Lectura 5:00 min
Primera invención, a primera vista
Ciudad que impresiona, que seduce, que condena, esta Ciudad de México está a punto de volver a transformarse. A lo largo de su rica historia, varios la han querido descifrar. Uno de ellos fue Bernal Díaz del Castillo.
El límite de la ciudad no lo mide la distancia sino el tiempo. McLuhan tuvo razón cuando dijo que la mano que escribió una página también construyó una ciudad. Y aunque lo dicho implica haber cedido la ciencia del arquitecto a los cronistas y poetas, es verdad que las palabras, mejor que los ladrillos, construyen paredes o murallas, templos, casas, avenidas y jardines. Sin embargo no caigamos en el engaño no es necesario inventar calles o edificios que no existen; ni hablar poéticamente de alguna ciudad fantástica, porque la nuestra no se parece a ninguna y ha sido protagonista de muchas escrituras. Aquí se tratará de un recorrido memorioso -a veces en desorden y en concierto- sobre las impresiones que ha provocado en propios y extraños esta ciudad, que ya no es DF y otra vez quiere ser Ciudad de México, aunque nunca haya dejado de llamarse de tal modo.
Empezando por el principio, es decir, desde la fundación de la ciudad, nadie mejor que Carlos Monsiváis, en su libro A ustedes les consta, escribe un prólogo perfecto que dice: Y llegaron los aztecas que venían de Aztlán al lago de Tenochtitlan, y aguardaron los signos de la profecía, y allí junto al nopal y el águila y la serpiente, ya los esperaba una muchedumbre de reporteros y cronistas .
Y no pudo hablar con mayor justeza. En el siglo XVI, los cronistas de Indias, ya fueran soldados transfigurados en escritores, frailes preocupados por enseñar las verdades de su Dios extranjero o escribanos de profesión, comisionados a implantar otra lengua y costumbres, se dedicaron a observar, consignar y traducir y empuñaron la pluma. Fue así como se fabricaron nuevos géneros literarios y distintas historias. La crónica y el teatro de evangelización, por ejemplo, escribieron sus primeras letras y el (otro) mundo tuvo noticia de nuestra existencia.
El Galán seducido ?por la ciudad
Bernal Díaz del Castillo alias el Galán- mano derecha de Hernán Cortés y batallador que no se cansaba de cosa alguna , escribió la magna y muy divertida obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Como a todo viajante, contemplar el gran Valle de México le produjo vértigo y una sensación un poco incómoda de pequeñez. De esta primera impresión, cuenta Bernal que está con su capitán Cortés y el rey Moctezuma, en lo alto del gran cu como le llamaban a los teocalis- algo horrorizado por estar atestiguando la sangre derramada del sacrificio de aquel día. Moctezuma anima al conquistador a que mire su gran ciudad y Bernal escribe:
(...) Y dijo que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí podía ver muy mejor, ansí lo estuvimos mirando, porque desde aquel grande y maldito templo estaba tan alto, que todo se señoreaba muy bien y de allí vimos las tres calzadas que entran en México, que es la de Iztapalapa, que fue por la que entramos cuatro días había, y la de Tacuba que fue por la que después salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate (...) y vimos el agua dulce que venía de Chapultepec de que se proveía la ciudad. En aquellas tres calzadas, vimos los puentes que tenían hechos de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna, de una parte a otra, y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con cargas y mercaderías, y veíamos que cada casa de aquella gran ciudad, estaban pobladas en el agua de casa a casa y no se pasaba sino por unas puentes levadizas (...) y vimos en aquellas ciudades cués y adoratorios a manera de torres y fortalezas y todas tan blanqueando que eran cosa de admiración. Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y el zumbido de las voces y palabras que allí había, sonaban más que de una lengua. Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo y en Constantinopla y en toda Italia y Roma y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de tanta gente no lo habían visto jamás .
Por supuesto que contemplaban la plaza mayor, hoy el Zócalo, desde arriba y atónitos, como todo forastero, por la diferencia, la grandeza y la multitud desconocida. Y aunque tuvieron miedo, quisieron conquistarlo todo. Abajo, quizá ninguno recordaba las palabras de Nezahualcóyotl, el rey poeta, que fueron a la vez presagio y verso: Como una pintura nos iremos borrando. Como una flor nos hemos de secar sobre la tierra. Cual ropaje de plumas de quetzal.
Y así fue.
Es bien sabido. Una era construye ciudades, pero una hora puede destruirlas.