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Arte e Ideas

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Leyendo y festejando

Desde un jardín que se lleva en el bolsillo, como ?reza el proverbio árabe, hasta la única riqueza posible, cual dijera Benjamín Franklin, los ?libros debieran ?celebrarse (y leerse) a diario.

El mes es perfecto, la primavera que nos invade también, las razones insuperables y los pretextos muchos. La idea original, sin embargo, es un poco sospechosa. Y provoca envidias como casi todo lo que es bueno en el mundo.

El caso es que el 23 de abril, se celebra el Día Mundial del Libro. El objetivo, diría la UNESCO -que es la responsable de casi todas las efemérides celebratorias- es rendir un homenaje universal a los libros y autores, alentando a todos, y en particular a los jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y a valorar las irremplazables contribuciones de aquellos que han impulsado el progreso social y cultural de la humanidad (es, decir, los escritores).

Apoyando tal vocación oficial -aunque fiestera- el Derecho de Autor comparte el Día Mundial.

La autoría del festejo

La autoría del festejo tiene varias versiones: una de ellas que el proyecto de dedicar un día al libro y celebrarlo en el mundo fue una propuesta original de la Unión Internacional de Editores de España. Otra, que la verdadera idea original de un Día del Libro partió de Cataluña, del escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, que a su vez propuso la fiesta a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona en 1923, hasta que fue aprobada por el rey Alfonso XIII de España en 1926.

Si tal cosa fuera cierta es el 7 de octubre de 1926 cuando se celebró el primer Día del Libro. Y siguiendo ese tren de pensamiento, fue algún tiempo después, en 1930, cuando se instauró definitivamente el 23 de abril. Fecha en la que, además, por si se requiriera sustento divino, el día coincide con el santoral de San Jorge, patrón de Alemania, Aragón, Bulgaria, Cataluña, Etiopía, Georgia, Grecia, Inglaterra, Líbano, Lituania, los Países Bajos, Portugal, Eslovenia y México.

Una vez que la UNESCO entró en la danza, fue en 1995 cuando el Día del Libro se convirtió, oficialmente, en una fiesta para todos. Una fecha simbólica para la literatura mundial porque además de la maravilla de estar dedicada a los libros (esos amigos que nunca decepcionan, como bien dijo el escritor Thomas Carlyle) también tiene un lado casi mórbido pero fascinante.

Cuenta la leyenda -más bien atestigua la historia- que fue el 23 de abril de 1564 cuando murió William Shakespeare, y que también era 23 de abril cuando fallecieron el mismo día y mismo año de 1616, el español Miguel de Cervantes Saavedra y El Inca Garcilaso de la Vega. Coincidencia afortunada para hacer las paces con la muerte y celebrar al mismo tiempo.

Pero los libros, porque expresan todo un mundo de imágenes interiores y representan con palabras todo lo que no se dice, que comparten ideas propias y ajenas, que son el espacio donde convergen fantasías y realidades y testigos por escrito de las emociones y pensamientos de los demás, deberían usarse y festejarse todos los días (y noches y madrugadas). Es decir, leerse todo el tiempo.

Si todavía no está leyendo un libro, lea lo que escribió María Alicia Peredo Merlo: Leer es un privilegio de la humanidad. Leer es pensar. Leer es sentir. Leer atraviesa el tiempo y el espacio. Leer nos libera. Leer nos descubre mundos para habitarlos. Leer nos une, y nos acerca. Leer nos da poder .

Para entenderlos como se merecen

Sobre los libros bien vale conocer la opinión de sus autores. Pensamientos más que autorizados: para Bioy Casares, por ejemplo, los libros eran los responsables de su gusto por la vida; Benjamín Franklin dijo que eran la única riqueza posible; Emerson juró que los libros hacen la fortuna de un hombre y para Ray Bradbury son objeto que sirve para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos; el mejor viático para este humano viaje, según Montaigne y, un jardín que se lleva en el bolsillo, como reza un proverbio árabe.

Con los libros todo y nada.

Sepa nada más que para ser invitado distinguido de esta fiesta hay que participar. No ningunear o engrandecer libro viejo, nuevo, moderno o muy antiguo. Y no olvidarse de lo que escribió Quevedo: que incluso hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita de una vida muy larga.

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