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Un cuchillo para cada muerto y un libro para cada cosa
Para el autor de la novela de culto El complot mongol y de otros grandes libros que se han desvanecido de la memoria es momento de relectura y descubrimiento.
Olvido Puede ser una de las primeras palabras que llegan a la mente cuando se escucha el nombre de Rafael Bernal. Mucho más si uno se entera que este año se celebra el centenario de su nacimiento y casi nadie se acuerda de él. Será porque es un escritor que nunca estuvo revestido de las glorias, los chismes y los infiernos de otros notables. Los que llenaron todo el año pasado -por ejemplo- de libros, antologías, foros, homenajes, tazas, carteles y camisetas. Nada que ver con el futbolista ni con el conquistador español. Este Bernal era de otra de cepa.
Viajero, desarraigado durante mucho tiempo, pero con una gran habilidad para echar raíces, Rafael Bernal fue un escritor nacido el 28 de junio de 1915 en la ciudad de México y habría de dedicarse a oficios varios. Fue diplomático, pero también poeta, maestro, dramaturgo, novelista, cuentista, publicista, historiador y guionista (de cine, radio y televisión, como se debe). Pero más allá de todo aquello, de sus 14 libros, sus profundas investigaciones sobre el mar y sus cuentos, es el autor de la novela El complot mongol.
Una obra declarada, sin más, como la primera novela policiaca mexicana. Fue publicada en 1969 y prácticamente desconocida hasta la década de los 80. Muy bien podría acompañar otras dos obras mexicanas de fama parecida: Ensayo de un crimen de Rodolfo Usigli y Dos crímenes de Jorge Ibargüengoitia, entre otras muchas que encantan al lector con su misterio y salpican las páginas de crimen.
Pero El complot mongol no se compara. Es más judicial (a la mexicana) que policiaca, se desarrolla en la ciudad de México y un personaje principal único en el género (o insólito en la historia de la literatura mexicana, si hemos de hacer un homenaje justo). Y es que la novela narra la historia del detective Filiberto García, ex sicario villista cuya misión es lidiar con una conspiración internacional que amenaza la paz del mundo desde el barrio chino de la calle de Dolores.
Alejado de heroísmos galantes, juventud y guapura distintiva, ni siquiera es poseedor de algún encanto, desenreda la trama hablando en primera persona y tiene pensamientos tan esclarecidos como que: Debería haber una facultad para pistoleros. Experto en pistolerismo. Experto en joder al prójimo. Experto en hacer fieles difuntos. Un año de estudios para aprender a no acordarse de los muertos que se van haciendo. Y otro para que, aunque se acuerde uno, le importe una pura y dos con sal .
Filiberto encandila
El complot mongol, pues, emociona desde las primeras líneas. Pero Filiberto encandila.
La pistola cuarenta y cinco era parte de él, de Filiberto García; tan parte de él como su nombre o como su pasado. ¡Pinche pasado! .
Objeto de adaptaciones a diversos lenguajes como cine, radio, teatro e historieta, El complot mongol no ha dejado de reeditarse.
Afortunada y desafortunadamente se considera una novela de culto, con todo el aislamiento y la poca difusión que esta expresión indica. También sufrió una suerte de desdén y fue acusada, cuando menos, de antigualla. Sin embargo, mucho de lo que Bernal escribió todavía es verdad y permanece: el fracaso de la Revolución hecha gobierno, la doble moral, los villanos habituales. El hecho de que hasta los sicarios se enamoran.
Parecería que nada ha cambiado cuando Filiberto, una vez que tiene clara su misión, piensa para sí mismo que le dijeron que nadie quiere muertes pero lo mandan llamar a él para hacer el trabajito. Y así quedarse con las manos bien limpiecitas. Porque ahora todo se hace con la ley. Pero a veces la ley como que no alcanza .
Brújula de Bernal
Más allá de El complot mongol, la vida de Bernal fue variada, intensa y alucinante. Estuvo encargado de escribir, desde París, en la década de los 40, reportajes de la Segunda Guerra Mundial. Después, ya afincado en Hollywood, escribió guiones para el cine y luego, durante tres largos y definitivos años, vivió en la costa de Chiapas.
De aquella estancia surgirían títulos como Trópico (1946), Su nombre era Muerte (1947) y Caribal. El infierno verde, publicado en el periódico La Prensa en entregas semanales entre 1954 y 1955.
Un año después fue gerente de producción de Televisión Venezolana y en 1959 ingresó al Servicio Exterior Mexicano donde su primer encargo lo llevó a Tegucigalpa, Honduras; el segundo a convertirse en Secretario de la Embajada de México en Filipinas; el tercero a Lima, Perú y, finalmente, el último a Berna, Suiza, donde murió en 1972.
Su travesía como escritor fue todavía mejor. Si tuviéramos que armar una brújula o un caleidoscopio de la obra de Bernal, primero están la tierra y el mar. La primera, representada en sus textos más comprometidos ideológicamente. Muy parecidos a las novelas de Sarmiento, con tierras divididas entre la civilización y la barbarie. Solas, tristes y amenazadas pero también amenazantes, como las describieron Rosario Castellanos y Rómulo Gallegos. Donde no se sabía si la selva era el mejor disfraz de una muerte siempre presente o los pueblos tan sólo el retrato de una historia de atraso y corrupción repetida todo el tiempo. Pero hay cosas que han cambiado -escribe Bernal en su libro Memorias de Santiago Oxtotilpan. Antes comíamos el pan de la injusticia y ahora no comemos ya ninguno .
