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A Pemex no la asfixia el neoliberalismo, sino la cleptocracia
Pemex está enfermo. Si fuera una empresa normal, estaría en quiebra. Su patrimonio es negativo: 77,000 millones de dólares. El valor de sus activos suma 107,000 millones de dólares. Sus pasivos totalizan 185,000 millones de dólares, de los cuales 96,000 millones son reservas a beneficio de sus empleados.
Los datos financieros reflejan los problemas de operación. La producción de Pemex se ha desplomado: era 3.4 millones de barriles diarios en el 2004 y ahora no llega a 1 millón 900,000. Sólo Petróleos de Venezuela y la petrolera de Irak registran desplomes comparables. En un caso, se trata de un país oprimido por un gobierno mediocre. En el otro, una guerra que destruyó la infraestructura. ¿Por qué Pemex está en este club?
La petrolera mexicana tiene un caso severo de anemia. Un padecimiento que es normal en los organismos a los que uno o varios “vampiros” les chupan la sangre. ¿Vampiros? ¿De qué otra manera podemos llamar al sindicato, la burocracia dorada y algunos proveedores voraces?
La anemia se agrava por el huachicol. Esa ordeña de los ductos sería una metáfora, si no fuera una nota roja tan espesa, una mancha tan extendida. En este sexenio, las pérdidas por huachicol ascienden a 4,000 millones de dólares. Se han localizado 262% más tomas clandestinas que en el sexenio anterior. Lo peor de todo es que la ordeña no ha disminuido, sino que se ha agravado. El 2018 será el peor año en la cuenta de combustible robado, reconoce el director de Pemex, Carlos Treviño.
Luego de tanta ordeña, ¿a quién extraña que la mayor empresa de México padezca de una anemia severísima? Mención aparte merece la relación con la Secretaría de Hacienda: a medio sexenio hubo un “rescate” porque Pemex se había quedado sin recursos para pagar a proveedores. Además, el gobierno asumió como pública una parte del pasivo laboral de Pemex.
¿Rescate? Pemex recibió una gotas luego de entregar varios garrafones. Es el mayor contribuyente de México y está sometida a un régimen fiscal durísimo. Ninguna empresa paga una tasa tan alta, en México. En el mundo pocas petroleras tributan tanto como Petróleos Mexicanos.
La empresa está anémica y esta debilidad se expresa de muchas formas. Una de ellas es el deterioro de la balanza de petrolíferos: las importaciones son 14,300 millones de dólares superiores a las exportaciones, de enero a agosto del 2018. El déficit promedia 1,787 millones mensuales y crecerá. En noviembre llegarán cuatro cargamentos con 350,000 barriles de crudo, cada uno.
AMLO tiene razón en estar indignado. Es la importación de crudo, el incremento en las compras de gasolina al exterior, la caída en la producción de petróleo y el deterioro de la capacidad de refinación. “Es una muestra del fracaso de la política neoliberal o neoporfirista de los últimos 30 años”, dijo en un tuit.
Disiento. A Pemex no lo ha mermado el neoliberalismo sino la cleptocracia. Los grupos de interés, esos vampiros, se han encargado de boicotear todos los intentos de reforma de esta empresa. Pemex ha sido impermeable al neoliberalismo y a las mejores prácticas corporativas. El problema de Pemex no es ideológico sino de operación. En los 70, estuvieron López Portillo y Díaz Serrano. No eran neoliberales, sino vampiros grandotes. La gran tarea pendiente es una reforma a fondo de Pemex, que la reforma energética no incluyó. Los líderes sindicales quedaron intactos, al igual que muchas de las mafias. ¿Dónde está Van Helsing?