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Arte e Ideas

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Las horas perdidas: La ola interminable

La peor pesadilla freudiana en cada calle, navegada por automóviles, semáforos, cabinas telefónicas, bicicletas, minivans blancas, muchas minivans.

Cuando me senté a escribir esta columna, tenía la firme intención de referirme a alguno de los temas que tanto ruido han hecho en las últimas semanas.

Hablar, por ejemplo, de la innegable importancia de Presunto Culpable, de que verla debería considerarse casi un deber cívico para los mexicanos, pues estamos ante una oportunidad inédita de experimentar en cabeza ajena, la indefensión y terror que supone un proceso judicial bajo el sistema inquisitorial mexicano. Una que hasta ahora sólo era posible vivir, y quererla olvidar.

Reflexionar si un sujeto como Reyes Bravo, después de cometer perjurio y enviar a un inocente a la cárcel, tiene el derecho de pretender borrar su actuación pública porque afecta su imagen. Si es posible en una sociedad donde hay acciones y consecuencias, que las suyas sean difuminadas como sugiere la jueza Blanca Lobo.

Quizá, hasta detenerme un poco a analizar ese curioso fenómeno nacional que es la envidia del éxito ajeno, no importa si es en beneficio de todos. Oportunidad para responder brevemente a la mezquindad de todos aquellos que cuentan cada peso en taquilla del documental para levantar el dedo con asco y acusar a los abogados con cámara de explotar a Reyes Bravo y secuaces con ánimo comercial, aunque estos hayan señalado que la recaudación será donada a una ONG en favor de la reforma del sistema de justicia.

Y si no de Presunto Culpable, quizá merecería dedicar esta columna a ese inverosímil debate (y nunca fueron más necesarias las comillas) que se dio en el noticiero de Carlos Loret, donde los tres cabecillas de nuestros partidos políticos demostraron su incapacidad para discutir, ya no digamos como líderes detrás de alguna idea de país, sino como adultos. De Moreira, sus cartelitos, sus ingeniosos insultos y su afirmación de que en el país hay cinco pobres cada minuto. Dedicar unos instantes para citarle a Moreira las cifras del último censo y su comparativo con el de hace diez años, y como el México que es, se diferencia del México que algunos quieren creer, como ya señalaba Macario Schettino el lunes en El Universal.

Más aún, recordarle al flamante presidente del PRI que su partido gobernó al país durante muchísimos años en que el número de pobres aumentaba a 22 por minuto y pudo haber crecido con tasas más veloces, si no se hubieran estado muriendo de hambre. Que los años en que su partido gobernó al país no se pueden difuminar ni por su ingenio, ni por mandato judicial. Y que aunque el México de hoy está secuestrado por la violencia, el de antes estaba secuestrado por su partido, sus mafias, sus sindicatos, y sus crisis económicas.

Podría elucubrar sobre las razones que tuvo Felipe Calderón para hacer su polémico señalamiento sobre el futuro candidato de Acción Nacional a la presidencia. Apuntando que resulta evidente que el puntero del partido está dormido en los laureles de su 8%. Y que a su otra precandidata no la conocen ni sus vecinos. Pero el señor Madero parece convencido de que si Calderón pudo hace seis años remontar a AMLO, su futuro y gris (Carlos Pascual dixit) candidato todavía puede dar la campanada. Y el reloj que sigue con su necio tic-tac.

Pero quizá mereciera más dedicar mi atención a las relaciones entre México y Estados Unidos, la visita de Calderón a Washington, la ingenuidad de quienes pensaban que Obama iba mandar retirar a su embajador por un puñado de cables de WikiLeaks que no sorprenden a nadie, y una declaración al Washington Post, más destinada al consumo local, paradójicamente de México.

Sería la introducción perfecta para hablar un poco de ese mal argumento de Hollywood que es el programa Rápido y furioso (y no me refiero a la película del mismo nombre que sí que es mala, pero no tanto). De cómo, esos funcionarios de la ATF con ánimo de productores de serie B, retomaron una idea desechada de Robert Rodríguez para enviar armas de asalto a México para rastrearlas y luego perdieron de vista la mayoría.

