Lectura 3:00 min
El dinero
Las campañas electorales se ganan con dinero y más dinero. Esto no quiere decir que el que gasta más gana la partida, pero sin dinero no hay candidato que por más carismático que sea pueda llevar a las urnas a una cantidad suficiente de ciudadanos que le permita obtener el triunfo en determinados comicios. Por eso la obsesión de las autoridades electorales por auditar gastos de campaña como mecanismo destinado a prevenir que los grandes capitales definan el resultado final de la contienda.
En ese afán controlador, la legislación mexicana de 2007 y sus subsecuentes modificaciones pretendieron imponer límites al capital privado y simultáneamente cerrar la posibilidad de comprar publicidad en radio y televisión con lo que el enorme financiamiento público a los partidos dejó de tener una justificación lógica. Así, estos institutos políticos se hicieron de mucho dinero público y también privado que la autoridad electoral no pudo jamás controlar más que para imponer multas que resultaron costeables para los propios partidos.
Y es que en política lo que se resuelve con dinero siempre es barato. Las multas y los gastos de campaña se recuperan con el ejercicio del poder y el manejo del presupuesto público para fines de lucro propio y de aquellos que invirtieron en el negocio electoral. Por ello los partidos son un mal necesario en una democracia, pero si no se les limita en su actuar por encima de la ley, terminan por convertirse en una moneda de cambio dispuesta a venderse al mejor postor.
El manejo de efectivo en sobres grandes y chicos sigue siendo un dolor de cabeza para un INE que con todo su aparato de vigilancia y supuestos mecanismos legales de disuasión, no alcanza a detectar una danza de millones y millones que transitan por el mercado negro de los procesos electorales. Se trata de dinero de empresarios de alto nivel, pero también de efectivo extraído de las arcas de los gobiernos federal y estatales, y en los últimos años de un crimen organizado que abiertamente participa del lado de aquellos que les prometen protección e impunidad.
Este es el riesgo de la próxima elección presidencial. La dirección hacia donde fluyan los capitales limpios y sucios será determinante para el resultado final de los comicios. Y si además contamos con un liderazgo electoral temeroso y contradictorio en su actuar ante el gobierno y su aparato de presión burocrática, entonces el final de la contienda se prevé lleno de conflictos y con la ausencia de definición por parte de un árbitro que perdió la brújula y navega intentando no chocar con el caudillo que tiene enfrente.
En un debilitado Estado de Derecho como el que vivimos en México, el dinero se convierte en el elemento determinante para el triunfo. El que lo obtenga ganará de una u otra forma.