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Capitalismo ilustrado, información y acción climática
Muchos culpan al capitalismo de los problemas ambientales que sufre el planeta. Se ha indiciado sumariamente al mercado, a la mano invisible, a la motivación de lucro, a la acumulación de capital, y al individualismo como causantes de la tragedia. Sin embargo, el argumento es insostenible e ideológicamente espurio. Por un lado, el socialismo fue, sin discusión, mucho peor. Por otro lado, ahí está la deforestación masiva observada en épocas precapitalistas (feudales) en Europa y en Oriente, así como en las sociedades precolombinas en América (por cierto, catastróficas, como ocurrió con la civilización maya clásica y con Teotihuacán, que sucumbieron por ello). En ningún sistema socioeconómico, aparte del capitalismo y democracias liberales que le acompañan, se había reconocido coherentemente el problema ambiental. Tampoco, sus mecanismos e instituciones se habían puesto al servicio de la contención y reversión de daños ambientales. No es casualidad que en el capitalismo (hermanado con democracias liberales ilustradas), hayan surgido y se hayan desarrollado los primeros y más efectivos instrumentos de conservación y manejo de bienes públicos ambientales. Al igual que no es casualidad, que economistas liberales (Hardin, Pigou, Samuelson, Olson, Ostrom) hayan identificado y propuesto las soluciones a problemas de bienes públicos y recursos comunes, que subyacen a prácticamente todos los procesos de deterioro ambiental (regulación, derechos de propiedad, acción colectiva, impuestos ecológicos, etcétera), y que, muchas veces, no es posible resolver a través de mecanismos espontáneos de mercado. Tal fue el caso de los parques nacionales en Estados Unidos y Europa desde el siglo XIX, las políticas de conservación de paisajes y recuperación de especies, las regulaciones contra la contaminación del agua, del aire y del suelo desde los años 60, el ordenamiento del territorio (notablemente en Francia), y más recientemente, las políticas de Transición Energética, descarbonización y de lucha contra el calentamiento global enmarcadas en acuerdos internacionales (como el Acuerdo de París). En el capitalismo, en un escenario de democracia liberal, educación y urbanización, ha sido posible no sólo desacoplar el crecimiento económico del deterioro ambiental, sino incluso, hacer que el propio desarrollo económico trajera consigo –inherentemente– mejor desempeño ambiental y condiciones de sustentabilidad. (Ahí está la curva de Kuznets invertida, la Transición Forestal, y el Índice de Sustentabilidad Ambiental del WEF para documentarlo). Los países más avanzados son, por lo general, quienes observan mejores indicadores, desempeño ambiental, y protección y restauración de ecosistemas. Y esto, a pesar de la explosión demográfica extraordinaria.
Ahora, los epítomes del capitalismo, como son los mercados e instituciones financieras, han empezado a construir instrumentos propios y autónomos para inducir a las empresas a evitar o minimizar impactos ambientales, y a reducir y eliminar emisiones de gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global. Esto, a través de obligaciones de revelar a los mercados financieros información de cada empresa, relevante a impactos ambientales, biodiversidad, riesgos y responsabilidades ambientales, riesgos climáticos, reputacionales y financieros, emisiones de gases de efecto invernadero, y planes de descarbonización. Tal información norma y orienta decisiones de actores, inversionistas e instituciones financieras (bancos, aseguradoras, miembros del consejo de administración, fondos de inversión, casas de bolsa, bolsas o mercados de valores, instituciones multilaterales, bancos centrales, y gobiernos), en las cuales se castiga el mal desempeño ambiental y climático, y se induce y premia la sustentabilidad. Pronto lo estaremos viendo en México. Hoy, ninguna gran empresa seria puede permanecer al margen de tales obligaciones, lo que, por ejemplo, genera la masa crítica tecnológica e industrial para lograr un mundo de emisiones netas de cero para el año 2050. Miles de empresas en el mundo ya han comprometido objetivos de descarbonización hacia la mitad del siglo, lo cual les permite ventajas competitivas, mejores tecnologías, viabilidad a largo plazo, reducción de riesgos, menores costos de capital, aceptabilidad de consumidores, eficiencia, y reducción de costos. En este sentido, en los Estados Unidos, la Securities and Exchange Commission (la autoridad de los mercados financieros y de valores) ya exige a las empresas revelar información climática en sus reportes anuales, a partir del 31 de diciembre del 2025, de manera auditada, rigurosa, consistente y estandarizada, lo cual, además, es un factor crítico de gobernanza corporativa (Environmental and Social Governance – ESG). En particular, es importante resaltar que las empresas quedan obligadas a desarrollar minuciosos inventarios de emisiones directas e indirectas de gases de efecto invernadero (en instalaciones propias, subsidiarias, joint ventures, etcétera), y relacionadas con la generación de la energía eléctrica utilizada (Scope 1 y Scope 2 del Greenhouse Gas Protocol), y con compensaciones forestales de emisiones. Así, las funciones financieras, de sustentabilidad y de gobernanza corporativa quedan estrechamente vinculadas. Los estándares señalados guardan coherencia con los requisitos de la International Financial Reporting Standards (IFRS) con sede en Londres, con la Directiva Europea Corporate Sustainability Reporting Directive (CSRD), y con la legislación climática de California. Es el capitalismo ilustrado, en sí mismo, factor crucial de sustentabilidad, vinculado a un Estado liberal, democrático, visionario y eficaz.
@g_quadri