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Opinión

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Inexpertos en desarrollo

A decir de ciertas sabidurías convencionales, la economía mexicana requiere un esquema de planeación más eficiente para poder retomar el rumbo hacia el desarrollo.

A decir de ciertas sabidurías convencionales, la economía mexicana requiere un esquema de planeación más eficiente para poder retomar el rumbo hacia el desarrollo. Esta idea suena magistral, hasta que observamos las consecuencias que se obtienen en el proceso de aterrizaje.

De hecho, la suprema vanidad de estos inexpertos en desarrollo sale de manifiesto en nuestro propio marco constitucional, en la modificación al artículo 28, en el cual se presume, de manera fatal, que el Estado tiene la obligación de coordinar, conducir, dirigir y planear toda la actividad económica nacional.

Los sabios dirían, y dicen: la cláusula es tan ambigua, que no se puede tomar a la letra, o tomar en serio.

Nosotros, vulgares proto-economistas, decimos: hasta que llegue un Mesías tropical, que se crea la letra de la ley, y empiece con un programa de planeación y coordinación al mismo tenor de los ejemplos que nos arrojan los casos más salvajes en el reino del populismo bolivariano sudamericano.

Hace poco, en una conferencia magistral, William Easterly, profesor de Economía en la Universidad de Nueva York, recomendaba ver los procesos económicos, y el proceso de mercado en especial, como órdenes espontáneos que funcionan de abajo hacia arriba, y que no requieren un político iluminado para planear o para dirigir cada aspecto de millones de actividades económicas, que nacen de una gama prácticamente infinita de conocimientos particulares, y que se dan en el intercambio cotidiano.

Los inexpertos en desarrollo ven el proceso económico como un mecanismo de arriba hacia abajo, o sea, como algo que requiere un economista con credenciales aptas, o un financiero con tal o cual especialización en algún argumento, hasta un sociólogo con las sensibilidades bien afinadas. Los mortales, literalmente, no saben.

Hayek demostró hace más de medio siglo que ningún planificador central podía reunir suficiente información para asignar todos los recursos que requiere el orden de mercados cotidianos para satisfacer los deseos y necesidades de los consumidores.

Al contrario, estos procesos, desde el trueque entre adolescentes, el tianguis local, la venta de productos navideños o la sofisticada operación de derivados en el mercado de futuros requieren un entorno descentralizado, que facilite usar diminutos conocimientos especializados en cada uno de la infinidad de proyectos existentes, lo que exige, ni más ni menos, algo que nos falta a gritos en nuestro país: dejar trabajar.

rsalinas@eleconomista.com.mx

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