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Arte e Ideas

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París bien vale exponerse

Pocos meses se habían gastado del nuevo siglo. 1900 había llegado con sus promesas de cambio y modernidad y México, bajo la batuta de Porfirio Díaz, estaba bien dispuesto a mostrar al mundo su gloria arquitectónica, ?artística y comercial.

Pocos meses se habían gastado del nuevo siglo. 1900 había llegado con sus promesas de cambio y modernidad y México, bajo la batuta de Porfirio Díaz, estaba bien dispuesto a mostrar al mundo su gloria arquitectónica, ?artística y comercial. La Exposición Universal de París que se llevaría a cabo entre el 15 de abril y el 12 de noviembre sería una ocasión perfecta. Para ella estaba planeada la participación de 58 países, en donde cada uno ocuparía un espacio de las 120 hectáreas destinadas para el evento. Y quizá competirían con las edificaciones que ya habían hecho los franceses justo para ella: la Estación de Orsay, el Petit Palais, el Grand Palais, el puente Alejandro III y la magnífica Torre Eiffel que, aunque mantenía su presencia desde 1889, se convirtió no sólo en símbolo e ícono de la exposición, sino en el fanal del mundo para el nuevo siglo XX . Durante la exposición, también se llevarían a cabo los Juegos Olímpicos de 1900. Era entonces, la mejor ocasión para que los visitantes del mundo entero revisitaran también a nuestro país. La Secretaría de Fomento de México lanzó un reflexivo comunicado a la opinión pública que decía:

La concurrencia de México á diversas Exposiciones Universales había producido, como principal resultado, el de disipar multitud de preocupaciones y errores relativos á nuestro país, demasiado extendidos entre los que, no conociéndole, ignoraban sus verdaderas condiciones materiales, políticas y sociales. Extraviada la opinión en el extranjero por rutinarias declamaciones contra nuestras guerras, se nos juzgaba con más severidad que justicia en materia de seguridad pública y libertad individual, y hasta era nuestro país erróneamente apreciado en punto á clima, salubridad y fuerza productora de su población; llegando á verse en un estado de aislamiento casi completo, atenido á sus propios recursos, y privado de la colaboración de capitales y de brazos, que hubieran podido y debido fecundar su suelo y acrecentar su riqueza. Por eso, cuando se recibió la invitación de Francia para que México formara parte en la exposición que ha de celebrarse en París en 1900 en gobierno resolvió aceptarla, convencido en principio de la utilidad de concurrir a estas pacíficas luchas, pero no quiso notificar su aceptación, hasta haber pasado las dificultades que había de vencer y las responsabilidades que tenía que afrontar. La primera que hubo de tenerse en cuenta fue la de calcular si nuestra aceptación arrastraría gastos excesivos para el erario. Por fortuna, el Tesoro Federal tan mermado no ha mucho por las crisis agrícolas y monetarias ha entrado en un periodo de reconstitución y todo hace prever que el creciente florecimiento de nuestra hacienda nos permite soportar desahogadamente los gravámenes que nos impusiéramos .

Una vez develado el secreto comenzaron las discusiones sobre la organización. Urgía una lista con cargos y nombres. Todo se solucionó con diligencia: el ministro de México en Londres, Sebastián B. de Mier, como también estaba encargado de la Legación de México en Francia, sería el comisario de México ante la Exposición Universal de 1900 y, por ello, quien coordinaría la totalidad de las intervenciones de la República Mexicana, para que nuestra presencia resultara exitosa. Con un año de antelación, Mier ya había elaborado un exhaustivo padrón de expositores y definido la logística de la participación de México en París. Había recibido, además, tres encomiendas fundamentales: abrir la exposición a tiempo no como nos había pasado en la Exposición de 1889, donde nuestra demora fue de siete semanas ; cuidarse de no exceder el presupuesto asignado, y exhibir un mayor número de productos mexicanos para obtener más inversionistas y, de ser posible, obtener más distinciones que en la exhibición anterior, donde México había obtenido 14 Grandes Premios, 88 medallas de oro y una condecoración de honor.

Todo se alistó con prontitud, entusiasmo, exceso porfiriano, buen gusto y mucha disciplina. Una vez llegada la esperada fecha se reportó que el pabellón mexicano estaba colocado sobre la orilla izquierda del Sena, en el muelle de Orsay, a 18 metros río abajo de la estación del Puente del Alma del ferrocarril de Oeste y a 10 metros río arriba del Palacio de los Ejércitos de Mar y Tierra y que la forma general de su planta era la de un rectángulo de 41.70 metros de largo por 25.40 metros de ancho, en cuyos lados menores se apoyaban dos exedras de 9.90 metros de radio con una longitud total de 60 metros . Además, la totalidad del edificio estaba rodeada y contenida por arcos y columnas que delimitaban las áreas de exposición, permitían a los visitantes deambular libremente y, para rematar, asombrarse de nuestra iluminación eléctrica que con ampollas incandescentes contenidas en tulipas un vidrio esmerilado en forma de flor cubrían a intervalos el intradós de los arcos . El Sr. Mier detalló que el interior del pabellón contaba precisamente con 1,028 lámparas y bujías.

Gracias a su posición al lado del puente de Alma y frente a la perspectiva de la Torre de Eiffel, el pabellón de México resultó muy visitado y fotografiado en aquella memorable muestra que inauguraba el siglo. En ese espacio central, destacaron las exhibiciones de tabacos de El Buen Tono, las telas de la Compañía Industrial de Orizaba y San Ildefonso, los muebles y elementos decorativos de Claudio?Pellandini, los del Palacio de Hierro,?Alfarería Artística SA y también las piezas artísticas mexicanas que su expusieron en el salón de recibo y Bellas Artes . En ella se exhibían pinturas, objetos y maravillas como el diseño del proyecto de monumento a los héroes del arquitecto Guillermo de Heredia que después quedaría frente al Panteón de San Fernando. Pero especialmente la magnífica obra del escultor Jesús Contreras al que le había sido amputado el brazo derecho y dejó boquiabierto al mundo entero. Los comentarios acentuaban el hecho de que un escultor manco podía crear hermosas piezas de tan extraordinaria calidad y factura . Su obra A pesar de todo, modelada en la Ciudad de México y exhibida en París, consiguió a Contreras la medalla de honor, una beca para ampliar sus estudios en la Ciudad Luz y conseguir para México una nueva posición, donde ya no sólo se veía al país como proveedor de materia prima, sino como una nación capaz de un notable desarrollo, cosa manifiesta en la sublime producción artística , según los cronistas y periódicos que reportaron la?Exposición Universal de 1900.

En cuanto a nuestros escritores y periodistas, los artículos y columnas variaban en su tono. Algunos no gustaban de escribir sobre otra urbe estando en la Ciudad de los Palacios. Otros, como Amado Nervo, que fue enviado a cubrir el gran evento por El Imparcial, hicieron grandes crónicas hablando de lo que se mostraba de México en París. Algunos hablaron de otros asuntos y se fueron a otros lados. José Juan Tablada, por ejemplo, precisamente en junio 1900 tomó un barco en San Francisco que lo llevaría a Japón. Y desde ahí, escribiría la columna En el país del Sol y se publicaría en México. Tablada, que regresaría ya más poeta que periodista, firmaría con el seudónimo Mangua. Una palabra japonesa que quería decir, en traducción literal, al dibujo como viene y que nunca tocaría el tema de los mexicanos en París.

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