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Geopolítica

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Invasión de Ucrania: guerra total, propaganda y sistema Swift

Foto: Shutterstock

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Ya hace más de 20 años que los coroneles chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui escribieron, en 1999, su profético Unrestricted Warfare (algo así como Guerra sin restricciones). En aquel momento la ventaja tecnológica de EEUU era incuestionable, y la propuesta del libro era buscar la forma de vencer a un enemigo militarmente superior en el nuevo entorno competitivo condicionado por la globalización.

Nuevos frentes de batalla

La tesis fundamental era evitar el confrontamiento militar directo y librar la guerra en otros frentes de batalla tales como el legal, el económico y, por supuesto, desde los medios de comunicación.

Todavía es pronto para sacar determinadas conclusiones y solo los libros de historia explicarán si China ha sido capaz de ganar la tercera guerra mundial sin disparar un solo tiro. Lo que es un hecho es que el libro de Lian y Ziangsui es lectura obligatoria en las principales academias militares del mundo. Actualizando su mensaje, en el mundo digital las fronteras desaparecen. Y China nos ha dado una lección magistral de comunicación en tiempos de pandemia durante los últimos dos años.

Antes de llegar a la invasión rusa de Ucrania demos otro rodeo, todavía más grande en este caso. Hablemos ahora de la relevancia que tiene la propaganda para la guerra. En otoño de 1938, durante la guerra civil española, el ejercito sublevado bombardeó con pan blanco la hambrienta ciudad de Madrid. En esa misma época, las espectaculares películas de Leni Riefenstahl ensalzaban el poderío de la Alemania nazi. Pocos años después, harían lo propio las espectaculares superproducciones bélicas hollywoodienses.

En la guerra industrial empezaba a ser, casi tan importante como aniquilar al enemigo, contar un relato que justificase esa aniquilación. El uso de bombas nucleares contra población civil supuso la cima de la guerra industrial.

En el mundo digital es mucho más importante el marketing que la destrucción del enemigo. La guerra es en esencia injustificable, y, por muy bien que se construya el relato, nadie puede luchar contra las imágenes de inocentes muertos. El marketing abarca la propaganda, pero va mucho más allá. El marketing se preocupa de conocer las necesidades de los clientes, y orienta toda la energía de la empresa en satisfacer dichas necesidades.

En una guerra que se desarrolla en un mundo digital no hay límites (es unrestricted) y los campos de batalla se multiplican. Estamos viendo grandes manifestaciones de apoyo en las grandes capitales europeas, grupos de WhatsApp creando opinión, Eurovision y la Mobile World Congress expulsando a Rusia de sus eventos. La final de Champions se traslada de San Petersburgo a Paris. La FIFA también anuncia sanciones. La lucha entre la imagen pública de Volodímir Zelenski y Vladimir Putin es un plano más del conflicto.

Y en este nuevo marco bélico aparece como campo de batalla la economía. Siempre ha estado allí, pero nunca se ha podido gestionar tan en tiempo real como ahora. El anuncio de la desconexión de SWIFT de los bancos rusos va en esta línea.

Una red para 11 000 bancos

Swift es un sistema de mensajería que permite que los bancos se puedan comunicar unos con otros. Cuando se fundó, en 1973, conectaba a 239 bancos en 15 países; en 2022 operan con este sistema más de 11 000 organizaciones bancarias y de valores en más de 200 países y territorios.

Para operar a través de Swift cada entidad bancaria tiene su propio código (también llamado código BIC) compuesto de 8 dígitos que identifican a la entidad, el país y la localidad en la que tiene su sede. Este código es un mecanismo de seguridad para las transferencias internacionales que evita errores, agiliza las transacciones y ahorra costes.

Si se expulsa a un banco de Swift se le aísla del mundo. Si se expulsa a un país entero se le deja sin participar en el sistema financiero internacional. Sancionar a Rusia de este modo podría traer consecuencias directas tanto para los ciudadanos corrientes como para los oligarcas. En 2012, por ejemplo, se expulsó del sistema a 30 instituciones financieras de Irán, incluido su banco central, como respuesta punitiva a su programa de energía nuclear.

Consecuencias de la expulsión

Sancionar a un país sacándolo de la operativa financiera internacional realizada a través de Swift tiene un impacto directo en su economía.

El parón de la economía internacional tendría un impacto directo en el interior. El Banco Central Ruso se vería obligado a subir los tipos de interés para proteger al rublo, lo cual no evitaría su fuerte devaluación y la impresión en masa de nueva divisa para intentar mantener la demanda.

El riesgo de liquidez se materializaría, y la gente iría en masa a retirar el dinero de los bancos, provocando así la quiebra del sistema financiero interno ruso. La inflación entonces camparía a sus anchas, y el principal problema de la población rusa sería encontrar alimentos. Todo ello sucediendo a la velocidad de Internet.

Esto es teoría, la práctica está por demostrar ya que hay alternativas al sistema Swift. Hay expertos que afirman que, aunque la desconexión rusa acarrearía problemas a su economía, no tendría los efectos tan negativos que esperan los países occidentales. Desde 2014, cuando EE UU amenazó con su expulsión del sistema, Rusia ha venido desarrollando SPFS, su propio mecanismo de transferencias bancarias. Ante las nuevas amenazas de expulsión como consecuencia de la invasión a Ucrania, Rusia ha invitado a las entidades financieras internacionales a unirse a SPFS.

El principal problema al que se enfrenta Putin no es cada una de las anteriores medidas de manera aislada, sino la aplicación conjunta de todas ellas en un entorno digital. La información se viraliza y se realimenta. Los principales oligarcas rusos saben tanto de economía como de marketing internacional, y si China no sostiene con la contundencia necesaria la posición de Rusia, es posible que Putin se encuentre en el corto plazo sin los necesarios apoyos tanto nacionales como internacionales.

Luis Garvía Vega, Director del Máster Universitario en Gestión de Riesgos Financieros (MUGRF) en ICADE Business School, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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