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Entender a Griezmann para comprender a Francia

Antoine puede ser un ejemplo pera explicar el proceso de la Selección gala en los últimos dos años. Nadie debatía su calidad, pero sí su temperamento para ser campeón. Ahora son los mejores del mundo.

Antoine Griezmann ha dejado lágrimas en las dos citas mundialistas en las que ha jugado. Siempre fue en el último partido del Mundial de su Selección, cuando la emoción lleva al delantero francés a dejar fluir sus emociones, su lado más frágil, el más sentimental.

Hace cuatro años, en Maracaná, Rio Mavuba y Loic Remy consolaban al joven de 23 años que debuta en una Copa del Mundo y debía afrontar la eliminación ante Alemania en cuartos de final; en el estadio Luzhniki, fue su gol y un cobro de falta que sirvió para el autogol de Mario Mandzukic, que le hicieron derramar lágrimas de felicidad, cuando llevó a Francia a su segundo título del mundo, al vencer 4-2 a Croacia.

¿Quién dice que ser campeón del mundo no es doloroso? Griezmann lo sabe bien, porque de niño fue rechazado por academias de futbol de Lyon, Marsella y Saint-Étienne; pasó a convertirse en niño prodigio de la Real Sociedad de San Sebastián. De ganar una Liga con Atlético de Madrid a perder dos finales de Champions League con el club español y la final de la Eurocopa del 2016 disputada en París.

Rusia 2018 no fue el mejor torneo para Antoine en las estadísticas individuales. Anteriormente fue nombrado el mejor jugador y máximo goleador de la Eurocopa 2016, pero perdió la final ante Portugal, lo que le había dejado un cierre de temporada terrible. “Segunda final perdida en un mes (...) es una mierda”, se reprochó el delantero, cuando vio cómo sus rivales levantaban la Copa en Francia.

Griezmann destacó a nivel individual lo suficiente para incidir directamente en los marcadores de tres partidos del Mundial del 2018, ante Australia (un gol), Uruguay (un gol) y Croacia (un gol), los dos últimos de penal, un símbolo de sanación ante el tiro que falló desde los 11 pasos en la final de Champions League del 2016. Sus goles le dieron el honor de ser designado tres veces el MVP del juego y de conseguir el título mundial para su Selección por segunda ocasión, como hace 20 años.

El delantero que admiraba a David Beckham por su look, al que le gustan los flashes de las cámaras fotográficas en las pasarelas de moda y que hasta hace unos meses cuidaba su cabello como signo distintivo de su imagen, llegó a la final del Mundial con el rostro serio, no quiso ni mirar la Copa del Mundo cuando salieron a la ceremonia de los himnos, fue quien convirtió un cobro de falta en el autogol de Mandzukic, y luego en un cobro de tiro de esquina que mandó Antoine, Ivan Perisic tocó la pelota con la mano y el árbitro decretó penal. Él tomó el balón y, aunque admitió que consideró imitar a Zidane en la final de hace ocho años, con un tiro a lo Panenka, engañó al portero croata para marcar su cuarto gol en el Mundial.

La Francia de Griezmann es calculadora, analítica. Como el delantero, sabe medir los tiempos del juego, cuándo es momento de resistir como fórmula para desesperar al rival y que la defensa francesa soporte el asedio de los futbolistas croatas, que arrancaron el juego con el ímpetu de quien quiere confirmar que llegar a disputar su séptimo partido del Mundial no es ninguna equivocación o producto de la fortuna. Ahí destacaron Perisic y Modric, quienes tuvieron atrevimiento y precisión con el balón para poner en peligro la portería de Hugo Lloris.

El umbral del dolor y resistencia que Francia fraguó en Rusia le dio soporte para ser oportunista y con la precisión de Griezmann en el penal le dio nuevamente ventaja a los franceses, que habían visto cómo Ivan Perisic confirmó el orgullo croata, al anotar un gol después de una serie de pases con la cabeza de sus compañeros, que el mediocampista finalizó con un potente disparo con la pierna zurda.

Las fases del juego las entendió Griezmann, fue preciso en la primera mitad con su centro y cobro de penal que terminaron en gol. Se apegó al vértigo y la velocidad en el segundo tiempo cuando Croacia le propuso a los franceses un partido ofensivo, fue ahí cuando Antoine precisó su habilidad para atacar la defensa croata, y en un despeje el balón le quedó a Paul Pogba, que disparó para el tercer gol de Francia.

El rigor del futbolista mundialista pide disputar tres partidos en 11 días para la fase de grupos, que dan como resultado unas ampollas que dejan la piel al rojo vivo. Los músculos se hinchan, se ponen duros como una roca y debes de pasar por la fisioterapia, donde te exprimen muslos, pantorrillas y pies. Te pasan una gancho donde la presión a veces te saca alaridos de dolor. Griezmann sabe del ritual del futbolista, por eso dice que odia sus piernas, marcadas por los músculos y volumen que le impiden llevar el estilo de jeans preferidos, los entubados.

Antoine con 27 años de edad ya tiene el rol de líder en Francia. Muestra con el ejemplo de correr y perseguir al rival, de defender la ventaja para ganar la final, debe existir sacrificio, más cuando el error de Hugo Lloris al intentar fintar a Mario Mandzukic le permite al delantero anotar el segundo gol croata en el partido, lo que le daba a Croacia 20 minutos para anotar dos goles y mandar el juego a la prórroga.

Si hubo alguien que apoyó a Griezmann más allá del compañerismo de vestidor fue Kylian Mbappé, el futuro de la Selección francesa y del balompié mundial. El muchacho que en la espontaneidad y picardía de su edad marcó cuatro goles, uno de ellos para sellar el triunfo en la final, fue quien se robó el foco mediático en la Selección.

¿Quién a los 19 años tiene el carácter para darte un pase de taquito, anotar cuatro goles en su primer mundial y ser campeón del mundo? Sólo hay un nombre que con menos edad también logró llevar su Selección al título mundial. Todos lo conocemos, de nombre Pelé, con 17 años inició la construcción de su legado en el Mundial de Suecia 1958. ¿Será ése el camino de Mbappé?

Griezmann tiene los flashes de las cámaras como le gusta. Está en la mejor pasarela del futbol, en la final de la Copa del Mundo. Sólo le queda mostrar esa segunda estrella arriba del gallo insignia de la playera francesa y señalar junto a Mbappé que consiguieron darle a Francia su segundo título mundial.

Hoy son lágrimas de felicidad.

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