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Arte e Ideas

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Una forma de la mediocridad

Juan Villoro regresa al teatro con "El filósofo declara", aunque al contrario de su labor en la literatura, este campo, no es el suyo.

Últimamente Juan Villoro está en todas partes, en el futbol, en el periodismo y en la literatura. Su talento como cuentista y cronista es innegable, pero ahora ha decidido explorar una nueva faceta: la de dramaturgo.

"El filósofo declara" es su segunda obra de teatro. Hace tres años debutó en el mundo de la escena con "Muerte Parcial" cuyo moderado éxito bastó para que, en palabras del autor, quedara picado .

Voy a estar dando lata con algunas obras más en el futuro advirtió Villoro en la conferencia de prensa celebrada para anunciar la puesta. Muchas veces los escritores nos viciamos, empezamos a repetirnos… quiero explorar el teatro como una nueva forma de escritura .

Señor Villoro, usted es un gran cuentista y sobra decir que sus crónicas son agudas, divertidas, memorables. Pero por favor, por su bien, pero sobre todo por el de la audiencia, le pido humildemente: deje de hacer teatro. No es lo suyo. Ni lo va a ser.

Escribir teatro es muy distinto a escribir narrativa (una cosa es escribir para imaginar, otra escribir para ver) y la dramaturgia no es, por supuesto, vehículo para destrabar la escritura de nadie, por muy exitoso que sea. (Por cierto, Señor Villoro, si el objetivo era salir de los vicios literarios, lo siento: prueba no superada. El texto está cargado de las frases y juegos de palabras que usted siempre usa. La egomanía no es una forma del éxito).

Es difícil criticar un experimento tan fallido. Por dónde empezar. Es el texto, sí, pero también las disparejas actuaciones y la dirección faltona de Antonio Castro.

"El filósofo declara" intenta desentrañar la vida íntima y los afectos de los hombres dedicados a la razón. Dos filósofos que han tomado caminos distintos se enfrentan en un diálogo final. Ambos tienen relaciones sospechosas con el poder político y neurosis del tamaño de la biblioteca central de Ciudad Universitaria.

Los protagonistas, dos grandes actores que van cada quien por su lado. Arturo Ríos es El profesor y Emilio Echevarría ( El Chivo de Amores perros, protagonista de otro texto de Villoro, la película Vivir mata) es Pato Bermúdez, el presidente de la Academia Mexicana de Filosofía. Mientras Ríos está metido en un molde fársico (caricatura de un Dr. House catedrático de la UNAM), Echevarría es mesurado, correcto en un tono de pieza, parece el único que entendió su papel cabalmente.

Pila Ixquic Mata es Clara, la esposa del profesor, una mujer inteligente que se hace la tonta para hacerle la vida posible a su marido. Para relajarse el profesor necesita joder , y uno entiende que se refiere acepción no erótica del verbo.

Los diálogos quieren retratar el habla archiarticulada de los hiperilustrados. Como el autor es hijo de Luis Villoro, uno de los filósofos más importantes del país, uno pensaría que sabría darle naturalidad a la cosa. No, clichés y más clichés, falsos y rígidos como si los hubiera escrito el hijo de un carbonero (probablemente él lo habría hecho mejor).

Mera verbosidad, y no es que la verbosidad teatral sea mala per se (ahí tenemos a Mamet), es que cuando el autor prefiere palabras sobre acciones ya no se está viendo teatro sino una aburrida clase magistral de ego.

La trama adolece de unos saltos de verosimilitud tan básicos que resultan vergonzosos: se nos dice que El profesor necesita al chofer para ir a la facultad y en el segundo acto el propio personaje grita que hace años no va a la facultad. ¿Entonces qué flautas toca el chofer? Como ése, varios.

Para dar el punto de vista de los simples mortales en este tálamo del saber y la verborrea, aparecen en escena la sobrina del profesor (Fabiana Perzabal, sobreactuadísima) y el chofer (Edgar Parra), un estudiante de filosofía que se hace el ignorante para servir de piñata al profesor.

Ambos personajes son totalmente intrascendentes. El único peso dramático de la sobrina es parecerse a la hermana del profesor (lo que sirve en el forzado clímax) y gritar ¡Cuánta mamada! . Uno tiene ganas de imitarla.

cmoreno@eleconomista.com.mx

El filósofo declara

Teatro Santa Catarina

Jardín de Sta. Catarina 10, La Conchita, Coyoacán.

Funciones: jueves y viernes, 7:30 de la noche. Sábados 7 de la noche. Domingos 6 de la tarde. Jueves.

Admisión $30. Viernes, sábado y domingo $150.

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