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Es tiempo de decir adiós...
Medallas conseguidas, fracasos, competitividad, y espíritu deportivo quedaron grabados por la eternidad en Guadalajara. El fuego Panamericano se extinguió y cerró una gran experiencia para México.
Guadalajara, Jal. Es el adiós. Difícil describir la nostalgia cuando uno no sabe si se respira, si tiene un sabor en especial o un color destellante o si quizá, entra directo por las venas y se aloja en el corazón.
Lo cierto es que lo que ayer se sintió en el Estadio Omnilife, ahí donde todo empezó y todo termina ya, fue, tal y como lo aseguraron los organizadores, una montaña rusa de emociones.
Los Juegos de la paz, la unidad y la solidaridad , los Panamericanos de Guadalajara 2011, los que por 1965 días esperaron impacientes los tapatíos, y se esfumaron en dos semanas, fueron clausurados. La llama panamericana, en el estadio Omnilife, se extinguió.
Y en esta noche la luna, tierna ironía, se presentó con la más angelical de sus sonrisas. Pero es tiempo de decir adiós. Tchau bye, chao, hasta siempre. Es ya labor de cada quien elegir uno a uno los recuerdos de los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, que atesorará en su mente. Fueron dos semanas de intensas competencias. De un todos contra todos incesante.
¿De dónde escoger? ¿De los cientos de medallas ganadas? ¿De los episodios de dolor o de alegría? ¿De las decepciones y emociones, de los récords rotos, de las epopeyas deportivas? ¿Del esfuerzo del atleta que llego primero o del otro que con el mismo arrojo llegó al último?
Cada uno encontrará su íntima manera de atesorar sus memorias de estos juegos que ya mueren, se van. Atletas, público, periodistas, voluntarios, cada quien tiene su propia forma de decir adiós.
Emociones de 45,000 corazones que se aceleran, se escuchan por montones en el Omnilife y en las calles de Guadalajara, donde pantallas enormes reproducen los momentos del emotivo espectáculo, casi copia fiel de la inauguración que hace 17 días impresionó a tantos.
Puntualmente, a las ocho de la noche, se escucha dulce la voz de Ely Guerra que canta, impecable, el himno nacional, el que ha estudiado religiosamente por ocho meses completos. Fascinación multicolor de cuando estalla el estadio en luces destellantes, arrebatadoras.
Delirantes emociones que alteran a su máxima expresión el ánimo de los presentes. No hay tiempo para llorar. La noche pasa de una emoción a otra, de gigantescas imágenes que intentan resumir en minutos los Juegos, moribundos, a la solemnidad del último desfile de las 42 delegaciones ya minadas, que se reúnen en el escenario.
Y de nueva cuenta el vuelco al corazón con modernas melodías, se asoman en un solo equipo se deportistas, ganadores y no ganadores, jueces y entrenadores y el escenario es una fiesta. Corazones que se encuentran, se reúnen algunos, quizá por última vez. Mayor aún cuando se aparecen los héroes nacionales, sólo una parte de los 42 campeones, los 41 subcampeones y los 50 bronces nacionales.
Es tiempo de decir adiós. No sin antes premiar al brasileño, Solonei Silva, ex recolector de basura, quien seguro hace anoche no soñó con el momento en que recibiría su oro en ese estadio y quizá aún no despierta del sueño de haberse coronado. Brilla más que nunca su sonrisa.
Marejada de emociones. Discurso del gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez falta una medalla, la de oro para Jalisco y para México. Ahora, vamos por las Olimpiadas ¡y qué viva México! , y de nuevo alboroto en las tribunas.
A las 8:50 de la noche, con nostalgia, se clausura Guadalajara. Estafeta en la mano de Toronto 2015, que organizará la decimoséptima edición de los Juegos Panamericanos. La llama panamericana tirita aún en lo alto. Asoma la nostalgia.
Welcome Toronto que muestra un brillante espectáculo. Mariposas que en sus alas se llevan la melancolía. Hoja de maple en la pantalla y un nostálgico Cielito Lindo que enciende las flamas alrededor del estadio Omnilife. Titila la llama. Agoniza. El nudo en la garganta. Montaña rusa de emociones. Se disipa la llama, se va. Momento de decir adiós. No hay tiempo para llorar.