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Arte e Ideas

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Estrés y envejecimiento

Hasta no hace mucho tiempo eran pocas e insuficientes las pruebas científicas que existían sobre las probabilidades reales de que las experiencias traumáticas de la mamá embarazada pudieran afectar a su bebé. Ahora hay más pero la respuesta no suele ser sencilla y sí delicada.

Las arrugas, las canas y la flacidez de los músculos y de la piel no son señales confiables del envejecimiento, ésa es -como dice la canción- pura vanidad.

Si en realidad quisiéramos saber qué edad tenemos y cuánto tiempo nos queda de vida, tendríamos que observar al microscopio las entrañas de las células de nuestro organismo y mandar a volar el look de moda, los tintes para el cabello, la inyección de botox o la restiradita facial.

Mucho antes de que uno comience a descubrir frente al espejo las patas de gallo y el abultamiento de la papada, el organismo envejece sin que lo notemos.

Éste es un fenómeno inexorable, necesario para la renovación de la vida y la evolución de las especies y no debiera asustarnos. Sin embargo, lo sorprendente es que en algunos casos los primeros cambios de este proceso biológico, relacionado en parte con el paso del tiempo, puede iniciarse desde el vientre de la madre.

Por ejemplo, si una mamá gestante vive con mucho estrés, su cuerpo producirá cierto tipo de hormonas (corticosteroides) excesivamente, las cuales pueden llegar al bebé a través de la placenta provocándole daños en los cromosomas que están dentro del núcleo de las células.

Ahí los telómeros (capas que recubren las puntas de los cromosomas) se irán acortando y entre más cortos sean, menos probabilidades tendrá la célula de seguirse dividiendo. Cuando ya no hay más división celular, las reacciones de oxidación van acumulando productos dañinos y ésta es la auténtica señal biológica del envejecimiento de nuestro organismo.

Cuando a los médicos se nos llega a preguntar sobre las probabilidades reales de que las experiencias traumáticas o estresantes de la mamá embarazada pudieran afectar a su bebé, la respuesta no suele ser sencilla y sí muy delicada.

Lo más razonable, en términos generales, es negar que lo que pueda perjudicar o dañar psicológicamente a una madre -necesariamente- habrá de dañar a su bebé.

Hasta no hace mucho tiempo eran pocas e insuficientes las pruebas científicas que existían acerca del tema. No sabíamos si las mortificaciones maternas, sobre todo por un tiempo prolongado y con una determinada intensidad, pudieran originar trastornos físicos durante el embarazo. Sin embargo, estudios recientes sugieren que el estrés elevado durante la gestación sí puede ser causa de envejecimiento precoz y, con ello, reducir las expectativas de vida.

A pesar de que las investigaciones sobre el tema de estrés y maternidad no pueden ni deben realizarse con seres humanos por razones bioéticas obvias, los resultados de estudios recientes con pollos que fueron sometidos a condiciones de estrés ambiental (Proceedings of the Royal Society B), hacen pensar que no sería raro que madres de otras especies, incluyendo mamíferos, que experimentan situaciones sostenidas de estrés pudieran ser las causantes -no intencionales- del acortamiento de la vida de sus hijos.

Ésta es una evidencia más de cómo los factores emocionales -traducidos por el organismo- pueden ser determinantes no solo de la salud mental, sino también de la esperanza de vida de nuestra descendencia.

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