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Las princesas también se van de boca
Dolor y Belleza se conjuran en las atletas que llevan su cuerpo al extremo. Para las gimnastas no todo es un cuento de hadas.
Río de Janeiro. Bandoneón, guitarra, piano, violín y contrabajo. Tango. Estresante, melancólico, arrebatado, misterioso, pasional. Catalina sale disparada cuando se escuchan los primeros compases de Éste es el rey . Dos giros en el aire y por instantes nos mira a todos de cabeza, cae de pie y arranca aplausos. Tiene los ojos claros, un cuerpo esculpido con el cincel de siete horas de trabajo, piel blanca, una coleta sujetada por un listón rojo muy a tono de sus uñas y una sonrisa como jalada por dos ligas desde las orejas.
Allá va otra vez desde una de las esquinas del piso de la Arena Olímpica. El contrabajo y el violín se acompañan y hacen el ambiente misterioso, de repente todos los instrumentos aparecen para hacer la escena violenta, acelerada. ¡Cuidado Catalina!... ¡Levántate!
Se incorpora y otra vez intenta jalar la sonrisa desde las orejas, pero ahora le cuesta hacerlo. Rompe en llanto. El tango sigue, bello, elegante y dramático. Sigue la música y Catalina busca a su entrenador, lo abraza. La melodía para. Qué duro es ser gimnasta. Cuatro años de trabajo y en dos o tres compases musicales hay que ir a casa. Se apellida Escobar y es colombiana.
En la gimnasia sólo no entrenas si te quebraste el hueso o tienes más de 40 de temperatura , dice Ailen Valente después de que terminó su rutina. No es fácil ser una princesa de carne y hueso. Como ellas.
Cuando Catalina fue al suelo, detrás de ella una delicada gacela en un traje rojo y azul corría. Delgada y apretando las nalgas se enfilaba a saltar en el caballo. Dos segundos de belleza en el aire y luego a plantar los dos pies en el suelo. Carretada de aplausos. Las rusas sí que nacieron para ser reinas. ¿O tu qué dices, Aliyá Mustáfina?
Has forzado mucho a tu cuerpo, has entrenado demasiado, por eso a los 20 años ya lo sientes , dice Ailen, argentina. Esto es de mucha disciplina, a veces pesarte dos veces al día cuando compites; cuando estás ligeras, es más fácil, vuelas , reconoce Ana Pérez, española, que tiene 18 años pero parece de 13 con su cuerpo pequeño, delicado y un tono de voz muy agudo.
Qué contundentes, poderosas y estruendosas son las notas de The Last Tango. Sí, muy del estilo de Kylie Dickson, una bielorrusa delgada como una pluma, de brazos y piernas largas, cara alargada con unos ojos enormes, nariz respingada, un rostro sin imperfecciones. Un split, un giro con la pierna como una espada, The Last Tango la acompaña. Tiene 17 años y parece modelo de Vogue. La queremos ver hacer los doble giros en el aire y los obsequia, pero sus glúteos tocan al mismo tiempo el suelo. No hay de otra, a levantarse.
Cuando le preguntamos si es verdad que las gimnastas comen papel y les exigen como si no hubiera mañana, Ailen asienta y tuerce la boca.
Creo que depende del país, en Argentina no nos tratan como militares, pero, por ejemplo, en Estados Unidos tienen tantas gimnastas que, con tal de ganar una medalla, te pueden sacar del equipo para meter a otra .
Sobre la importancia de la vanidad y la belleza en esto, responde: Siempre es lindo ver a una mujer arreglada y esto es parte de nuestro deporte. Creo que todas nos fijamos un poco en eso .
Entre las princesas hay clases. Las rusas, entre las más respetadas. Caminan juntas, sonríen entre ellas, se platican, pero cuando van al mundo (o al menos al callejón de la zona de prensa) no te voltean a ver, ¿dónde quedó esa sonrisa de hace unos minutos?
Perder la vertical en sus ejercicios es para ellas casi un sacrilegio. Llevan música elegante, no tan pegajosa como la de las italianas. A las zarinas no se les descompone el rostro cuando compiten, ni el maquillaje se les corre, ni se dan sentones, ni lloran (por ahora). Cuando Catalina iba rumbo a la enfermería, ya había visitado dos veces la lona y luego de dar su salto mortal extendido todo terminó.
Ailen dice que las gimnastas tienen muy alta la vara del dolor , ¿cuánto le habrá dolido entonces a Catalina para renunciar?
Así, como si estuviera en soledad, la colombiana no sostuvo sus lágrimas y empezaron a escurrir. Qué duro es mirar a una princesa quebrarse.