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La Central de Abasto de la CDMX pierde su esencia por desabasto de gasolina
Contrario al panorama cotidiano, en el mercado, considerado el más grande del mundo, se está quedando la mercancía, sus locatarios ven cómo lentamente sus productos se echan a perder, además suben los precios para sacar lo del día.
Los gritos que se han convertido en murmullos de inconformidad, pasillos vacíos, grandes cantidades de fruta, verdura y carne podridas, además de un alza de precios, son los elementos que describen la situación actual de la Central de Abasto de la Ciudad de México; sus clientes, mayoristas y minoristas, han dejado de ir por el desabasto de gasolina que se registró en la capital desde el 8 de enero, y es que los vehículos de los consumidores se han quedado sin combustible, mientras que otros pierden mucho tiempo en ir a las gasolineras.
La lucha contra el huachicol, medida implementada por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y que consiste en cortar el flujo de combustible en los ductos de Petróleos Mexicanos que abastecen a las gasolineras, ha provocado preocupación en María Andrade, quien desde hace más de 30 años vende aguacates y naranjas en el pasillo I–J; su ceño fruncido muestra tensión y es que ha habido una gran baja en sus ventas. Reconoce que el panorama no había sido tan difícil desde la crisis económica de 1994.
Detalla que desde la semana pasada, comerciantes mayoristas y minoristas avisaron —por medio de llamadas y redes sociales— a los locatarios del mercado que ya no podrían ir a comprar mercancía de manera usual, porque ya no tenían manera de trasladar la mercancía, y es que los vehículos de hoteleros, restauranteros, así como las grandes tiendas de cadena, además de taqueros y los propietarios de comercios de abarrotes, e incluso las amas de casa, se quedaron sin gasolina.
“Yo no había visto esto desde hace años, es lunes y todo ha estado vacío, hay que ver los pasillos, ya no hay tanta gente, es para que el lugar estuviera a reventar, y esto no es así; además es la mañana, ni siquiera son las 12 del día”, explica.
La comerciante refiere que tuvo que subir el precio de sus productos para sacar lo del día; dice tristemente que la inversión del mes ya se perdió, sabe que no le van a comprar, además muestra que sus productos se están echando a perder, aún así está tratando de sacar lo indispensable para vivir, por ello, el kilo de aguacate lo subió de 23 a más de 60 pesos.
“Hoy tuve dos ventas, si dejo el kilo en 23 pesos no me alcanza para nada. Lo siento por mi cliente, pero hago más con 120 pesos que con 46, con esto que vendí puedo hacer más”, admite.
La mujer al igual que el resto de sus compañeros de la Central de Abasto debe pagar renta, impuestos, sueldos, además de solventar la escuela de sus hijos, comida diaria y más gastos personales.
Por su parte, Claudia Luna, quien se dedica a la maquila de cosméticos y se abastece en la central desde hace 22 años, dice que los precios incrementaron.
“Claro que incrementaron los precios, la cebolla que está a 10 pesos está a más de 23 pesos, el jitomate que estaba a 14 pesos subió a 28, está al doble”, admite.
El clima en los pasillos de la máxima obra del arquitecto Abraham Zabludovsky es singular; en lugar de escucharse los típicos gritos de “llévele, llévele” y “está barato y bonito”, además de ver a los diableros corriendo y chiflando, ocurre lo contrario, hay silencio y poca gente, incluso los vendedores, está sentada.
“Desde que inició el desabasto ya no hay gente como antes, se está echando a perder todo y está bien vacío, los compradores ya no pueden venir, pero la verdad, desde que empezó el mes decían mis amigos de otros estados que ya no encontraban gasolina, yo antes no me hubiera parado aquí a platicar, estaría corriendo mucho para ganar dinero. Vea, los diableros en estos días no corremos, estamos tranquilos, sentados o caminando, no hay prisa”, explica Juan Ruíz, quien desde hace más de 20 años trabaja como diablero.
El hombre, quien tiene más de 50 años de edad, afirma que en un día normal puede llegar a ganar más de 200 pesos, actualmente recibe menos de 100. Cuenta que evita desayunar y comer, porque entonces el dinero sería menor.
“Si gasto 40 pesos en desayuno y 40 en comida, pues a mis 100 pesitos se les restaría 80, y ya nada más me llevaría 20 a casa, así no se puede”, dice enojado.
Manifiesta que él vio cómo gente de los alrededores y del mismo mercado comenzó a vender gasolina desde que empezó la escasez.
“Estaban afuera en la madrugada y se los vendían a los clientes en tambos y en garrafones, los policías se hacían, veían y no decían nada, es pasarse de gandalla, están viendo y se aprovechan”, comenta.
No llegan camiones
Isidro San Vicente lleva ocho años trabajando, vende plátanos provenientes de Tabasco y Chiapas en el local 50 I-J, sin embargo, su mercancía se está quedando y ha pedido a los proveedores que ya no asistan.
“Antes del desabasto (de gasolina) y que dejaran de venir mis compradores, todos los días sin falta nosotros descargábamos un trailer de plátanos; hoy esa cantidad me dura más de tres días, hasta que saque lo que hay en bodega les voy a pedir, así están todos los comercios, si viene en la madrugada verá que ya no vienen camiones”, explica.
Por su parte, Alberto Meneses, trabajador de la Carnicería Nutricarnes, afirma que para ellos la situación es más difícil, ya que las frutas y verduras, así como granos, tienen mayor periodo de vida que las carnes de cerdo, pollo y pescado, y es que ellos no pueden guardar los productos, deben desecharlos y comprar más.
“Pues con la carne el problema es diferente, porque no la podemos guardar, nosotros no estamos vendiendo como antes. Además muchos camiones funcionan con diesel, pero los que transportan carnes no, muchos usan gasolina, lo que estamos haciendo es ir por la carne, y nos está saliendo muy caro. Si la lucha que hace el presidente (López Obrador) funciona, esto valdrá la pena, de lo contrario vamos a perder nuestros empleos”, expone.
A una semana de la escasez de hidrocarburos en la capital del país, la Central de Abasto sigue mostrando su otra cara, en donde el gran flujo de dinero, así como de venta de productos habituales merman.
Los diableros no corren, y la gente no anuncia con entusiasmo lo que vende, el ambiente es tranquilo, casi pasivo, los comerciantes esperan a que lleguen sus clientes y compren, aguardan a que la gasolina vuelva a los vehículos de aquellos que les consumían sus frutas, verduras y carnes, los habitantes del mercado, considerado el más grande del mundo, no saben cuánto tardará la espera.