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Geopolítica

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¿Golpe de Estado o revolución?

Cuando el jefe militar egipcio Abdel Fatah al-Sisi salió al aire en la televisión para leer la declaración que puso fin a la Presidencia de un año de Mohamed Morsi, los observadores dentro y fuera de Egipto parecían escuchar uno de dos eventos muy diferentes.

Cuando el jefe militar egipcio Abdel Fatah al-Sisi salió al aire en la televisión para leer la declaración que puso fin a la Presidencia de un año de Mohamed Morsi, los observadores dentro y fuera de Egipto parecían escuchar uno de dos eventos muy diferentes.

Algunos, a menudo aquellos que se oponían a Morsi y veían a su gobierno cada vez más antidemocrático, celebraron el anuncio de que sería remplazado por el jefe de la Corte Constitucional hasta que pudieran celebrarse elecciones anticipadas. Vieron la voluntad del pueblo finalmente cumplida. Pero otros vieron el destino de una nación decidida por un general, un golpe de Estado militar escondido bajo el velo del apoyo popular.

Los debates ya están en su apogeo sobre si los acontecimientos del 3 de julio pueden ser descritos como un golpe de Estado o no, como un ataque a la democracia o como su viva expresión. Tales debates son en gran parte académicos; lo que pasó se puede decir que cumple con la definición de un golpe de Estado, así como la de una revolución. Pero a pesar de que se pueden aplicar ambas palabras, ninguna es suficiente para describir lo que ocurrió. Y aunque cierta literatura académica considera que los golpes de Estado pueden ser democratizadores, no significa que sean democráticos.

Pero no es fácil, sobre todo para aquellos egipcios que han invertido y perdido mucho en la lucha de su país desde enero del 2011, ver ambos lados. Muchos, sobre todo los seguidores de Morsi en la Hermandad Musulmana, es probable que vean al 3 de julio como poco más que un golpe de Estado militar; el regreso a décadas de un gobierno militar que siempre odió a la Hermandad. Los activistas que se oponían a Morsi seguramente seguirá insistiendo en que el Ejército intervino sólo para salvaguardar la voluntad de pueblo.

Probablemente, sólo algunos de los activistas involucrados en los eventos de ayer, en ambos lados del espectro político, querrán reconocer la amplitud de lo que ocurrió -apenas unos pocos han estado dispuestos a reconocer que Morsi poseía el mandato de una elección democrática popular y que lo había dañado gracias a sus propias acciones.

Es un cliché dentro de la política de EU destacar que los dos extremos del espectro político nunca serán capaces de lograr algo, hasta que puedan encontrar un punto medio. Sin embargo, en Egipto, esto es mortalmente cierto, con una diferencia importante: los dos lados en este conflicto político ven la misma realidad -ambos están en lo correcto- pero cada uno sólo es capaz o está dispuesto a mirar su mitad.

Así que ¿fueron los sucesos del 3 de julio un golpe de Estado, o se trataron de una repetición de la revolución de febrero del 2011? ¿Fue una expresión de la democracia, o fue un daño a ésta? La respuesta es ambas. Si Egipto va a hacer frente a esta transición de una mejor manera que en el 2011, bien podría necesitar que ambos lados reconozcan el alcance total del 3 de julio y la forma en que el país llegó a ese punto. La Hermandad Musulmana tiene algunas lecciones importantes para aprender acerca de la inclusión política y legitimidad.

Una lección para los opositores de la Hermandad podría ser que el grupo islamista no llegó a la Presidencia por accidente y no va a desaparecer. La Hermandad Musulmana ha demostrado ser una de las organizaciones políticas más organizadas y efectivas de Egipto. Que los militares y los demás traten al golpe de Estado que depuso al Presidente de la Hermandad como algo que no es un coup d’état le deja a la Hermandad poco espacio real en la política egipcia. Ello significaría el riesgo de que se repita el mismo problema que afectó y finalmente derrocó a Morsi -excepto que en lugar de un gobernante islamista actuando como si los no islamistas no tuvieran derecho a participar, sería al revés.

Del mismo modo, insistir en que lo que pasó en Egipto no fue un golpe de Estado dejaría la puerta abierta a los militares para deponer a cualquier gobernante que consideren haya perdido suficiente legitimidad política.

De vuelta a febrero del 2011, cuando las multitudes vitorearon la noticia de que el presidente Hosni Mubarak abandonaba la oficina. No fue sino hasta varios meses después que los observadores comenzaron a preguntarse si había sido realmente una revolución la que había derrocado a Mubarak, o si había sido un golpe de Estado militar. Después de todo, su dimisión fue anunciada por uno de los generales que pronto tomaron el mando provisionalmente ¿Fueron eventos impulsados por la voluntad popular, expresada por miles o millones de manifestantes, o por el poderoso Ejército?

Esta distinción no es mucho más evidente hoy de lo que lo fue entonces. Y a menos que algo cambie en la cultura política egipcia, es una distinción que podría repetirse.

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