El mar, en la obra de Bernal, por el contrario, es ancho, ajeno y lleno de portentos. Portador no sólo de barcas y navíos cargados de maravillas, sino de piratas y marineros todos protagonistas de historias dignas de escuchar. Su libro Gente de mar, rarísima joya de la literatura mexicana, lo atestigua. Dedicado a la inmortal memoria de Emilio Salgari presenta una serie de biografías breves de corsarios y bucaneros de todos los tiempos con vidas azarosas y extrañas no de los grandes piratas -dice su prólogo- sino de seres extremosos que volcaron en las aguas saladas sus ansias de crueldad, de honor o de ideal . Y es así como, una vez advertido, el lector halla noticias de Caracciolo, Barbanegra, mujeres piratas como Anne Bonny y Mary Reed y monarcas marineros como Jurgen Jurgensen, rey de Islandia y Gerónimo de Gálvez, piloto de otro rey.
En el lenguaje de los moscos
Pero Bernal tiene otra arista en su caleidoscopio y una insólita dirección en su brújula: ser considerado también como un pionero de la ciencia ficción mexicana. Escritor que una vez habló del mar y de la tierra, cuando se ocupa del aire, todo lo trasciende. Y habla de sus más deleznables seres voladores: los mosquitos.
Guerreros terroríficos, anhelantes de cobrar su cuota de sangre, habitantes de la noche y con enfermedades que suben la temperatura, astillan las articulaciones, provocan vómito negro y al final te matan, los mosquitos resultaron ser un gran tema para la pluma de Bernal.
Sin concesión alguna, sin llantos ecológicos, sin cursilerías para los animalitos que son hijos de Dios, el libro Su nombre era Muerte comienza narrando los horrores de redención de un hombre a punto de tocar el fondo del alcoholismo. En la selva chiapaneca, ya muy próximo a la muerte, habla de la soberbia que ha cultivado toda la vida y que lo ha perdido irremediablemente. Cobijado por un pueblo chamula, misántropo a morir, comienza a notar la molesta existencia de los moscos. Primero se vuelve un experto asesino de aquellos insectos. Después, en un muy atento observador de sus costumbres. Luego, en el más dedicado escucha. Experimenta, apunta y es paciente. Y al final, descifra -y luego domina-, el lenguaje de los moscos.
Nuestro personaje, atento a su cuaderno de notas, escribe: Me dediqué en cuerpo y alma a catalogar los sonidos que escuchaba en las noches, anotando la ocasión en que habían sido emitidos y lo que yo suponía pudiera significar .
Las investigaciones llegan lejos. Logra fabricar un instrumento de viento que repite los sonidos de los moscos y le sirve para comunicarse con ellos. Averigua los motivos, la organización y las intenciones de los mosquitos que existen en el mundo todo. Se entera que los moscos odian a los hombres y quieren destruirlos. No tarda en imaginar que, con la ayuda de ellos será él quien domine al mundo.
La última arista de Rafael Bernal fue la muerte a la que trata de diversas maneras. Con un cuchillo para cada muerto. Ya fuera en la forma de la selva destructora, de las buenas costumbres que fallecen cada día, del mar que se lo come todo o de la pinche Mongolia exterior que ha planeado un complot que acabará con todas las ilusiones de un pistolero honrado.
Sobre la muerte y su cercanía escribió mucho. Y estuvo acompañado largo tiempo por quizá la más tremenda de todas, la del olvido.
Pero ha llegado el momento. Que se cumplan memorias y homenajes. Hoy para Rafael Bernal es tiempo de desagravio, relectura y una fiesta centenaria.
Complot de lectores paseantes
Para conmemorar el centenario del nacimiento de Rafael Bernal (28 de junio de 1915) Grupo Planeta en colaboración con la Universidad del Claustro de Sor Juana y el Fideicomiso del Centro Histórico realizará una serie de visitas guiadas por los escenarios de la novela El complot mongol.
La obra, editada por el sello Joaquín Mortiz, se desarrolla en las calles del Centro Histórico, en especial en el barrio chino, en esta zona se realizarán los recorridos el 27 y 28 de junio, y todos los fines de semana de julio, a las 10, 10:30 y 11 de la mañana.
Ivonne Reyes Chiquete, ganadora del IV Premio Nacional de Novela Negra Una Vuelta de Tuerca 2009, coordinó el proyecto de recorridos, que contemplan la visita a las siguientes zonas: Departamento de Filiberto García. Luis Moya e Independencia; Barrio chino; La Alameda; Café la Pagoda (antes Café París); Bar la Ópera y Callejón de la Condesa.
Para hacer el recorrido hay que inscribirse por Internet en la página: http://planetadelibrosmexico.com/complot-lector-en-el-centro-historico/
Como parte del homenaje a Bernal, se intervendrán tres muros con la participación de nueve artistas urbanos.