmediato se hace presente el fantasma más temido: el autogol. En inglés se le dice own goal, gol propio, aquel que es infligido a uno mismo, a su equipo y la esperanza que este tiene invertida en la victoria. Hay autogoles accidentales: un rebote fatídico, despeje desafortunado o un cabezazo chueco por un empujón del contrario. El más doloroso es el provocado por una barrida a destiempo frente a un balón centrado en malévola diagonal. La mayoría suceden con la inevitabilidad del golpe del destino, todos llevan aparejado aquello de estar en el lugar y momento equivocado. Algunos contrincantes celebran el autogol como si fuera lo contrario. No sólo por la suma en el marcador, sino por la disminución moral del implicado.

El título podría perfectamente referirse a ese de Marcelo en el partido inaugural contra Croacia. En la toma televisiva, el brasileño nos mira con perplejidad, su rostro es la suma del perfecto desconcierto que cabría esperar después de empujar el balón en la propia meta, a 10 minutos de iniciado el Mundial.

También podría referirse a cualquiera de los otros, que se apuraron en los días siguientes: el del guardameta hondureño Noel Valladares en un rebote de carambola y el del bosnio Sead Kolasinac, al minuto tres. Fue un fin de semana histórico para aquellos que disfrutan las estadísticas anómalas.

Alusión aparte a eso que se llamó ceremonia inaugural: un festejo paupérrimo, donde los brasileños exhibieron que el presupuesto se había ido en estadios en medio de la jungla. Después de todo, ¿qué mejor para mostrar la cultura brasileña al mundo que un numerito de J-Lo y Pitbull? El culpable del evento pensó que estaba en un festival preescolar. Por eso vistió a cinco personas de árboles, dos de indígenas en canoa y a media docena de simpáticas gotitas de agua. Luego todos dieron vueltas alrededor de un balón con luces sobre una alfombra colorida. Los comentaristas leían los boletines con deleite: ¡Vean ustedes, eso simboliza la selva amazónica!

Autogol es organizar el evento que llama más la atención en el mundo, y que el día que inicia estalle una huelga en tu aeropuerto más importante, se multiplican los disturbios sociales, y los encabezados de los diarios reducen los balones, bikinis minúsculos y caipirinhas por incendios, policías con cascos, macanas y mangueras, marchas y problemas de logística. Justo después de que Lula diga que en México todo es peor que en Brasil.

Autogol cuando la FIFA anuncia que el país organizador del Mundial del 2022 será Qatar o Catar (como les guste). Uno de esos sultanatos petroleros que tienen mucho dinero, poco respeto a los derechos humanos, edificios altísimos, pistas de nieve con aire acondicionado bajo techo, y temperaturas que convierten la selva amazónica en un retiro vacacional en Los Alpes. Qatar tiene también una gran tradición futbolística: cascaritas disputadas por sus obreros/esclavos en sus ratos libres. Es gobernado por la familia Al Thani desde mediados del diecinueve, y tiene a su favor unas reservas de petróleo y gas provocan sueños húmedos a Joseph Blatter.

Autogol es que la FIFA decida dar el salto tecnológico más grande de su historia. No me refiero al bote de nieve artificial en aerosol que llevan los árbitros y pone a temblar al International Board, sino al detector automático de goles. Un conjunto de cámaras apuntadas a cada portería, para consolidar el cruce del balón por la línea de meta, en una animación digna de Atari. Incluida la señal al cronómetro arbitral que sentencia que el rebote extraño sí fue o no fue. El juguetito, apodado Ojo de Halcón, cuesta 150,000 dólares por partido, si hemos de creer al reporte de la prensa deportiva. Es un mecanismo carísimo estrenado para despejar dudas en las jugadas polémicas. Por ello, la FIFA lo coloca sin difundir claramente cómo funciona y por qué es confiable.

El checagol se estrenó en el autogol del equipo catracho y resultó tan claro y convincente que los entrenadores se hicieron de palabras: el francés diciendo algo así como hombre acepta, no seas necio, no es el árbitro, es la máquina y el hondureño negando con el dedo a mí no me ven la cara con su magia moderna. Lo mismo alega Faitelson, tan entrenado en discutir con José Ramón Fernández en ESPN, que se ha vuelto incapaz de escuchar lo que dicen sus compañeros de panel. Faitelson dijo que la imagen generada por la FIFA la hacía cualquiera con una computadora y que dejaba tantas dudas como la llegada del hombre a la luna. Fernández le replicó: Tú estás loco.

También son autogol los programas de análisis : 15% del tiempo para el análisis y el resto a reciclar payasadas y numeritos de comedia. En La Jugada, el único remanso son los reportajes de Karla Iberia Sánchez y Montserrat Oliver. Ese programa ejemplifica lo peor del periodismo deportivo televisivo mexicano: contratar a grandes futbolistas y expertos para después sentarlos en un bar a fingir sonrisas mientras los alburea el compayito.

No se sabe si los derechos de las imágenes son caros o el tiempo de televisión no lo amerita, pero los resúmenes son más breves que nunca, tiempo apenas para los goles y alguna jugada polémica. Si los expertos opinadores se acumulan en FoxSports, ESPN o alguno de los canales satelitales, las imágenes ni siquiera son suyas, son cortesía de la crestomatía o la competencia, que se las deja en una resolución apta para pantallas de celular.

Después de todo, se puede hablar de autogoles en tantos sitios, que se entiende la mirada del que abrió la puerta oficial al fenómeno. Marcelo, los ojos al público, la cámara y la posteridad; esa que un minuto antes le decía: toda tu vida existió para este momento, para estar en la cima de tu talento, en el escenario mundial y mostrar lo que amas y haces mejor que casi nadie. Y después, como ser humano común y corriente, estiró el pie y empujó el balón multicolor en su propia portería.

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