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Gran nueva versión de un viejo cuento

La película de Kenneth Branagh y Disney es una sorpresa: entretenimiento sencillo que no resulta un escupitajo para las neuronas ni una patada en las sensibilidades feministas.

lunes 16 de marzo de 2015 - 02:06

No puedo creerlo, pero así es: la nueva adaptación de Cenicienta es una película sólida, entretenida y hasta conmovedora. No es que la cinta no tenga su pedigrí, después de todo está dirigida por Kenneth Branagh, el genio detrás de Enrique V y otras buenas adaptaciones shakespereanas y con un guión de Chris Weitz (About a Boy y otros melodramas de calidad).

El problema que hacía a esta reseñista dudar en la fila de los boletos si era sabio dedicarle espacio a la nueva adaptación del clásico secuestrado por Disney era, precisamente, que la firma de Mickey Mouse deja sus dedos sucios por doquier.

Estos reboots que la Disney hace de sus clásicos de caricatura con actores han resultado un desastre. Pienso en la malísima Maléfica con Angelina Jolie. Pienso en la reciente adaptación de Into the Woods, el musical, que les salió como agua de calcetín.

Entonces estaba en la fila de los boletos y decidí que iba a dejarme arrastrar por la cursilería. Total, en alguna parte de mi psique seguro yo quería dejarlo todo atrás por una zapatilla de cristal. Después de todo el arquetipo de la Cenicienta es potente, pernicioso inclusive, desde luego innegable. La niña rescatada de las cenizas por el príncipe: la mejor forma del antifeminismo.

Y resulta que la película está buena. Y no hubo necesidad de dejarse llevar por mares de mieles espesas porque, sorpresa, la película no es cursi.

Inicio sentimentalón, pero sigan adelante

Conozcan a Ella (Lilly James, de la gloria de Downton Abbey). Es una niña noble, que es capaz de ver la mejor versión del mundo inclusive cuando el estado de las cosas es el más oscuro. Sí, eso es medio sentimentalón, pero sigan adelante.

Ella pierde primero a su madre, luego a su amoroso padre, aunque antes había adquirido, por la bondad de su padre, una madrastra y dos hermanastras. La madrastra es Cate Blanchett, y de entrada uno se pregunta qué hace una actriz de calibre 50 como Blanchett en este rollo, y la respuesta viene pronto: la madrastra es algo más que una villana de cartón. No sabemos mucho de su historia pero no hace falta. La Blanchett dota a su personaje de muchos colores y brillos circundantes. Es una mujer celosa, envidiosa, pero también alguien que sufre y que encuentra en la pobre Ella a la víctima perfecta.

Pero Ella no se comporta como una víctima, no, señor. Es una rebelde, lo contrario a una cínica, una superdotada de ponerle al mal tiempo buena cara. En una escapada de las garras de la madrastra y de las hermanastra (una de ellas es interpretada por Sophie McShera, también alumna de Downton Abbey), Ella conoce a Kit, un joven aprendiz. Lo que Kit no le dice es que es aprendiz de monarca, el príncipe del reino (Richard Madden de Game of Thrones. La era dorada de la televisión ahora alimenta al cine). El príncipe es adorable, un poco menos encantador que el típico príncipe azul, un poco más igualitario: el galán perfecto para niñas educadas en un feminismo light.

Lo demás ya lo saben sin esfuerzo, vestido, baile, calabaza, zapatilla de cristal. Pero esperen, falta el hada madrina. Esta vez la responsabilidad cae en la freak experta: Helena Bonham-Carter, un hada madrina desmadrosa, eficiente alivio cómico marca registrada.

Cenicienta es una sorpresa. Entretenimiento sencillo que no resulta un escupitajo para las neuronas.

concepcion.moreno@eleconomista.mx