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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

Una cosa no es como la otra

Dos novelas disímbolas demuestran que la literatura se disfruta desde otras esquinas.

Vengo regresando del Festival Internacional de Cine de Morelia. En esos viajes de trabajo siempre me es imprescindible llevar algo que hacer en los tiempos muertos entre película y película.

Me llevé dos novelas que no podrían ser más diferentes entre?sí. Ambas pertenecen a distintas tradiciones, ambas igual de nobles.

Ahí donde Zama, del argentino Antonio di Benedetto, es un viaje estilístico, El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer, es una obra maestra de story-telling. Mientras la primera se bebe en tragos cortos, la segunda está hecha para sumergirse en ella y beberla hasta dar con el fondo del vaso de whisky.

Zama (El Aleph) es una novela difícil de encontrar. Si no fuera por las artes de librero de Ricardo García Mainou, yo no la tendría en este momento entre las manos, disfrutando una de las experiencias literarias más complejas de mi vida.

Es un libro intimidante. Nada más tenerlo en las manos me asusté: la contraportada del libro tiene, ni más ni menos, una crítica elogiosa de Jorge Luis Borges. Mecachis.

Y luego se empieza a leer. Es como de otro planeta el soliloquio de don Diego de Zama, comendador indiano que se encuentra lejos de casa esperando que le den una prefectura en el fin del mundo... No sé si contar la trama porque la trama es lo que menos importa. Zama es uno de esos trips donde son más dulces los recuerdos que las vivencias de primera manos. Podría hablar y hablar del uso diáfano de los verbos de Di Benedetto, de su estilo que no desperdicia nada, que corta hasta el hueso para dejar apenas los necesario para continuar las cuitas de don Diego.

Es un libro entretenido pero no en el modo convencional. Fui una loca en llevármelo de viaje como si fuera una novela de John Grisham. Pero lo disfruté, poco a poquito. Afortunadamente no es lo último que leeré de Di Benedetto. La edición que tengo incluye las novelas El silenciero y Los suicidas que con Zama completan la llamada trilogía de la espera.

Quisiera que la economía de lenguaje de Di Benedetto se me hubiera pegado un poquito, pero ya me conocen, padezco de verborrea incurable. Entiendo perfectamente cómo para cierto grupo de novelistas latinoamericanos contemporáneos Zama sea el libro de cabecera. Si es cierto que a Bolaño le gustaba cómo uno puede trazar una línea entre Zama y Los detectives salvajes: esa sinfonía minimalista.

Y luego tenemos El bar de las grandes esperanzas (Duomo Ediciones). La novela de Moehringer pertenece a la más noble y larga tradición de la literatura estadounidense: la del story-telling, el arte de narrar una historia y sostenerla a lo largo de unos cuantos cientos de páginas.

El bar de las grandes esperanzas no es de una maestría estilística. Y aunque también resulta a su modo intimidante al principio (tiene en contraportada críticas positivas de James Salter y Alessandro Baricco) una vez que uno empieza necesita terminarla. Ya me entienden: es una de esas novelas que no se pueden dejar. Apasionante como Zama, pero de un modo completamente distinto.

La novela de Moehringer es una mezcla de memoria y de ficción. Es la infancia del propio Moehringer, pasada al calor del bar de la esquina donde encontró lo que le hacía falta en casa: la presencia de hombres; hombres sudorosos, majaderos, estoicos y al mismo tiempo sensibleros a su modo. Es una historia dickensiana, como bien lo hace notar el título en español (en inglés se llama simplemente The tender bar).

Como escribidora les diré lo siguiente: soy más #TeamMoehringer que #TeamDiBenedetto. Si yo pudiera escribir una novela, lo haría más en el estilo estadounidense que en el de la tradición latinoamericana.

Ambas las disfruté a puñados. La literatura tiene más de un modo de hacerse y de gozarse. ¿Qué escogerían ustedes, la sinfonía minimalista y atonal de Zama, o el dramático crescendo romántico que es El bar de las grandes esperanzas?

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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