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Arte e Ideas

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Balance mundialista

La historia no la escriben los ganadores ni los perdedores, sino los burócratas.

Termina el Mundial de futbol con la mayor actividad registrada en Twitter o Facebook (618,725 tuits por minuto; 280 millones de interacciones en el face). La final fue el centro de mayor atención. Con Brasil y Holanda fuera, los dos villanos del mundial nos ahorraban tuits y memes a propósito del favoritismo arbitral convertido en humillación o los clavados de Robben.

En el centro estaban dos filosofías. Por un lado los alemanes y la consecución de un programa ejemplar que supera la década. El juego de conjunto, la voluntad como maquinaria imparable. El pueblo o desarrollo vacacional que construyeron para adaptarse a Brasil, su cercanía social y comportamiento a tono con el fair play.

Por otro lado, el amor a la camiseta y a la historia, el pundonor como materia prima y emocional, el planteamiento táctico establecido no hacia un ideal futbolístico reducible a un plan lleno de objetivos y programas intermedios, sino hacia el pragmatismo puro. Sacar el mejor provecho del grupo actual y las condiciones que propone el rival.

Lo paradójico es que en la cancha, frente al resultado, valgan casi igual. Un país que reconstruye todo su proyecto futbolístico y deportivo, desde las fuerzas básicas hasta los derechos televisivos. Que abraza la continuidad como un credo más allá de paradas intermedias. Otro que enarbola el amor propio, la fe en los ídolos y el destino como una conexión que, si hacemos caso a los memes papistas, llega a las grandes alturas.

Argentina hace un juego casi perfecto. Todos los engranajes en su sitio, excepto aquellos sin los que resulta imposible ganar. Su defensa y media copa los sitios de acceso a la cancha con un dispositivo de seguridad a prueba de intrusiones. Es capaz de provocar errores en una saga que se había comportado con precisión. Consigue las mejores oportunidades pero sus atacantes se muestran más apurados que inspirados. En el momento clave, la mirada tardía, el pie mal colocado, el toque que se adelanta, la portería esquiva. Fallan más posibilidades que las que el rival construye incluso en los 120 minutos.

El arbitraje infame es lo de menos, ya son casi todos así. En el análisis posterior, hay contraste más que polémica. Codesal condena al italiano como ejemplo de la personalidad arbitral extinta en Brasil, Brizio lo celebra. Ninguno de los dos aborda los dos puntos candentes: los penales no marcados. La discusión se reduce al choque de Neuer e Higuaín; y a las interminables patadas sobre Bastian Schweinsteiger.

Mientras el cuerpo aguanta, los albicelestes controlan el juego. Es un cero a cero favor Argentina. El tiempo corre y se empieza a hacer presente la realidad de enfrentar al equipo alemán. ¿Cómo mantener lo anímico frente a un rival que parece incansable? Uno que como fuerza de la naturaleza, con la terquedad oceánica, lo intenta una y otra vez. Frente al trofeo FIFA, los alemanes regresan a su modo básico, sin imaginación pero persistente. La única manera de vencerlos es aprovechando las pocas que tengas, Argentina no lo hizo, ni su corazón en Macherano, ni un Messi nebuloso fueron suficientes. Lo demás, una jugada perfecta, un gol para la historia, la que se vuelve inspiración, la que se queda en lo que es y nunca en lo que casi fue.

Fuera de la realidad del campo está la FIFA, y con ella y sus oscuros comités técnicos, el resto de los trofeos. La mayor indignación fue el Balón de Oro para Messi, ese título ambicionado de mejor jugador en el mundial, al que le faltó entre otras cosas estar ahí. El consenso de la FIFA es claro: no armó jugadas, no metió suficientes goles, corrió menos que ninguno, no pesó, pero es Messi. Así como fue acumulando mejor jugador del partido , debió ser para Macherano, De María o Romero. Tampoco importa si lo merecían más Kroos, James, Robben, Müller, Neuer o Benzema. Messi por decreto.

El guante de oro se le entrega a Neuer, (eso no lo discute nadie), quizá sólo porque estaba a la mano. El trofeo pertenecía a Navas, el tico, no sólo el que menos goles recibió, sino el que, junto a Howard y Ochoa, más y mejores salvadas tuvo.

Si ya de consolación se trataba, ¿por qué no dejar el premio fair play a Colombia? No importa que su partido de despedida fuera un festín de patadas, incluida la fractura a Neymar. 91 faltas en total (Francia tuvo 62). Holanda y Brasil sumaron 249 entre los dos, España sólo 28. Las tres peores del mundial ni siquiera las marcaron (la mordida de Suárez, la barrida de Matuidi, la rodilla de Zúñiga sobre Neymar). La historia no la escriben los ganadores, ni los perdedores, la escriben los burócratas.

La constante fue la problemática arbitral, y es la que más indignación produce. El goal line technology probó su utilidad. Es inevitable que se dé un cambio radical en la metodología y tecnología arbitral, por lo menos en este tipo de instancias con tanto interés y dinero en juego.

México queda en el sitio número 10, dos abajo de Costa Rica y uno de Chile. Casos notables son Italia (22), España (23) e Inglaterra (26). Si nuestra federación es incapaz de mirar el horizonte alemán en busca de inspiración o tutoría, los tres europeos quizá deberían. Son las ligas más importantes del planeta y sus jugadores más destacados, extranjeros.

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