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Capital Humano

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Reestructuras de personal, versión 2023: ¿Y el humanismo?

Las empresas están rasgando las camisetas que les pidieron ponerse a los empleados y están generando un rompimiento de redes y ecosistemas humanos mutuamente dependientes. Y si bien las obligaciones laborales cesan en su mayoría con la terminación de los contratos, la obligación moral del empleador no.

Foto: Especial

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Ya se ha escrito bastante sobre las reestructuras de personal que están en camino, las que vienen y las que ya se hicieron. Lo que sí es cierto es que para este año cada vez el tema empieza a verse con menos optimismo.

Es sabido y cierto que en América Latina vivimos a “la penúltima moda”, pues los efectos negativos de las economías del norte tienden a llegar más tarde y con un impacto ligeramente menos severo, aun estando en una economía más frágil. Un ejemplo claro es cómo se tomó más de un año en que los terribles efectos de la crisis inmobiliaria en Estados Unidos llegarán a México, y aún más para llegar al sur.

Ese efecto de barrera pocas veces ha permitido a las economías de la región “prepararse para lo peor y esperar lo mejor”, para de alguna manera parafrasear las palabras del expresidente Ernesto Cedillo. Al contrario, vivimos en una especie de burbuja donde no vemos cómo una economía basada en la tortilla y el petróleo va a ser afectada por una guerra en Ucrania, dificultades comerciales con China y una inflación en Estados Unidos que no se quiere dejar controlar.

Y podemos añadir dos ingredientes adicionales al pastel regional: los gobiernos populistas de México, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Argentina, Perú, Chile y Brasil han optado por inyectar a sus ciudadanos con subsidios monetarios o en especie, que alegran a familias en dificultad cada semana, pero que son insostenibles en el tiempo y no generan un crecimiento económico real. El segundo, la masa de dinero flotante del narcotráfico ha generado fluctuaciones falsas en los tipos de cambio que sólo se han explicado por la excusa de las remesas. Para explicar por qué el peso mexicano se apreciaba y el colombiano se depreciaba, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, de manera muy cándida dijo que “el dinero de la droga no estaba llegando a Colombia sino quedándose en México”.

Todo lo anterior sirve apenas para dar contexto. Las economías de la región son altamente dependientes de su capacidad exportadora, pero al mismo tiempo no abastecen ni sus necesidades básicas de consumo ni sus necesidades de hidrocarburos. La dependencia económica del norte es evidente y persistente en todos los países, quizás con un ligero menor impacto en Brasil que en sus mejores épocas demostró ser una economía autosuficiente y de pleno empleo.

Nos enfrentamos hoy a la realidad comentada por un servidor en otra colaboración para este medio, donde las personas son consideradas un gasto y, en consecuencia, es donde primero se echa mano para reducir costos. Por alguna razón, cualquier persona en la dirección ha dicho en algún punto “aquí nos sobra gente”. Serán empleos que se perderán y que en alguna medida serán absorbidos por las industrias y negocios nacientes, los cuales tampoco están ajenos a esta vorágine. En particular, pareciera que para el sector de las startups el haber hecho una reestructura les da una patente de corso para continuar en el mercado con credibilidad.

Si bien esto de las reestructuras de personal es algo recurrente, no pinta bien el 2023. Tampoco pinta bien que muchas empresas de manera descarada han usado la excusa de “estar en quiebra” para omitir el cumplimiento de las obligaciones legales en materia de terminación de los contratos de trabajo y la indemnización a los trabajadores. Que no se diga de la existencia de programas de transición de carrera –que ya deberían acabarse todos y optar por el “outskilling”–. Las empresas están rasgando las camisetas que les pidieron ponerse a los empleados y están generando un rompimiento de redes y ecosistemas humanos mutuamente dependientes.

De ninguna manera se quiere decir que estas reestructuras no deben ocurrir, sólo se sugiere que no sea la primera opción y que, si se llega a ello, se haga de la manera más humana y transparente posible. Recordemos que esa fuerza de trabajo, y su supervivencia, será precisa –de manera genérica– para cuando las curvas sean ascendentes.

Como bien lo comentaba Gerardo Hernández hace unos días en El Economista, este año estaremos ante fenómenos hiperinflacionarios combinados con reducción en la oferta de empleo –no hay peor combinación que esa–.

Muy desafortunadamente, los gobiernos ya mencionados están más preocupados por mantenerse políticamente que por la sostenibilidad y la generación de empleo. Las grandes obras de infraestructura, los monumentos de rieles y cemento, no generan una economía sostenible y, además, tienden a ser asignados al azar de quien esté al mando.

Si tenemos que vivir esto, el mandato que nos corresponde como empresarios, jefes, sindicatos y autoridades es el de garantizar la dignidad humana. Parte de ella se encuentra plasmada en la ley –no debe ni puede haber excusa para incumplirla y quienes lo hagan deben ser sancionados con la mayor severidad–.

Pero la mayor parte le corresponde a las empresas, a quienes toman la decisión, a quienes les corresponde el resguardo de las personas. Debemos entrar a una etapa más transparente, donde la gente sepa qué le espera y cómo van a ser tratados. Una etapa donde el empleado saliente sepa qué está firmando y por qué, donde sepa cuáles son sus derechos y cómo los puede hacer exigibles. Si bien las obligaciones laborales cesan en su mayoría con la terminación, la obligación moral del empleador no cesa, ni respecto de los que se van, ni respecto de los que se quedan.

Es ahora, más que nunca, donde debe imperar el humanismo y la protección de la dignidad de las personas. Me causó mucha sorpresa la misiva reciente que Eduardo della Maggiora, CEO de Betterfly, dirigió a todos sus empleados con ocasión de una reducción de personal que consideraron precisa. La misiva fue amable, generosa y, sobre todo, transparente. Para los que se van y para los que se quedan.

Éste es un llamado a la solidaridad, a la conciencia empresarial, a ver el largo plazo de manera consciente, a aprender de los que saben y les ha tocado. Démonos todos por aludidos, todos como responsables, no hay excepciones ni nadie que se quede afuera.

Si no lo hacemos, seremos una generación condenada. Que no nos pase lo que vaticinaba García Márquez al concluir su obra magna, que por falta de humanismo resultemos “condenados a cien años de soledad, y a no tener una segunda oportunidad sobre la tierra”.

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