Un apartado para destacar el profesionalismo de los periodistas de CBS que revelaron la noticia (diría Geoff: CBS cares), y el papel que puede jugar un medio de comunicación cuando decide abordar el periodismo de investigación hasta sus últimas consecuencias.

Una línea para apuntar, para delicia de los conspiracionólogos, que se debería investigar seriamente si todo el estúpido plan no es en realidad un pretexto con otras intenciones.

Pero sucede que si pienso en rápido y furioso, lo único que me viene a la mente es esa imagen, transmitida la madrugada del viernes por CNN. Un largo valle, con granjas agrícolas, pequeños camioncitos blancos, paneles solares, invernaderos, antenas celulares, casas de madera y árboles; y una gigantesca marea negra, que avanza, inexorable, irreductible, avanzando…

La cámara, impasible, mira desde el helicóptero. Unos minutos antes eran dos barcos arrojados sobre las calles de la ciudad, como si un niño pequeño los hubiera tirado por ahí después de jugar. Un puñado de personas ondeando una sábana desde la ventana superior de un edificio. Otros alzando los brazos desde una azotea.

La peor pesadilla freudiana en cada calle, navegada por automóviles, semáforos, cabinas telefónicas, bicicletas, minivans blancas, muchas minivans.

La cobertura de CNN repite una oficina entera bailando el siniestro ritmo de los 8.9 grados richter. Repite cifras oficiales muy tempraneras. Un muerto, incontables desaparecidos.

El secretario del gabinete Yukio Edano, con la frente perlada de sudor, tratando de explicar exactamente cuánta radiación ha escapado de la planta de Fukushima, y de qué fue la explosión tal, mientras la retransmisión de la NHK llena de frases en japonés indescifrables, sólo tiene dos palabras legibles (en color rojo): Nuclear emergency.

Veo con perplejidad las fotografías que publica el NY Times en internet, donde podemos deslizar, siniestra maravilla tecnológica, un control para ver la vista aérea de ciudades, deslizando a la izquierda; y lo que quedó de ellas, deslizando a la derecha. Onagawa, Ishinomaki, Iwaki, Kakuda, Natori, Yuriage, Arahama, Sendai.

Las historias de los sobrevivientes, como ese anciano que se quedó dos días en el techo de su casa, flotando en el océano que era todo menos pacífico. O ese otro que levanta escombros de su aldea, en una pequeña carretilla, y que para decir lo que siente, sólo alcanza a repetir las palabras del reportero de CBS: It’s sad.

Leo innumerables tuits de flamantes expertos en energía nuclear, comprobando que era mentira eso de que debajo de cada piedra hay un abogado: lo que hay es un físico nuclear. Lo curioso es que no difieren mucho de lo que declara uno y otro funcionario extranjero, todos convencidos de que mencionar Chernobyl es la mejor manera de dimensionar el problema.

Quizá cuando baje la marea un poco, y sea el momento de reflexionar, cabría debatir como propone The Guardian en Inglaterra si debería prohibirse la energía atómica, esgrimiendo como argumento nada más y nada menos que la irrebatible ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal.

Podemos imaginar los técnicos japoneses de Fukushima. Envenenados por radiación, intentando a como dé lugar enfriar los núcleos de sus cuatro reactores. Tratando de reparar las bombas de agua, de determinar si una réplica del terremoto resquebrajó la cubierta del núcleo, si mientras fuera hay ciudades inundadas, en el centro de su tecnología falta agua para evitar que el uranio se funda. Hay muchas historias ahí. Heroicas la mayoría. Merecen ser contadas, y lo serán.

Pero el resto del tiempo, mientras empiezo a escribir sobre Presunto Culpable, sobre Moreira, sobre Carlos Pascual y los candidatos del PAN esperando el momento propicio para levantar la mano, lo que realmente ocupa mi mente es esa enorme marea negra.

Esa cara siniestra del Tsunami, avanzando por el campo japonés, hacia una casa, un camión que apura el paso por la carretera, antes de ser devorado por esa masa líquida primigenia, donde entre fuego, madera, desechos, metal retorcido y tecnología inservible, flotan miles de vidas que ya no son más.

¿Quién puede pensar en otra cosa si ahí está Japón?

twitter @rgarciamainou

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